Seré breve y directo
Los insectos son seres increíbles que han habitado la Tierra desde hace más de 400 millones de años. Nacieron junto al verdor que alfombró a la Tierra en sus primeras horas, y han habitado cada una de sus épocas, cada uno de sus rincones con empeño y valor, con incesante dignidad e irrefutable ímpetu de conquista; y lo hicieron mucho tiempo antes de que el desquiciado ser humano llegara a destruir el entorno y diezmar la Naturaleza. Aquellos seres extraordinarios, con su inmensa pluralidad, convivieron con los dinosaurios, a quienes dieron alimento y ofrecieron convivencia; sembraron sabiduría y esperanza después de cataclismos naturales devastadores; y gracias a sus habilidades excepcionales, el mundo no ha sucumbido ante la idiotez exponencial del hombre. Se puede afirmar con clarividencia que los insectos son los legítimos habitantes del Planeta Tierra y sus más responsables, amorosos y osados guardianes, y que todas las demás especies son intrusos efímeros, polizones temporales condenados a perecer, tarde o temprano, en una casa que no es suya.
Cuando los griegos los vieron, los nombraron “éntomon”, cortados, debido a las maravillosas y artísticas incisiones que tienen en su cuerpo. Los latinos lo que único que hicieron fue trasladar esa definición a su lengua y llamarlos “insectus”, cortados. Cuando nuestros antepasados vieron a los insectos sufrieron un trauma del que no hemos podido sacudirnos como especie por su evidente superioridad genética, moral e intelectual.
Se vienen festines de insectos, orgías públicas en lo que asumen como su propio reino: la Tierra. Respetémoslos. Somos huéspedes indeseables e impuestos en su hogar legítimo e histórico.