El fin del enigma: Borges no recibió el Nobel por “exclusivo y artificial”, y por elogiar a Pinochet

Borges fue despachado por el presidente del Comité del premio, Anders Osterling, con el siguiente argumento: resultaba «demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura». ¿Difícil de creer? Más bien la respuesta sueca parece obvia, aunque no por ello menos infamante.

¿Por qué Borges nunca recibió el Premio Nobel? La pregunta, por demás inquietante, ha salvado del silencio incómodo millones de conversaciones a lo largo del mundo. Algunas de éstas en aburridas sobremesas o reuniones familiares. También, esta pregunta ha dado pie a salvajes conversaciones ya sea en inolvidables francachelas, acalorados debates en círculos de estudio, en salones de clases, revistas culturales o en los más selectos y perversos circuitos literarios.

El hecho de que Jorge Luis Borges jamás haya recibido el más alto galardón de la literatura universal ha perturbado, a lo largo de la historia, a más de uno. Ni duda cabe, todos conocemos a un amigo clavado con el escritor argentino, uno de esos seres capaces de defender el prestigio borgiano incluso en perjuicio del propio Borges. Voy a suponer que también la mayoría de nosotros ha consolado, al menos en una ocasión, a un amigo que no ganó beca del Fonca diciendo “no te desanimes, si Borges no ganó el Nobel…”

El mismo Borges se tomaba a broma el tema. «Es una antigua tradición escandinava: me nominan para el premio y se lo dan a otro. Ya todo eso es una especie de rito», declaró en una entrevista que le realizaron en 1979. Un año después, el 8 de octubre 1980, Gabriel García Márquez (quien fuera premiado con el Nobel dos años después) publicó un artículo para el diario español El País titulado “El fantasma del Premio Nobel”, en donde escribió lo siguiente:

“Todos los años, por estos días, un fantasma inquieta a los escritores grandes: el Premio Nobel de Literatura. Jorge Luis Borges, que es uno de los más grandes y también uno de los candidatos más asiduos, protestó alguna vez en una entrevista de Prensa por los dos meses de ansiedad a que lo someten los augures. Es inevitable: Borges es el escritor de más altos méritos artísticos en lengua castellana, y no pueden pretender que le excluyan, sólo por piedad, de los pronósticos anuales.”

Gabo agregó: “Lo malo es que el resultado final no depende del derecho propio del candidato, y ni siquiera de la justicia de los dioses, sino de la voluntad inescrutable de los miembros de la Academia Sueca. No recuerdo un pronóstico certero. Los premiados, en general, parecen ser los primeros sorprendidos.”

Esta misma sorpresa unió, a través del tiempo, a un dramaturgo irlandés y a una estrella de rock estadounidense, tanto Samuel Beckett como Bob Dylan cuando recibieron la noticia exclamaron básicamente lo mismo: “¡Dios mío, qué desastre!”. El caso de Dylan fue más extraño, porque no sólo el propio premiado (quien mostró aversión al premio), sino muchas personas —incluidos los propios fans del músico— exclamaron lo mismo al saber la noticia.

Es cierto, la realidad es terrible. Pero no inevitable. Al final, llega el momento en que toda verdad es revelada. Hace poco, siguiendo otra tradición secretista (la de esperar medio siglo para hacer públicas las razones de la decisión más importante de la literatura), la Academia Sueca desclasificó el informe del Nobel de 1967, con lo cual reveló una de las noticias más esperadas por el mundo: Borges no recibió el premio por una razón muy sencilla. Tan sencilla como aniquiladora, tan breve como punzante, entre más breve más devastadora.

El autor de Ficciones no recibió el premio en 1967, cuando su nombre era el de un serio candidato a la medalla, ese mismo año en que terminó ganando el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (autor de El señor presidente). Según recoge el diario sueco Svenska Dagbladet, Borges fue despachado por el presidente del Comité del premio, Anders Osterling, con el siguiente argumento: resultaba «demasiado exclusivo o artificial en su ingenioso arte en miniatura». ¿Difícil de creer? Más bien la respuesta sueca parece obvia, aunque no por ello menos infamante. El peso del tiempo la consagrará como una de las frases más insoportables de la historia.

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Ahora sabemos que no corrió con la suerte del oscuro y muy curioso autor de Esperando a Godot, quien fue condenado por «la tendencia nihilista y pesimista sin fondo» de su obra, lo cual era contrario al espíritu de Alfred Nobel. Sin embargo, la Academia Sueca finalmente reconocería a Beckett otorgándole la medalla en 1969, con lo cual condenaría a Borges a una tumba sin la vanagloria del premio.

 

Otra versión

Circula otra versión, una que el propio García Márquez ha comentado, en donde se dice que Jorge Luis Borges era ya el candidato ganador en el año 1976, pero a “última hora” descartado, ganando el autor norteamericano Saul Bellow. Muy poco se sabe realmente al respecto de los procedimientos de la Academia Sueca para elegir al ganador. A pesar de que ya se ha escrito un libro El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión, firmado por el escritor Kjell Espmark, quien fuera presidente durante años del Comité Nobel.

Para el común de los mortales todavía hay muchas preguntas sin respuesta: “¿cómo proceden?, ¿cómo se ponen de acuerdo?, ¿cuáles son los compromisos reales que determinan sus designios?”. De esta manera, da la impresión que las determinaciones de los académicos suecos son imprevisibles, y en algunos casos, contradictorias.

A veces, mejor dicho, muchas veces, estas decisiones aniquilan cualquier quiniela. Por ejemplo, durante los años más recientes. Recordemos que la Academia sueca llevaba dos años estirando las fronteras de la literatura al premiar a Dylan y a la periodista Svetlana Alexiévich. Sin embargo, en el 2017 regresó a los cauces convencionales al premiar al escritor británico Kazuo Ishiguro. Aunque el nombre de Ishiguro no figuraba en las quinielas, por lo cual fue una verdadera sorpresa, no fue en ningún sentido controvertida tal decisión, pues se trata de un autor de amplio reconocimiento que contaba ya con prestigiosos galardones como el Booker Prize

Lo que sí se sabe es que existen periodos que han definido las actitudes de la Academia. Algunos periodos evidentes que se pueden mencionar son los idealistas, los populares, y los innovadores. Es difícil predecir en que periodo se encuentra la Academia puesto que cada año representa un periodo distinto. Por consiguiente, los enigmas siguen provocando fantasmas.

 

Un buen récord

Podría pensarse que el autor de “El Aleph” rompió un buen récord. Pues su nombre sonó como candidato durante poco más de treinta años, desde 1956 —cuando recibe un doctorado honoris causa por la Universidad de Cuyo (Argentina) y se le concede el Premio Nacional de Literatura— hasta 1986, el año en que muere.

Detrás de los reiterados rechazos a Borges hubo otro motivo, más “grave” y no precisamente de índole literaria. Tal parece que todo tuvo que ver con cuestiones políticas. En 1976 —el año en que su nombre ya estaba entre los ganadores— visitó Chile para recibir el doctorado honoris causa de la Universidad de Chile. La ceremonia estaba presidida por el presidente del país, nada más y nada menos que Augusto Pinochet. El diario chileno La Tercera recogía parte de su discurso: «En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita». El discurso de agradecimiento marcó a Borges como una suerte de «persona non grata» para el premio.

Como si esto no fuera suficiente el argentino tuvo otro desliz, después del acto, Borges se reunió con Pinochet en privado. Esto lo narra García Márquez en el artículo ya citado:


“Lo cierto es que, el 22 de septiembre de aquel año —un mes antes de la votación—, Borges había hecho algo que no tenía nada que ver con su literatura magistral: visitó en audiencia solemne al general Augusto Pinochet. «Es un honor inmerecido ser recibido por usted, señor presidente», dijo en su desdichado discurso. «En Argentina, Chile y Uruguay se están salvando la libertad y el orden», prosiguió, sin que nadie se lo preguntara. Y concluyó impasible: «Ello ocurre en un continente anarquisado y socavado por el comunismo». Era fácil pensar que tantas barbaridades sucesivas sólo eran posibles para tomarle el pelo a Pinochet. Pero los suecos no entienden el sentido del humor porteño. Desde entonces, el nombre de Borges había desaparecido de los pronósticos.”

Y, como si esto no fuera suficiente —again—, Borges fue entrevistado y definió al dictador como una «excelente persona», destacando «su cordialidad» y «su bondad». María Kodama, por supuesto, tiene otra versión del asunto. En 2016, mientras la viuda presidía un acto conmemorativo por el treinta aniversario de la muerte del literato, comentó al respecto del tema: «Todo el mundo sabe que es una cuestión política». Y prosiguió a contar el relato de la visita de Borges a Chile, subrayando que «él no fue invitado por Pinochet, sino por la Universidad de Chile» y que lo normal era que un presidente acudiese a una celebración así. Finalmente, declaró: «La gente es muy perversa, porque cuando un hombre como él recibe un doctorado, es protocolo que vaya el presidente del país».

 

Un factor decisivo


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Una cosa queda clara, la política siempre es un factor decisivo en cualquier asunto. Aunque los involucrados jamás se atrevan a confesarlo.  Sobre todo, en esa historia de las decisiones tomadas por la Academia Sueca. Esta historia, por demás interesante, es tan vasta que incita a una investigación aparte. Mencionemos sólo algo que atañe al tema Borges, en 2010 el periodista Juan Cruz, del diario español El País, entrevistó a Kjell Espmark (autor del ya mencionado El Premio Nobel de Literatura. Cien años con la misión). Una de las preguntas fue esta: “Dice que la política no es un factor decisivo en la concesión de los Nobel. Pero ¿qué pasó con Jorge Luis Borges?”. La respuesta es la siguiente:

La política no entra en juego en los Nobel, eso es así. Lo que sí hay es un efecto político, pero nunca una ambición política al otorgar el premio. Es fundamental entender eso. Pero cuando hay un efecto político la gente cree que se ha elegido ese candidato por esos motivos. En 1970, cuando se le otorgó el Nobel a Solzhenitsin, no hubo una motivación política, pero los rusos lo interpretaron como un acto político. De hecho, fue el embajador sueco en Moscú quien recomendó postergarlo para que no afectara a las relaciones bilaterales URSS-Suecia. La Academia se negó y se lo dieron.”

La entrevista sigue su curso, y llega a un momento culminante, cuando Espmark meciona el tema político pero desde otro ángulo. El periodista insiste: “Cuenta usted en su libro que molestó en la Academia que Neruda hubiera elogiado a Stalin durante muchos años…” Espmark espeta:

“Sí, eso puede suceder. Hay casos especiales. Si usted lee la biografía de Ezra Pound y encuentra ahí que es alguien que quería que todos los judíos fueran exterminados, entenderá que es imposible nominarle… Si alguien hubiese apoyado a Pinochet y sus masacres, elegirle habría sido imposible. Pero que el escritor, sea de izquierdas o de derechas, no tiene mayor trascendencia.”

La respuesta de quien fuera por muchos años presidente del Comité Nobel es reveladora. Tras levantarse el telón que protegía el misterio, en estos tiempos en que las verdades son tan inclementes que abruman, en estos momentos en que la información nos quema el rostro, tenemos, en el “fondo de nuestro corazón”, sólo nos queda la certeza de que las especulaciones sobre este tema han terminado. Algo también queda en nuestra alma, Borges es y será siempre Borges —el gran escritor—, a pesar de él mismo, de sus desaciertos políticos y morales, a pesar de su prestigio y del aura “exquisita” de su obra, a pesar de los premios que recibió y, por supuesto, del Nobel que jamás alcanzó.

 

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