Profanar la historia. Relato, símbolo y resistencia

“Interpretar el pasado significa de entrada

cuestionar la autoridad del presente dado (…)

Hay un presente posible y un pasado-oculto (…)

El acto de sacar a la luz el sentido oculto del pasado

es un acto redentor”.

(Manuel Reyes Mate siguiendo a Walter Benjamin)

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La inscripción de la palabra “asesino” en el escudo nacional que corona la entrada al edificio de la Procuraduría General de la República, en la ciudad de Guadalajara, rasga la reificación de lo “nacional” y nos da la oportunidad de pensar en los usos de la violencia simbólica frente a la configuración dominante y masificada de los sentidos sociales1 y permite situar una urgente reflexión en torno a una crítica de la violencia y sus intenciones en contextos específicos. ¿Qué nos dice el gesto de intervenir un símbolo2 pensado para producir “unidad nacional”?, ¿por qué más que ofensivo este gesto puede ser una posibilidad de tomar rutas alternas a las institucionales para crear relatos colectivos diferentes?

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La historia es un relato, es decir, un conjunto entramado de situaciones y personajes jerarquizadas en un orden cronológico determinado, enfocados desde ángulos específicos para que quienes lo lean defiendan a unos, amen u odien a otros, y/o de plano desconozcan a tantos más. Lo que en ocasiones diferencia un relato histórico del arte no radica sólo en que en un caso es “ficción” y en la otra no, sino en cómo la lectura del primero tiene la capacidad de producir a su vez lecturas legítimas del pasado y el presente de un lugar. Es decir, un relato histórico tiene peso político, hace que la gente crea en unas cosas y en otras no, y que se asuma como parte del relato y de sus protagonistas; al mismo tiempo que procura y construye privilegios para la clase dominante, bajo la supuesta idea de ser ésta la encargada de defender dichos preceptos históricos.

La política se monta sobre ese andamiaje de lo que se ve y de lo que se invisibiliza, de lo que es posible decir y los silenciamientos; administra el “reparto de lo sensible” que es en gran medida el sentido común que construye una realidad interpretable, codificable para una colectividad pero no necesariamente configurada desde las multiplicidades divergentes que la posibilitan, sino únicamente desde aquellos autorizados para hablar3. Con esto Rancière distingue política de policía. Donde la primera refiere a la capacidad de articular lo real con un sentido determinado, desafiando lo establecido; policía entonces es la presencia punitiva de la administración del poder, la encargada de vigilar y resguardar el orden dado de las cosas.

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¿La Patria?

Siguiendo a Rancière y a un texto de Fernández Savater, podemos decir que la política literaria es el relato histórico, de identidad nacional, que los Estados-nación han inventado para legitimar el orden social actual, uno que es desigual y que históricamente ha beneficiado sólo a unos pocos, este relato se encostra en el sentido común de la gente (es vigilado y resguardado) por medio de la reiteración, se repite hasta el infinito y deviene pedagogía nacional a través de nombres de calles, fechas en el calendario, estatuas conmemorativas, glorietas, libros escolares, etc. La política de ficción, en cambio, puede ser un relato configurado por aquellas personas que han permanecido en la historia escrita por las clases dominantes como los “sin parte”, aquellos cuyos aportes a la realidad, sus significados cotidianos, luchas pasadas y recientes, no han sido tomadas en cuenta para configurar los límites de lo posible. Aunque claro, este tipo de relatos expresamente “montados” para hacer una lectura particular sobre la historia, no necesariamente es siempre disidente del relato oficial de la historia, incluso pueden aportar más aspectos que legitimen dicha visión de la misma. Evidentemente, nuestra intención es pensar en aquellos relatos que sí cuestionen la lectura oficial de los hechos pasados.

Política es la capacidad de articular lo real con un sentido determinado. → Policía es la presencia punitiva de la administración del poder.

¿Cómo pensar los símbolos patrios desde esta caja de herramientas? Para ello vamos a excavar un poco en el pasado. El escudo nacional actual ha sufrido múltiples cambios a lo largo de los siglos, a veces no ha habido serpiente, otras la serpiente ha sido anguila, a veces el nopal ha tenido más fruta, ha ido acompañado de alguna frase y/o fecha, pero ha mantenido la idea principal, que es la imagen del águila parada sobre el nopal, inspirada a su vez, como todos sabemos gracias a la pedagogía nacional, en un relato mexica. Esta imagen fue elegida desde el siglo XVI, poco después de la conquista, por representantes de la corona española como sello que distinguiera los documentos oficiales de la incipiente ciudad de México, incluso en 1523 fue parte de un escudo otorgado a la ciudad. Es decir, fue elegida por los conquistadores, no por el pueblo ni por los sobrevivientes de Tenochtitlan. Esta imagen que tan poco ha mutado en casi 500 años, es la que los caudillos de la Independencia y los de la Revolución jamás voltearon a cuestionar sino que simplemente “actualizaron” para seguir apelando a la unidad nacional y a nuestras “raíces” desde ella. Esta imagen, que representa un solo relato de una de las tantas civilizaciones prehispánicas existentes en México antes de la llegada de los españoles, es la que seguimos defendiendo como símbolo de unidad incuestionable.

Intervenir el escudo es incidir en la construcción de la realidad, es decir, es un punto de acceso para dejar de pensar nuestro presente y pasado como un relato dado de antemano que sólo prefigura un estado inamovible de la cosas, donde las posibilidades de otras sensibilidades permanecen clausuradas. Es generar extrañeza, en suma: desnaturalizar, y por lo tanto es un gran riesgo porque toca fibras sensibles ligadas a los horizontes simbólicos frente a los cuales hemos aprendido a identificarnos, aunque estas inscripciones, monumentos, placas hablen también del vandalismo de los ganadores, del hurto que han hecho al decir que sólo ellos “autorizan” qué parte de la historia cuenta y qué parte no, de quiénes hay que sentirse orgulloso y de quiénes simplemente no hay que hablar.

Sí, intervenir el escudo es violento, pero no es la misma violencia que ostenta como legítima el poder de los de arriba.
No podemos, no deberíamos igualar todos los usos de violencia. Hay violencia abismal, que reprime, mata, que cierra sus oídos para dar cabida a un sistema financiero, consenso implícito neoliberal, frente al cual no hemos sido convocadas, violencia que borra la presencia de la diferencia y que trata por todos los medios de no escuchar al otro. La violencia simbólica invita a contemplar la destrucción a quien no se quiera alinear con la agenda del poder en turno. Y hay violencia creativa que busca romper el sentido establecido de la realidad para imaginar desde otros márgenes diversos modos de estar, de configurarnos, violencia reactiva que estalla con un grito de indignación como respuesta negativa a ser testigo silencioso del exterminio del otro que es un yo posible.

En la marcha del pasado 22 de junio, cuando llegamos a la Procuraduría, se extendieron las pancartas sobre las escaleras de acceso y comenzaron las pintas sobre los muros del edificio y las puertas de cristal: “Oaxaca resiste”, “43”, “JUSTICIA”. Mientras, el resto del contingente llegaba y terminaba de acomodarse sobre la calle 16 de septiembre, bajo un sol que no dio tregua durante todo el recorrido. En un momento, veloz, un chico se subió al marco de la entrada para alcanzar la parte inferior del escudo nacional que corona el ingreso al edificio. Entonces escribió por encima de ese símbolo de la historia, con aerosol rojo, las letras de la palabra ASESINO que se entrometieron en las hojas doradas del nopal, las garras del águila y alcanzó una parte del cuerpo de la serpiente para siempre petrificada en su captura.

Intervenir el escudo es incidir en la construcción de la realidad.

Fue en ese momento cuando algunos comenzaron a gritar un rotundo NO ante lo que estaba sucediendo allá arriba entre el chico y el escudo, luego un señor, al otro lado de la calle y desde el fondo de su garganta soltó un: ¡SIN VIOLENCIA! queriendo dar cuenta de que esa pinta era un acto ofensivo. Un gran grupo de la manifestación lo coreó indignado, para luego ir directamente contra el sujeto y llamarlo INFILTRADO4, y exigirle que se quitara la capucha y se fuera. El momento fue de tensión, pero pocos instantes después el discurso que cerró la marcha comenzó y la pinta dejó de ser el foco de atención, hasta la mañana siguiente en las portadas de diversos medios locales.

En redes sociales la discusión se ha centrado, por momentos, en criticar el “vandalismo” de los “infiltrados” o “anarquistas”, homologación bastante riesgosa, ya que demerita la supuesta pureza pacífica de las marchas y genera un estigma criminal de la protesta, ante el cual la respuesta represiva se justifica, irónicamente, en nombre de la misma no violencia.

Unos chicos le cantaron a un policía de la Secretaría de vialidad “ese del casquito / también gana poquito”.
Las marchas, en tanto toma del espacio, permiten mostrar el poder del músculo social, pero también son escenarios de encuentros y desencuentros sumamente relevantes que necesitan toda nuestra atención. Este 22 de junio al caminar nos fuimos encontrando con niños y niñas agarrados de las manos de sus madres, compañeras estudiantes, amigos en bicicleta, colegas que hacía mucho no veíamos, parejas, y otras miradas que no conocemos porque unos y otros venimos de lugares diferentes y distantes de la ciudad, pero así resultó. Fuimos muchas personas y caminamos sin prisa por las calles del centro, como si no tuviéramos tan presente el punto de llegada, o como si no importara tanto que se dilatara5. En el tránsito, como suele ocurrir, se gritaron consignas conocidas y también se inventaron otras, muchos reímos con la creatividad espontánea que surge de mirar la calle y mirarnos en ella. Unos chicos le cantaron a un policía de la Secretaría de vialidad “ese del casquito / también gana poquito”. Pero más que una confrontación se trataba de armar un relato, si se quiere fugaz, lúdico, desenfadado, donde nos sabemos todas y todos resistiendo la precariedad desde condiciones diferentes. Como quien apela a lo común sin borrar las diferencias.


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Nos dejamos atravesar por el dolor de los once asesinados durante los ataques en Nochixtlán, por la resistencia de la CNTE y el magisterio que no deja de emitir un grito de alarma frente a la Reforma Educativa. La coordinadora señala, acertadamente, que se trata de una medida para vulnerar las condiciones laborales de los profesores a partir de evaluaciones que castigan y señalan al maestro como el elemento principal del deplorable sistema, sin tomar en cuenta el contexto, los presupuestos, los recortes al currículo, el abandono de las comunidades rurales y las diversas necesidades de cada plantel. No es una reforma para posibilitar el acceso digno a la educación. Y encima el poder central reprime a quienes señalan la arbitrariedad de las medidas estructurales, censura, estigmatiza y bloquea la posibilidad de diálogo.

En tiempos en los cuales no únicamente los símbolos sino los recursos (naturales y económicos) y la tranquilidad de millones de personas han sido raptados, y en algunos casos destruidos, muchas veces por contubernios institucionales con empresas y con el crimen organizado, vale la pena cuestionar si es necesario seguir confiando en los relatos fundacionales defendidos por una clase política que los utiliza como antídoto para suprimir las tensiones: “somos todos mexicanos, no tenemos por qué luchar entre nosotros”, o si es necesario pensar en otras posibilidades, es decir, ¿en verdad ese relato del pasado es nuestra única posibilidad de estar unidos en estos tiempos?, ¿qué pasaría si en lugar de reivindicar un símbolo inventáramos otros?

El escudo nacional une el pasado con el presente, no sólo da una imagen sobre México, sino que “simboliza” parte de lo que somos.
La idea de símbolo6 remite a una cosa que ha sido dividida en dos partes, cada una de las cuales ha sido arrojada por un lado distinto de la otra, y que al ser unidas de nuevo embonan para formar lo que eran, y al mismo tiempo se convierten, juntas, en “algo más”.  El escudo implica una lectura sesgada de la época prehispánica, lectura que apela a una noción gloriosa de los pueblos originarios, pero que sólo se concentra en un fragmento de la cosmogonía de un solo pueblo, sin remitir a la violencia y al exterminio ejercidos sobre los silenciados, aquellos que no llegaron al reparto de la existencia política. En eso consiste el poder representativo de un símbolo. Más aún, el escudo en su repetición, difusión, omnipresencia no nos deja ver lo evidente. Los trazos del aerosol dan luz sobre lo no presente.

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Cherán, Michoacán

La violencia del despojo ha generado otros modos de resistencia, autodefensa. En Cherán Michoacán, inventaron la “fogata”. El vocablo Hogar viene del latín fogar, focus que significa fuego, brasero. Casa y fuego se funden en el hogar, el lugar sagrado y central de la puesta en común, del cobijo y el cuidado. En Cherán el fuego se politizó, se hizo práctica social y cultural, hace 5 años, cuando las mujeres organizaron las fogatas públicas y sacaron el hogar a la calle ante la emergencia de salvar una casa mayor: el bosque sagrado; fuente de vida que estaba siendo saqueado por los talamontes en vinculación con la política policial, el narcotráfico y el mercado global.

En 2011 un gran número de personas siguieron el llamado de alarma de unas mujeres que pusieron freno de mano al tiempo del despojo y la violencia orquestado entre la paralegalidad7 y las autoridades. Encendieron sus calles con las fogatas y concertaron la resistencia que los ha llevado al autogobierno y a la práctica de otros modos de vida. Las fogatas son símbolo de una política-otra, un grito de guerra donde el cuidado se hace principio de lucha colectiva contra el aislamiento que produce el miedo que infunden los programas del régimen financiero vigente. Alrededor de la fogata se cocina, se habita la calle, se construyen espacios seguros donde se cuidan a los niños; se discuten y toman decisiones barriales; las viejas y los viejos rememoran al pie de la fogata y son escuchadas sus historias en un tiempo presente, que irrumpe en el continuum de la historicidad lineal del progreso catastrofista en su clave global y neoliberal. La fogata es un alto abrupto que detiene la vorágine caníbal del sistema financiero que engulle cuerpos basurizables, considerados desechables para la producción y la acumulación, en este caso, de bienes y territorios. El hogar-flama ilumina estos cuerpos en resistencia y construye nuevas formas de confianza entre los habitantes.

La fogata de Cherán se alumbra desde la práctica de la escucha y el cuidado.

Las personas de la comunidad de Cherán, en su irrupción violenta y creativa, nos muestran posibilidades de crear símbolos propios para construir sentido de pertenencia en las personas que habitan un espacio específico, ellas y ellos han estado reinventando su modo de estar juntos en el presente desde un conjunto de relatos y prácticas del pasado. La fogata es un símbolo de afirmación, no impuesto sino apropiado y cuidado por los habitantes. La fogata de Cherán se alumbra desde la práctica de la escucha y el cuidado. Seamos capaces de escuchar estos intentos de reapropiarnos de la historia desde otro ángulo, incluso ahí donde se agitan, y se manchan, discursos que no hemos cuestionado por costumbre, puesto que un símbolo, del presente o del pasado, tiene vigencia en tanto es utilizado por la gente, y carece de sentido en la medida en que se convierte en monumento, es decir, en imagen petrificada, inmóvil, de la historia. Por ello la intervención al escudo nacional es una llamada de atención a la cual debemos acudir con los oídos y la piel abierta.

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1 Y con esto no pretendemos asumir que todo símbolo nacional es recibido y apropiado sin alteraciones por los sujetos sociales, sino que hay siempre una disputa por el sentido y la apropiación. Por esto es que se debe abrir a la discusión de lo político, de lo posible y de los afectos el lugar que ocupan los monumentos, el relato teleológico de la historia desde la crisis actual.

2 El pasado miércoles, 22 de junio, se llevó a cabo en el centro de Guadalajara, como ha estado ocurriendo en distintas ciudades después del domingo 19, una marcha para repudiar la violencia contra los maestros de la CNTE en Oaxaca, y para exigirle al gobierno una postura que sea capaz de dialogar y no de reprimir.

3Jacques Rancière en “Le Partage du sensible” (traducido como el reparto o la división de lo sensible) plantea una reflexión sobre la relación entre estética y política donde explora cómo la práctica de configuración simbólica desde el arte, la escritura, la historia construyen, conjuran, cuestionan, dependiendo del contexto situado de producción y difusión, la administración de los referentes comunes. Colocar los discursos de identificación colectiva ha estado condicionado a las relaciones asimétricas de los poderes. En este sentido los conflictos sociales estás siempre sobre el escenario de lo simbólico, porque es en el paisaje simbólico donde todas y todos debatimos nuestros aconteceres.

4El dispositivo de la infiltración ha generado, y justificado, en varias ocasiones el desorbitado ataque represivo de las fuerzas de seguridad contra los manifestantes dando pie a procesos de enjuiciamiento totalmente irregulares. En otras ocasiones las acciones directas de algunos jóvenes han sido criminalizadas como infiltraciones denotando así el fracaso político de la protesta popular. Queda aquí en el tintero invitar a la indagación sobre los usos estratégicos de la violencia en el espacio público y situar las coyunturas para, con ello, evitar reducciones riesgosas para la construcción de otros modos de vida.

5Salimos rumbo a la Procuraduría General de la República desde la Plaza de Armas tomando la ruta larga porque la avenida 16 de septiembre está cerrada por los trabajos de la línea 3 del tren ligero. Tuvimos que rodear y lo que era un camino de 10 cuadras se convirtió en un trayecto de 24.

6Mauricio Beuchot, en su texto Hermenéutica, analogía, ícono y símbolo, ayuda a desmenuzar con mayor precisión el griego “symbolon” como función metafórica y como eje de las posibilidades de la idea de mito.

7Rossana Reguillo coloca Violencias y después culturas en reconfiguarción el concepto de para-legalidad para pensar los nuevos modos de violencia en el contexto del colapso de la institucionalidad en el marco de un supuesto Estado de derecho. Reguillo apunta que no están en la ilegalidad, sino que funcionan de maneras paralelas a la legalidad. La paralegalidad tiene como particularidad su “capacidad para instalarse como relato inevitable que interpela no a la comunidad sino a los individuos …”

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