¿Quiere contaminar? Pase a pagar a la ventanilla 3
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LA CRISIS AMBIENTAL Y LAS RESPUESTAS FALLIDAS
Autor: Alejandro Larios Barrientos, Colaboradora: Paricia Robles Muñiz
Un fantasma recorre el Valle de México: el fantasma de la contaminación. ¿Y ahora quién podrá defendernos? ¿Cómo lo acabaremos si el Dios Tlaloc no nos ayuda con el poder de la lluvia? Podría resultar ridículo leer lo anterior, pero es real, algunas personas consideran que la contaminación es algo que debe ser resuelto con fuerzas externas, como sino fueran nuestras acciones las causantes de esto. Aterricemos, la contaminación no es un fantasma, ni un ente autónomo, ni un caso de la generación espontánea. La contaminación es consecuencia (o ausencia) de nuestros actos, y por ende, las soluciones deben venir de responsabilizarnos y tomar cartas en el asunto.
En las últimas semanas el Valle de México ha vivido (y seguramente seguirá viviendo) una crisis ambiental. La contaminación ha provocado que la calidad del aire se califique como “muy mala”, lo que implica que niños y ancianos presenten con mayor medida trastornos respiratorios y cardiovasculares, y que la población en general sea más vulnerable a enfermedades pulmonares. Como respuesta a esto, el gobierno ha declarado una contingencia ambiental, limitando la actividad física, el uso del automóvil y otras actividades. Esta medida es la típica “curita” que pone el gobierno ante los problemas cuando nos llegan hasta el cuello. La pregunta ahora es, además de la contingencia ¿qué otras acciones se tomarán? ¿Existen más medidas para mitigar la contaminación? Para responder esto tenemos que entender primero las causas del problema.
¿Qué ha generado la contaminación?
De acuerdo con el sistema de monitoreo atmosférico de la Secretaría del Medio Ambiente de la Ciudad de México, los principales contaminantes del aire son las fugas de gas LP doméstico, la quema deficiente de estufas, el uso de pinturas y solventes, la actividad industrial, y los vehículos motorizados. El discurso del gobierno está enfocado a enlistar de manera superficial los elementos que dañan el ambiente, pero poco se centra en responsabilizar al ser humano, y mucho menos indaga en qué nos mueve a contaminar de manera desmedida. Parece paradójico afirmar que somos nosotros quienes ajustamos cada vez más la soga que nos terminará ahorcando. Sin embargo, es real. Pero ¿por qué haríamos algo así?
Una posible explicación, más no la única, la podemos rastrear en el “desarrollo” capitalista que hemos seguido:
Por un lado, se ha fomentado un sentido de vida materialista en el que la importancia de una sociedad se encuentra en el valor agregado que produce. Consecuentemente, el valor personal también se basa en cuánto tenemos, cada cuándo desechamos celulares, si te transportas en auto privado, entre otras cosas. De tal forma que alimentar nuestra aspiración personal, se hace a costa de una producción y consumo sin límites ni responsabilidades ambientales. Por otro lado, esta corriente engolosinada con el crecimiento económico ha impulsado ciudades competitivas a partir de la atracción de inversiones. Generalmente esto nos lleva a priorizar infraestructura sin planeación en la que sea fácil observar la concentración de capital. Un ejemplo de ello son los famosos distritos comerciales y financieros como el que se hizo en Santa Fe (Cd. Méx.). En éste, bajo la idea un espacio globalizado que copiaba modelos de ciudades de primer mundo, el gobierno facilitó la instalación de centros comerciales, oficinas y viviendas de lujo desconectada de la ciudad. Al concentrar oficinas y empleos en un sólo lugar, se incrementó la demanda de transportar mucha gente al mismo tiempo, lo que aumentó embotellamientos, emisiones, sobrepoblación en el transporte público, etc.
Dado las causas expuestas, se esperaría que para hacer frente a la crisis ambiental se busque una transformación social dirigida a la consciencia colectiva y a una planeación urbana sustentable. Pero ¿hemos hecho esto en México?
Las respuestas del gobierno
Las acciones más comunes que se dan a la crisis ambiental, se podrían dividir en tres tipos: 1) Restricciones de actividades, por ejemplo la contingencia ambiental. 2) Apostar al desarrollo tecnológico como solución del problema, como los autos eléctricos o la instalación de convertidores catalíticos. 3) Incentivos como el subsidio a la tenencia para autos eléctricos, o la asignación del holograma “0” y “00”. Estas medidas parecen útiles a primera vista, pero fallan en lo siguiente:
- Comodifican el ambiente – esto significa que a la naturaleza se le asigna un valor y puede ser comercializado como si fuera cualquier otro bien económico. Así, usted puede acabar con la calidad del aire si tiene con qué pagar sus acciones. Un ejemplo claro es el programa Hoy no Circula y sus respectivas fases. Con el fin de mantener una buena calidad del aire en el Valle de México, se han puesto a la “venta” los “permisos” para contaminarla. Es decir, dependiendo del tipo de coche que usted compre podrá acceder a un tipo de holograma que le permitirá usar su auto (contaminar) determinados días de la semana. Y claro, entre más costoso sea, más días podrá contribuir al tráfico, y por ende, incrementar la contaminación (directa o indirectamente). Esta iniciativa especificamente, ha sido fallida pues la gente que tiene mayores ingresos compra más autos para no limitar su movilidad y así el número de autos en la calle no ha disminuido.
- Creen que el comportamiento se cambia de fondo con incentivos y castigos – se piensa que con esfuerzos aislados de la cultura, basados en premios y castigos se puede moldear la manera en que la gente come, se mueve o camina. No obstante, tratar de controlar el comportamiento humano con teorías conductuales, no ha logrado un cambio social de fondo, ya que si no hay una aplicación de la ley, o las condiciones cambian, la población va a dejar de hacer lo que se suponía que tenía que hacer. Por ejemplo, los casos de personas que no tiran basura en EEUU durante los 10 o 15 años que viven ahí, por el miedo a las repercusiones legales; pero una vez que cruzan la frontera vuelven a tirar basura.
- Apuestan todo a la tecnología– esto tiene principalmente dos implicaciones. Primero, la experiencia histórica ha mostrado que las soluciones basadas únicamente en tecnología tienden a ser “parches” o “apaños” (en inglés technical fix). Es decir, se “resuelve” el problema por encima y de forma temporal y no de raíz, por lo que será necesario crear cada vez más tecnologías que resuelvan los “errores” de las anteriores. Segundo, una excesiva confianza en la tecnología provoca que se diluyan presiones políticas y responsabilidades ciudadanas desincentivando la búsqueda de una solución real.
- Ignoran relaciones de poder que automaticamente refuerzan inequidades socioambientales- las respuestas que se dan, siguen un modelo de recetas generales, sin tomar en cuenta el contexto desigual que se vive actualmente. En consecuencia, se preescriben soluciones que favorecen a grupos privilegiados, tanto social como ambientalmente. Por ejemplo, el programa hoy no circula, que describimos arriba, genera que solo unos cuantos puedan acceder a circular diario, y por ende a contaminar diario el ambiente que TODOS respiramos. Por si fuera poco, estas personas que pagan por contaminarnos, frecuentemente tienen medios para acceder a un seguro médico o doctor privado que le ayude a hacer frente con enfermedades respiratorias, lo que para una persona de bajos recursos, será más difícil.
Hasta este punto, usted lector, pensará que queremos proponer que volvamos a las cavernas y desechemos los avances de la humanidad, o que evitemos vivir en el mundo capitalista, pero ¡no es así! No creemos que las medidas anteriores sean del todo malas. No obstante, proponemos que se debe hacer un alto en el camino para repensar si lo que decidimos hoy, no nos llevará a mayor contaminación e injusticias el día de mañana.
Abriendo caminos: acciones colectivas
La buena noticia es que constantemente el curso de las cosas suele modificarse en momentos de crisis, hartazgo o de alto riesgo como el que estamos viviendo. Nos encontramos en un momento clave en el que podemos ser agentes de cambio para dirigir nuestra ciudad hacia un futuro donde se pueda vivir de forma plena y sana, en armonía con la naturaleza, y evitando injusticias sociales.
Tomando en cuenta algunos aspectos del diagnóstico realizado arriba, es evidente que las respuestas actuales fallan en la búsqueda de una concientización profunda y en la falta de un cuestionamiento a las estructuras de poder; por lo que creemos que algunas acciones que se pueden tomar son:
- Ver a la contaminación como algo que es parte y causa de nosotros. De este modo será más directo atacar el problema.
- Aceptar y exponer el problema de la contaminacion como parte del desarrollo de unos cuantos grupos privilegiados. Con esto, se podrá presionar hacia la generación de políticas públicas que no refuercen más estos privilegios. Por ejemplo, invertir más en transporte público de calidad, seguro, eficaz y aumentando su capacidad, en lugar de gastar el dinero en obras que prioricen el uso del automóvil.
- Realizar un compromiso social y personal. No basta con esperar a que el gobierno nos ofrezca soluciones, las cosas pueden cambiar desde un nosotros y podemos iniciar con actos de consciencia ambiental. Iniciemos por cambiar los estilos de vida contaminantes, así como dejar la apatía y exigir una corresponsabilidad de la comunidad y del gobierno.