La Karakola: Otro espacio cultural amenazado por el Gobierno de la CDMX
No es fácil vivir en la Ciudad de México, esta extensa masa de concreto que colapsa sin remedio ante la mirada vacía de sus dirigentes. Contaminación, inseguridad, sobrepoblación, insuficiencia en los sistemas de transporte (públicos y privados), desplazamiento interno, desabasto de agua, múltiples problemas que se agravan mientras nuestros derechos fundamentales se mutilan (por ejemplo el legítimo derecho a la manifestación) para intentar mantener el control político y económico de la capital del país.
Pero aún en ese oscuro escenario, la Ciudad vibra gracias a un cúmulo de bellos espacios que se elevan para insertar otro relato para sus habitantes; uno más humano y que se resiste a perder de vista los bosques que nos rodean junto a ese concreto. Uno de esos espacios se encuentra en la Plaza Villa Madrid, específicamente en el número 7 que se ubica al costado derecho de la emblemática fuente de Cibeles en la Colonia Roma Norte.
Les hablo de La Karakola, un pintoresco rincón que más que una cafetería es una auténtico centro cultural y que hoy ha sido clausurado de manera ilegal, como han hecho en fechas recientes con otros espacios que fomentan la reestructuración del tejido social en la zona metropolitana. Un conflicto que es mejor entenderlo desde las experiencias que comparten para Tercera Vía, las personas afectadas por este desalojo.
Luz Gitana, bailarina.
Tengo un par de años visitando este sitio regularmente y Luz Gitana siempre me ha recibido con una sonrisa, me acerco a ella porque por lo que he podido observar es una de las más comprometidas con el proyecto. Lo primero que me explica es que para ella “La Karakola es un rincón de libertad en la Ciudad” y continúa explicándome que las personas que iniciaron el proyecto se conocieron en el movimiento contra la guerra en Irak; “Hacemos actividades pacifistas (eso fue lo que nos acercó inicialmente) y actividades artísticas”, me comenta con notable tranquilidad a pesar del difícil momento que están pasando.
Entre las cosas que destaca del espacio es su “relación fraternal con las comunidades indígenas; zapatistas, yaquis, diversas comunidades en Guerrero y otros estados del país”. Para ella lo que les unificó fue el sueño de “Tratar de hacer una nueva ventana hacia el nuevo mundo. No sólo criticar este que ya existe, sino vivir en los hechos el nuevo”. Un nuevo mundo que inicia con formas distintas de relacionarnos: “En la Karakola todas y todos ganamos lo mismo, tenemos relaciones de respeto y fraternidad, hacemos trabajo colectivo”, me explica y termina señalando que ese “Otro mundo no es de explotación, ni de despojo, ni se permite el acoso hacia las mujeres”. Por eso como ella misma dice, “sería muy importante, ya no sólo que se salve la Karakola, sino abrir muchos espacios más como este”. Más ventanas hacia el nuevo mundo.
Para Luz Gitana, la llegada de la Karakola a este punto de la Ciudad fue como una flor que llegó a transformarlo todo. Hace 10 años, cuando decidieron hacer uso de ese espacio abandonado, se mejoraron las formas de convivencia en una zona de alto riesgo y comenzaron a llegar otros proyectos, aunque estos sí con lógica empresarial y sin el valor socio-cultural que les distingue.
Por un lado espacios como La Karakola, revitalizan espacios abandonados, promueven el acercamiento de otros comercios y eso va generando un interés comercial que termina por desplazar la miseria a la periferia (nunca a resolverla) encareciendo rentas, servicios y necesidades básicas; un fenómeno conocido como gentrificación o elitismo urbano.
Es una paradoja que emerge cuando el Gobierno de Miguel Ángel Mancera se funde con una red de poder que involucra inmobiliarias, medios de comunicación oficialistas (medios que, desinformación mediante, anuncian y preparan golpes como el orquestado hacia el Chanti Ollin) y jueces que aprueban de forma ilegal los desalojos (la principal irregularidad es que no hay avisos previos, ni acercamientos antes de ejecutarlos, a pesar de que son edificios que llevan habitados durante más de 10 años con lo cual entran a la figura de prescripción negativa favorable para quienes se han hecho cargo de esos predios).
Enrique, músico.
Enrique me habla un poco de los intereses que están detrás de lo que pasa actualmente. Para él es “obvio que deriva de una visión política, de cómo autoridades locales y del Gobierno central, inversores interesados en el inmueble, tienen la intención de retirar el espacio sin considerar el tipo de propuesta que representa”.
Para Enrique todavía hay formas de recuperar el espacio y esa es la lucha que libran ahora; “Para nosotros este acto mismo de estar unidos en esta resistencia ante este hecho tiene mucho sentido”, me explica mientras yo pienso que justo sus palabras son la prueba de que la Karakola va continuar pase lo que pase y que en realidad, como él mismo señala, “esto es sólo una más de las cosas que les ha tocado vivir en el proceso de ser autónomos”.
Le pregunto justo sobre el movimiento autogestivo, algo que desde mi perspectiva es una especie de revolución silenciosa, ya que se trata de miles de personas organizándose con una visión política muy concreta; la construcción de autonomía. “Esta situación, este tipo de desalojos están recayendo en las personas que tratan de organizarse de forma distinta, precisamente porque el movimiento ha crecido. Ha crecido el número de colectivos y personas que se dan a la tarea de producir su propio sustento, su propia visión de la cultura”.
“Nos vamos a ir encontrando, ya hemos estado vinculados, pero este tipo de situaciones nos van a unir más. De hecho ya ha pasado, desde que nos cerraron nos estamos hermanando con muchas personas que han estado aquí y saben lo que significa La Karakola”. Por eso es que hay optimismo en la mayoría de los habitantes de este centro social y cultural, porque lo tienen bien claro, sin importar los golpes que vengan desde el poder institucionalizado “Vamos a ir mejorando nuestras formas de organización. Un llamado al respeto a las formas alternativas de sostenerse, de compartir, con mayor respeto al medio ambiente y hacia las personas”.
Mi experiencia con La Karakola es peculiar, llegué ahí porque gestionaba junto a otras personas un proyecto de arte libre en la Roma. Había escuchado de ella pero no sabía exactamente donde estaba ubicada pero cuando fortuitamente pasé por ahí, fue fácil identificarla. Los murales que plasman la sabiduría de los pueblos originarios destaca en una zona que se caracteriza por la plastificada estampa comercial de la “nueva condesa”, pero no sólo eso llamó mi atención.
En las mesas se encontraba un grupo de músicos muy particulares, callejeros se les podría decir, aunque en un mundo como el nuestro, lleno de prejuicios y carente de acercamientos profundos, esa conceptualización no haría justicia a la calidad de la música que escuchaba. Supe entonces que eran parte del colectivo que gestionaba la cafetería e inmediatamente hubo una vinculación que se tornó en una economía solidaria que sigue vigente hasta la fecha.
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Luz Oscura, arquitecta y titiritera.
Nuestros encuentros desde entonces han sido variados y en múltiples espacios. Coincidí con Luz Oscura en el reciente encuentro “Las y los zapatistas y las ConCiencias por la Humanidad”, desde entonces hemos intercambiado algunas ideas y sé que además de su formación en Ciencias duras desde la arquitectura y sus conocimientos en bioconstrucción y permacultura, también es titiritera y hace teatro guiñol.
Justo ella me habla de esta forma Otra de hacer economía: “Fue por el arte que nos fuimos conociendo y puedo decir que la Karakola es vivir la experiencia de la autonomía. No hay patrones, nos dividimos los turnos para atender la cafetería, nos organizamos de manera horizontal y tenemos apoyos equitativos. No tenemos un jefe que te hostiga como en las empresas. Aquí vienes de corazón y tienes un compromiso puntual, no necesitas que te estén arreando”. Luz define a la Karakola también como “un oasis en medio de la Ciudad Monstruo”, uno que se solidariza, desde las invasiones a Irak y Palestina, con los pueblos en resistencia y además apoyan al CNI y a los pueblos originarios.
“El proyecto de La Karakola también es uno de recuperar la tierra, este edificio tiene 30 años abandonado y es por eso que decidimos ocuparlo y darle un sentido cultural y social”, me comenta mientras hace una vasta lista de actividades que han realizado; desde proyecciones, eventos culturales, exposiciones, talleres, jornadas en apoyo a otros espacios culturales, tianguis feministas y demás jornadas para señalar y reflexionar los graves problemas que genera la cultura patriarcal, posicionamientos políticos para señalar los crímenes de guerra en administraciones como las de Bush, Obama y actualmente el retorno del fascismo personificado con la figura de Trump, jornadas en apoyo a las desaparecidas y por supuesto el acompañamiento en conflictos nacionales como la desaparición forzada a los normalistas de Ayotzinapa.
Y es que espacios como La Karakola son una protesta viviente, no necesitan salir a las calles en los momentos coyunturales, aunque también lo hacen. Con su cotidiana actividad tejen resistencia, fomentan la reflexión permanente y facilitan la organización para muchas personas que buscan articularse. Pero también detonan una revolución más íntima y personal; como me explica Luz Oscura, su encuentro con La Karakola le hizo recuperar a la artista interna, gracias al contra-relato que representan estos espacios autónomos pudo recuperar su pasión por la pintura, por el teatro y resignificar su actividad como arquitecta, ya no para construir rascacielos sino para retomar el arte de la bioconstrucción.
Por eso prefiero terminar esta nota con una reflexión y una esperanza personal, me tocó el momento justo en que la policía cercó el edificio y sin medir las consecuencias, desalojó a decenas de familias, con ancianos y pequeñas niñas en el interior de sus viviendas, rompiendo puertas y ventanas aún cuando los vecinos les decían que eso no era necesario. Tampoco les importó que en los locales comerciales laterales a La Karakola, el zapatero sólo tenga ese oficio y esas herramientas para conseguir su sustento y que la señora que vendía dulces hoy no pueda recuperarlos para salir a venderlos a la calle.
De entre todos los afectados, me queda claro que sólo el colectivo que gestiona La Karakola seguirá trabajando con la calma que hoy se ve en sus rostros, finalmente esa calma proviene de la organización y la comunidad; condiciones que no dependen de un espacio físico para su permanencia. Por eso mi esperanza no tiene que ver con La Karakola, sino con los uniformados y los despojados; para los primeros añoro el día en que el relato de la autonomía irrumpa en sus mentes y corazones encadenados, el día en que no puedan mirar a los ojos a sus hijos después de haber ejercido el atropello hacia sus hermanos en favor de la élite que hoy les gobierna. Para los demás, mi sueño es que la injusticia les infunda una necesidad eterna de libertad, que es la que mueve y seguirá moviendo la revuelta silenciosa del movimiento autogestivo.
¡Larga vida a La Karakola!
Texto: Jesús Vergara-Huerta | Fotografías originales y tomadas de la página oficial de La Karakola.
Si te interesa apoyar su lucha puedes leer su posicionamiento y firmar en la campaña que han emprendido en Change.org.
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