Pensar Juntos, sustituir lenguajes
Cesar Alan Ruiz Galicia me atribuye la provocación que derivó en su primera valoración sobre el debate presidencial.
Cuando nuestro dialogo devino en convocatoria no se había emitido aún la noticia, o supuesta confirmación, sobre el atroz asesinato de los estudiantes de cine de Guadalajara. Otro episodio desgarrador de nuestra ya vasta trayectoria de indescriptible infierno. Comentando el hecho con Sophie Alexander Katz hablamos, ante la necesidad de desahogo, de los muchos lenguajes paralelos que habitan nuestro país. El lenguaje del crimen ha naturalizado códigos de entendimiento de la realidad en donde la vida vale poco y acabar con ella es el primer recurso, disolver en acido o quemar a campo abierto es normalizado en el repertorio de conducta. Habrá quien este consciente de la distorsión que ello significa, pero entre tanta cabezas y descabezamientos habrá, también, quien ni si quiera considere otras alternativas.
En la misma lógica, nuestra clase política, quienes desde hace año se han repartido los acrgos a partir de cuotas e intercambio de favores, parece sobrevivir gracias a su propio lenguaje, a su encapsulamiento y a su zombificación. Han creado una dinámica de relaciones basada en el intercambio de chantajes de tal manera que con muy poco oxigeno de representatividad han podido acomodarse negociando entre ellos mismos. Su lenguaje está dominado por los códigos del negocio y la mercadotecnia. Lo público, como una de las expresiónes de lo común se pierde en el imaginario y con ello también se diluye la política. Pocas son las afirmaciones, durante la campaña, que están guiadas por una noción de proyecto societal y su aterrizaje en una arquitectura institucional que de viabilidad a nuestro país. Casi ninguna mira más allá del cortoplacismo complaciente y, la mayoría de las veces, para con los círculos del privilegio.
El discurso en campaña está guiado por la lógica de la ruptura con lo conveniente pero por viabilizar expectativas a partir de la articulación con agentes diversos hasta la contradicción. Está guiada por, si acaso, una lucha descontextualizada contra la corrupción que asume el riesgo del vaciamiento del estado y con ello el debilitamiento de las herramientas de la política a favor de una lógica de mercado sustentada en la estratificación. El fortalecimiento democrático de la institucionalidad pública, la recuperación de la independencia económica para poder ejercer la soberanía y hacer exigibles los derechos no aparece en ninguno de los guiones electorales.
Romper la burbuja y los ciclos perversos no será posible si los agentes alternativos no disputan a partir de dispositivos que ayuden a reconstruir y legitimar el lenguaje de los político, lo público y lo común.
El escenario del muy posible triunfo de Andrés Manuel López Obrador se ha venido construyendo durante ya varios años mediante muy diversas maneras, entre las que se encuentra, por supuesto, la continuidad de la actividad del dirigente de Morena manteniendo presencia continua en todo el país insistiendo, sobre todo, en la denuncia de la corrupción descarada en la que, efectivamente, incurren muchos de los gobernantes actuales y de tiempo atrás y cuyos mecanismos de robo cada vez son más complejos y arraigados en la arquitectura institucional.
Pero otra importante estrategia de Andrés Manuel y de Morena para viabilizar su triunfo ha sido la de articular agentes y organizaciones cuyo comportamiento responde a características propias de lo que ellos mismos han calificado como “la mafia del poder”. Cada quien tendrá su opinión sobre la conveniencia o necesidad de estas alianzas pero, en todo caso, habrá que reconocer que no es lo ideal y que responde a la imposibilidad de construir una mayoría social de corte progresista. No son pocas las inercias virtuosas que pueden desencadenarse con el triunfo de AMLO, pero habrá que ver que tanto pueden sostenerse en tanto no estén sustentadas en un programa, en las reivindicaciones personales del personaje, en el acuerdo de la coalición que lo lleva al gobierno o en el estado de animo de buena parte de su base de apoyo.
De alguna manera, empezando por lo que hay, habrá que ir generando un sentido común que obligue a quienes ocupan los cargos de gestión pública a contrarrestar las inercias autoritarias que dominan la arquitectura institucional, así como a impulsar la transformación del conjunto de normas y procedimientos. Pero habrá, sobre todo, que continuar, los trabajos, que desde diversos frentes se han venido haciendo, para construir cajas de resonancia de proyectos progresistas que puedan irse sintonizando mediante la sustitución del lenguaje del crimen, el negocio y la mercadotecnia por los de lo político, lo público y lo común. Sustituir el convencimiento a base del spot, la confrontación ante el desacuerdo o la aspiración a incondicionalidad, y hacerlo con base en el convencer y no vencer de los zapatistas. Con Base en criticar y pensar. Con base en atrevernos a pensar juntes.