Palestinos usan la agricultura urbana como arma de resistencia
Tras su regreso a Palestina, por primera vez en cinco años, Vivien Sansour se dio cuenta de los cambios en su tierra natal; “Todas las cosas que me había echado de menos, como los deliciosos tomates, el queso y muchos productos tradicionales que las señoras vendían frente a nuestra casa habían desaparecido. Volví y resulta que compraba brócoli israelí en el supermercado y no había otra alternativa”.
En junio, se lanzó oficialmente la primera colección de semillas tradicionales de Palestina como herramienta de preservación del conocimiento y el trabajo de numerosas generaciones de agricultores que han cultivado variedades de verduras orgánicas, frutas y hierbas adaptadas al clima y al suelo de la región.
Debido a las políticas de ocupación israelíes y a las técnicas agrícolas neoliberales, muchas variedades de productos agrícolas tradicionales palestinos están en peligro de extinción. Estas semillas tienen el poder de evitar que esto suceda. Cualquier persona puede tomar prestado un paquete de semillas de la colección y hacer crecer las variedades locales de productos, devolviendo semillas de la próxima cosecha.
“Las semillas tradicionales nos dan poder para resistir su dominio, ser dueños de nuestro cultivo y no ser esclavos”, dice Vivien.
En virtud de los Acuerdos de Oslo, cerca del 63 por ciento de las tierras agrícolas de Cisjordania fueron designadas como “Área C”, lo que las situaba bajo el control de los militares israelíes. Como resultado, los agricultores palestinos, legítimos propietarios de las tierras, se vieron obligados a dejar el cultivo, esta situación se mantiene hasta hoy día. Mientras tanto, los asentamientos israelíes en Cisjordania se han multiplicado, y las granjas de los asentamientos producen una gran cantidad de cultivos a bajo coste utilizando pesticidas y otros métodos con lo que el cultivo tradicional no puede competir, sobretodo, si a esto añadimos la gestión colonial de los recursos hídricos que beneficia al colono.
De acuerdo con las autoridades de ocupación israelíes, el valor de los bienes producidos en los asentamientos y exportados a Europa asciende a aproximadamente 300 millones de dólares al año. Israel está inundando el mercado palestino con sus productos de bajo coste, mientras que al mismo tiempo controla las exportaciones e importaciones palestinas. Las restricciones a la importación de fertilizantes ha reducido la producción agrícola entre 20 y 33 por ciento. Esta presión está obligando a los agricultores palestinos a abandonar sus tierras, teniendo muchos que trabajar en las granjas de los asentamiento que los desplazaron por tan poco como la mitad del salario mínimo israelí, en condiciones de trabajo inseguras y sin derecho a vacaciones o licencia por enfermedad.
“Oslo ha sido un desastre para el sector agrícola en Palestina”, dice Sansour. Aparte de las restricciones impuestas a los agricultores como consecuencia del acuerdo, también ha traído inversiones extranjeras, explica. “La ayuda fue diseñada de una manera neoliberal, propiciando la producción de ciertos artículos, este tipo de financiación empujó a los agricultores a pasar de la agricultura sostenible al monocultivo (la producción de un tipo de cultivo) diseñado para la exportación o la venta a los consumidores en el mercado israelí, con métodos dependientes de productos químicos. Pasamos de producir alimentos a producir veneno”, añade.
Sansour destaca el impacto de lo expuesto en el Protocolo de París, un anexo de los Acuerdos de Oslo, que liga la economía palestina a la israelí. Esto conlleva a situaciones de desigualdad, ya que las industrias israelíes, como la de tabaco, alquilan tierra palestina por un precio con el que los pequeños agricultores no pueden competir.
Estos factores motivaron a Lamya Hussain a implantar el Proyecto Kale-Palestina, apoyado por MAAN y Refutrees, destinado a la aparición de coles en el mercado palestino. Dos años después de su creación, el proyecto ya ha dado su fruto, varias variedades de col rizada: “El estado de Israel ejerce un gran control sobre todo lo que se produce y lo que no, así este proyecto es un gran desafío”, dice la directora. “Los pequeños productores palestinos luchan por hacerse un lugar en este terreno mercantil, donde Israel muy fácilmente puede entrar y abaratar los precios de sus productos, lo que dificultaría la tarea de emancipación de la economía palestina de la israelí”.
Fareed Taamallah era uno de estos pequeños agricultores que luchan por vender su producción en este sistema injusto. Cansado de la venta de sus aceitunas y aceite de oliva a granel a un comerciante que luego lo vende al consumidor, teniendo la mayor parte de la ganancia, cofundó Sharaka, una organización que vincula directamente al productor y el consumidor palestinos. “En la Palestina ocupada la cuestión de mantener al agricultor en su tierra cultivando y produciendo es más importante que en cualquier otro lugar, ya que no es sólo una cuestión de producción, sino también una cuestión de soberanía alimentaria”, dice Taamallah. “Sharaka está tratando de hacer frente a parte de estos problemas y ayudar a los agricultores a pequeña escala a permanecer en su tierra, facilitando el comercio de sus productos con precios justos y de esta manera apoyarlos para que permanezcan firmes en sus huertos. Por otro lado, tratamos de ayudar a los consumidores a tener acceso a alimentos sanos palestinos para no depender de los productos israelíes que se encuentran en el mercado local”.
El impacto de la ocupación israelí en la industria agrícola palestina ha sido muy brusco y negativo. Por esos son necesarios todos los esfuerzos de este sector, en clave alternativa, por ofrecer al pueblo palestino sus propios productos. Sansour compara la compra de productos israelíes con el hábito de fumar, “pagar por la propia intoxicación”.
Información de Palestinalibre.org
Fotos: The Kale Project – Palestina.
Fuente: Farming on the frontlines
Fuente: Jessica Purkiss, Middle East Monitor / Traducción: ABNA