Según José Sarukhán en México no necesitamos alimentos transgénicos
Necesitamos con urgencia un debate serio sobre los organismos genéticamente modificados o transgénicos, ya que cientos de reportes científicos han demostrado ser útiles en la medicina o incluso para remediación en casos de derrames tóxicos. Algunas personas, como José Sarukhán, coordinador general de la Comisión Nacional para el Conocimiento de la Biodiversidad (Conabio), piensan que para el caso de México en específico, en todas aquellas plantas modificadas que no son originarias del país, no habría problema en abrirles la posibilidad de siembra comercial, siempre y cuando haya una buena evaluación de impactos ambientales de la propia planta y de todo lo que su cultivo implica, herbicidas, insecticidas, etcétera.
El investigador afirmó lo anterior, y aclaró que en todas aquellas plantas donde México es centro de origen, como es el maíz, como producto icónico, “lo menos que necesitamos es que nos traigan cosas de ese tipo [transgénicos], pues [el maíz y todas las demás plantas nativas] son nuestro patrimonio y éste nos ha permitido gozar la diversidad que hoy tenemos”.
México además de ser un país de gran diversidad biológica, también es, junto con el resto de Mesoamérica, uno de los cuatro o cinco centros de origen líderes globales. “Eso quiere decir que hubo una interacción entre la diversidad cultural del país y la diversidad biológica que resultó en la producción de decenas de plantas cultivadas en México, muchas de las cuales son utilizadas en todas partes del mundo. El maíz es icónico, y es el cereal más ampliamente cultivado en el mundo hoy, pero también tenemos jitomates, frijoles, chiles, calabazas, toda una lista enorme“. Sarukhán señala como muchos otros expertos que esas plantas son creaciones humanas y desde su perspectiva no existen en la naturaleza, aunque mirar este fenómeno desde los pueblos originarios tiene una lectura distinta en donde la selección y diversificación de las plantas tienen mucho más de natural que de artificial. Aún así el destacado ecólogo acierta al reconocer el papel de las mujeres en este importante proceso, ya que fueron ellas las que históricamente observaron, seleccionaron y sembraron.
“Tenemos un gran conocimiento que se ha ido trasmitiendo oralmente. Se han producido muchas razas de maíz en México, y en este momento tenemos vivas 59 que se cultivan a pesar de que eso no es un negocio para los campesinos. Toda esta gente lo aprecia porque tiene para ellos un valor especial, nutritivo a veces, por sabores a veces, por ceremonias a veces, y prefieren pagar un monto mayor por estas razas nativas que por el maíz que pueden encontrar en Diconsa. Lo que tenemos aquí es una gran diversidad genética que permite la adaptación a los diversos ambientes, y cuando tenemos un cambio climático que está generando muchas modificaciones en el clima, esto es una mina enorme de diversidad genética y lo que debemos hacer es conocer y entender esa diversidad genética, para poder utilizarla y desarrollarla. No hay una tecnología que pueda repetir esto, por mucho que los biotecnólogos digan que sí la hay.”
Sarukhán explicó que las razas nativas que hoy tenemos no son las mismas que existían hace cinco mil años, pues se han venido modificando progresivamente. Entonces la idea de tener semillas en bancos de semillas supuestamente para preservarlas y utilizarlas cuando las necesidades alimentarias del planeta lo requieran es algo equivocado. Lo que se tiene en bancos de semillas “es apenas un cuadrito de la película, pero no se tiene la película”. Lo que tenemos en campo “es la película completa, con los procesos de diversidad genética, pero además tenemos a quienes han estado filmando la película, que son los campesinos y que nos están dando un proceso evolutivo enorme que no hemos sabido apreciar.
“Todas nuestras plantas cultivadas vienen de plantas silvestres. El maíz se origina del teosintle, los jitomates vinieron de parientes silvestres, los chiles provienen de dos o tres especies silvestres. Todos esos parientes silvestres los tenemos por toda la República. Es una riqueza no de miles de años, sino de millones de años. Están allí listos para poder utilizarlos y ser solución a crisis alimentarias. En el siglo XIX el tizón tardío de la papa propició una crisis brutal alimentaria en Europa y fue en México donde se encontró la especie resistente al tizón. El valor de encontrar eso es gigantesco. Y en Conabio queremos impulsar la preservación de las especies y la continuidad de su diversificación. Y no hay mucho tiempo, pues los jóvenes están emigrando del campo. Tenemos que hacer un esfuerzo muy grande y movernos rápido. Poner a trabajar a genetistas, agrónomos, sociólogos y economistas rurales, antropólogos y campesinos como actores centrales”.
Sarukhán destacó el hecho de que la producción agrícola en México se realiza fundamentalmente a pequeña escala; alrededor de 80 por ciento de los predios son minifundistas, y sólo el 20 por ciento utiliza maquinaria y sistemas sofisticados, agroquímicos y demás. La diversidad y la preservación de las plantas están en el minifundio.
Consideró que lejos de buscar maíces transgénicos, lo que debemos hacer en el país es unir el conocimiento de los campesinos mexicanos y el de la ciencia moderna, “y ponerlos juntos para crear un gran proyecto nacional de mantenimiento de la soberanía alimentaria, de la seguridad alimentaria, un proyecto propio, no de una compañía a la que hay que comprarle las semillas”. Quizá en su acertada lectura del problema solo falta incorporar los esfuerzos de agricultura urbana y los esquemas autogestivos de producción alimentaria y sobre todo, comprometerse más desde la CONABIO para detener los múltiples proyectos ecocidas que se gestan desde las instituciones gubernamentales o con su apoyo.
Con información de La Jornada Baja California.