Mosquito
Un mosquito vive entre diez y treinta días, tiempo en el que se convierte en artífice de una maldad suprema y de una perversión desquiciante.
Quizá la principal prevaricación de un mosquito es atentar contra el legítimo sueño del hombre. No deja de ser llamativo que esta capacidad de generar dolor puede ser provocada por un solo mosquito, es decir, a diferencia del resto de las especies no requiere actuar en grupo para orquestar un tormento sobre otros seres vivos.
Otras especies que han atentado contra el sueño humano sucumben con facilidad ante nuestros propios artificios; por ejemplo, los perros constantemente son envenenados por algún vecino maligno y de sangre fría, como si tan noble mascota fuera un simple Papa. Anatole France, en voz de uno de sus ángeles, decía que habría que “estrangular al último Papa con las tripas del último Rey”.
Estrangular a un mosquito es imposible, y envenenarlo es muy difícil, dado que tienen una capacidad de adaptación y supervivencia inauditas. Ningún insecticidio, y se realizan millones al día en todo el mundo, podrá jamás diezmar su existencia; no como un solo genocidio lo haría sobre nosotros. Son dramáticamente superiores al ser humano.
Pero además de su superioridad evidente, el mosquito es un insecto facineroso que actúa guiado por un destino manifiesto que no es otro más que perturbar la paz del hombre.
Su paso destructivo por el espacio aéreo de una habitación es invencible. Esquiva el manotazo, esquiva el almohadazo y aún permanece inmutable ante el arma más poderosa que tiene el ser humano, la palabra razonada: “vete de aquí, hijo de la chingada”, y no se inmuta, no retrocede. Ni Edgar Allan Poe imaginó semejante pesadilla porque vivió muy al norte del trópico y prácticamente la mitad del tiempo intoxicado por el alcohol.
Absolutamente desarmados y absolutamente rezagados en la carrera genética, estamos frente a una batalla perdida. A pesar de su diminuto tamaño, de su limitada esperanza de vida y de que generalmente actúa solo, el mosquito es un ser infinitamente superior en maleficencia que no dejará de atormentarnos hasta el final de nuestros días.