La Ciencia detrás de la Danza
Aunque suele ser controvertida la forma en la que la Ciencia reduce nuestros comportamientos a procesos biológicos como la supervivencia y la reproducción, es importante considerar lo que algunos investigadores plantean para explicar nuestras formas de socializar. No cómo una explicación única e irrefutable, sino como una ruta más para entender algunos de nuestros comportamientos más comunes; considerar la información extraída de forma científica, como una pieza más, y muy importante, del rompecabezas que supone la complejidad humana.
Algo como lo que sucede con Nick Neave, investigador de la Universidad de Northumbria (Reino Unido), quien asegura que “Cada uno tiene su manera natural y espontánea de bailar, imposible de fingir” y que “A través de estos movimientos, emitimos señales muy honestas sobre nuestro estado físico y emocional al sexo opuesto y a los posibles competidores”.
Y es que el trabajo de Neave y su equipo parte de que, en el reino animal, la danza del macho es un claro indicador de su fuerza, tiempo de reacción y calidad del sistema esquelético y nervioso. Así que parece lógico suponer que, como expone este científico, “cuando el ser humano baila transmite esta misma información. Los hombres demuestran su fuerza física y las mujeres su potencial reproductivo”.
Pero el valor de la Ciencia consisten en demostrar o refutar lo que la intuición nos dicta, así que para investigar qué movimientos resultan más atractivos en ambos géneros, Neave reclutó a hombres y mujeres y los puso a bailar al ritmo de música pop. Digitalizó sus movimientos, los transformó en avatares en 3D sin rasgos físicos reconocibles y buscó voluntarios del sexo opuesto que valoraran la actuación. “De esta manera, las personas que evalúan a los bailarines no se distraen con su aspecto, ropa, etnia… solo se fijan en el movimiento”, aclara el experto. Y es por eso que de su trabajo se puede extraer la información precisa para saber cómo sobresalir en la pista de baile.
Cómo mover el cuerpo para atraer
Si usted es un hombre y desea ser apreciado como un buen bailarín debe saber que las mujeres se fijan sobre todo en la parte superior de su torso, es decir, en la velocidad, la variabilidad y el alcance de los movimientos de su cabeza, cuello y hombros. “En general, los hombres fuertes bailan mejor”, expone Neave en la revista Biology Letters.
Pero no se trata solo de fuerza bruta, la danza masculina también refleja cualidades personales, como ser más o menos extrovertido, agradable o estar interesado en la búsqueda de nuevas emociones. Según matiza el investigador británico, “el objetivo no es solo atraer a las mujeres, sino demostrar al resto de varones la confianza en uno mismo y la dominancia sobre los demás”.
Respecto a las féminas, su éxito en la pista de baile se mide por sus caderas. En la investigación los movimientos femeninos que fueron mejor evaluados por los hombres fueron el balanceo de caderas, un movimiento asimétrico de muslos y uno intermedio de brazos. “Esta asimetría entre brazos y piernas podría tener significado biológico”, apuntan los investigadores en el trabajo publicado en Scientific Reports.
Un desplazamiento independiente de extremidades superiores e inferiores demuestra un elevado control motor. Sin embargo, si la asimetría es demasiado exagerada deja de ser atractiva, pues puede significar justo lo contrario y hasta, en casos extremos, enfermedades como párkinson o el Síndrome de Tourette.
Hay que considerar que, cómo en muchas de las investigaciones de este tipo, la de Neave tiene un sesgo sexista, ya que las mujeres fueron evaluados por los hombres y viceversa, sin considerar la importancia de la diversidad sexual.
A pesar de esto, el investigador señala de forma apropiada que aún cuando “analicemos la danza de manera científica, no debemos olvidar que lo esencial es pasárselo bien”, y aunque añade que las diferencias entre hombres y mujeres existen y que son constantes en todas las culturas, también acepta que “el baile del ser humano no es un mero cortejo, como sucede en otros animales”.
Somos más sociables gracias al baile
La música y la danza están presentes en los rituales de todas las culturas humanas conocidas. “El baile es un lenguaje, una expresión que emerge de una comunidad. […]. Si te sabes los pasos significa que perteneces al grupo”, expone la coreógrafa afroamericana Camille A. Brown en una charla TED que repasa la cohesión social a través del baile a lo largo de la historia.
Ante la elemental pregunta ¿Por qué bailamos?, Brown responde de forma categórica: “Para movernos, soltarnos, expresarnos”, pero si expandimos la duda en términos comunitarios y nos cuestionamos ¿Por qué bailamos juntos? la respuesta es más compleja y enriquecedora: “Para curarnos, para recordar, para decir ‘nosotros hablamos la misma lengua. Existimos y somos libres”.
Por otra parte, el experto en psicología evolutiva Robin Dunbar afirma que “La búsqueda de pareja casi siempre parasita otros mecanismos que ya existen. Respecto al baile, parece que su función primera fue la de cohesión social y luego el cortejo también lo explotó”.
Y es que “bailar dispara el sistema de endorfinas del cerebro y genera una sensación de calidez y calma que te hace sentir más cercano a la gente que danza contigo”, sintetiza Dunbar. Esta percepción de afinidad ya aparece cuando coincidimos con alguien haciendo algo tan simple e inevitable como seguir con el pie, la cabeza o el dedo un ritmo que oímos.
El movimiento espontáneo de seguir con el cuerpo una cadencia externa y hacerlo a la vez que otra persona es una habilidad sin parangón en el reino animal y se empieza a dar en escolares de entre cuatro y ocho años, aunque requiere de cierta práctica y aprendizaje. De todos modos, los prerrequisitos para este fenómeno ya se manifiestan en bebés, por lo que parece ser una capacidad inherente al cerebro humano.
La danza es una droga
De manera innata o aprendida, cuando dos personas hacen pequeños movimientos a la vez, se incrementan sus sensaciones de simpatía mutua. Hasta ahora, la explicación a este suceso era que se activaban de manera simultánea sus respectivas redes neuronales de acción y percepción, y esto contribuía a difuminar la barrera entre los propio y lo ajeno.
El equipo de Dunbar ha ido un paso más allá y ha demostrado que los mecanismos del control del dolor del cerebro, las endorfinas, están también implicados en el papel cohesivo del baile. Para ello, reclutaron a 264 estudiantes brasileños, los agruparon de tres en tres y les animaron a bailar música electrónica siguiendo ciertas instrucciones: moverse con más o menos sincronía entre ellos y con distintos niveles de intensidad.
Después, los investigadores midieron su tolerancia al dolor, una manera indirecta de cuantificar la segregación de endorfinas, y sus sentimientos de proximidad hacia los integrantes de su grupo de tres y el resto.
Sus resultados, publicados en Biology Letters, fueron claros: tanto el esfuerzo como la sincronía elevaban de manera independiente la tolerancia al dolor y la sensación de pertenencia al grupo. Aunque ya se sabía que el movimiento muscular, aunque poco intenso, disparaba las endorfinas, ahora los científicos han descubierto además que “la sincronía es capaz de doblar el efecto placentero que provoca el ejercicio”, afirma Dunbar.
La liberación de estas sustancias, también conocidas como las ‘hormonas de la felicidad’, genera placer, euforia y tiene un efecto analgésico hasta 30 veces mayor que la morfina. Este sistema se activa de manera muy potente en las relaciones sociales, y refuerza la interacción con otros individuos. Dunbar y su equipo consideran que este mecanismo está en la base evolutiva de la función cohesiva del baile.
Está cascada de reacciones a nivel neuronal es un gran aliciente para hacer de la danza una práctica cotidiana, porque como el propio Dunbar señala “a lo largo de la evolución humana, la interacción social ha sido clave para nuestro bienestar y salud”. El baile probablemente fue fundamental para afianzar esa interacción social en grupos de gran tamaño y una prueba clara del valor profundo de lo ritual en nuestra forma de relacionarnos.
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Selección, edición y notas del Colectivo Alterius | Con información de un texto de Marta Palomo para Agencia Sinc.