Construir ciudadanía es mucho más que “informar”
Los informes de políticos se convirtieron en uno de los rituales más representativos de la clase política mexicana. Desde “el día del presidente” que interrumpía las actividades públicas y era el momento por excelencia para anuncios, destapes y vetos, hasta las intensas campañas en televisión que, especialmente, gobernadores usaron para posicionarse (como frívolos, quizás, pero se posicionaron).
Los informes se volvieron parte de lo que Porfirio Muñoz Ledo bautizó como “la república simulada”: rituales políticos importantes, pero totalmente inútiles para rendir cuentas. Los informes, como los mítines, son parte de una tradición política en la que no hay interacción ni comunicación con el ciudadano.
El presídium, el templete, el podio son los espacios reservados en exclusiva para el que habla, que usualmente es un político o funcionario, y sólo prestado a otras personas para un asunto de folclor: la señora que agradece, el niño que declama, los estudiantes que sonríen para la foto. El micrófono puede cederse momentáneamente como un recurso para la simulación, pero todos sabemos quién es el dueño: el presidente, el gobernador, el alcalde, el legislador. Si México es un país de desigualdades, con pésima distribución de ingresos y riqueza, también debemos resaltar que hay una pésima distribución de la voz, porque millones no tienen, ni tendrán, acceso al micrófono.
Los informes de políticos se convirtieron en uno de los rituales más representativos de la clase política mexicana. Desde “el día del presidente” hasta las intensas campañas en televisión
Hacer lo correcto implica apostar por un cambio de las formas, de los ritos y de los símbolos del poder público en México. Esa es la razón de que en los próximos días estaré recorriendo el país para encontrarme con ciudadanos, organizaciones y estudiantes. El objetivo va mucho más allá de presentar informes. Se trata de rendir cuentas, sí; pero sobre todo de colectivizar la agenda y la toma de decisiones. Los diálogos no tendrán presídiums, pódiums ni templetes y el mensaje principal será el que den los ciudadanos.
Si la generación de los setentas se equivocó en apostarle todo a la transición y a reformas institucionales, a nosotros nos toca entender que la verdadera disputa es cultural; que debemos reformar la agenda, el discurso y los símbolos. Nos toca hacer lo necesario para que, cuando nuestros hijos despierten, el dinosaurio ya no esté ahí.