Competencia y apoyo: Lecciones desde el fondo de nuestro intestino
Difundir los avances en la investigación científica pero con un enfoque social, no es tarea sencilla porque hablar de la “naturaleza humana” es una apuesta compleja, ya que desde los reduccionismos biologicistas hasta las aproximaciones pscioanalíticas, oscilan cientos de interpretaciones del Homo sapiens como especie biológica y como ente social. En una de las aristas más significativas de este gran debate, se encuentran las posturas que nos dividen en seres colectivos o individuos ególatras. Si bien abordar así el problema es maniqueo e insuficiente para describir a la humanidad, se trata de reconocer cuando menos que debemos tomar postura para reconocer la forma en la que caminaremos a lo largo de nuestra existencia, ya sea construyendo en colaboración o acumulando sin saciedad.
El conocimiento científico puede fortalecer ambos escenarios, en donde el darwinismo social ha sentado las bases para la competencia permanente, cuyo rostro más feroz es la dinámica de acumulación capitalista, que termina por permear en lo cotidiano y fragmentar también nuestras relaciones interpersonales. Aunque por otro lado tenemos las posturas que apelan al apoyo mutuo, basadas en las múltiples conexiones simbióticas que los organismos vivos gestan para mantener el equilibrio ecosistémico y asegurar la permanencia.
Lo cierto es que ambas explicaciones parecen funcionar según la perspectiva y el contexto en que se analicen. No solo en lo económico, social y político, sino en las fronteras de lo interno, veremos ejemplos de organización colectiva que sin embargo están diseñadas para confrontar una auténtica guerra para, como toda guerra, dominar un territorio. Una guerra de este tipo ha sido descubierta recientemente por investigadores de la Universidad de Yale, cuando analizaron la dinámica de los cultivos bacterianos que habitan naturalmente en nuestros intestinos.
Desde el punto de vista de las bacterias, el intestino humano está muy concurrido, con billones de células empujándose por conseguir una posición y llevar a cabo una serie de actividades especializadas y a menudo cruciales. La colectividad empieza con la relación fundamental de esas poblaciones bacterianas y nuestro equilibrio personal: Mientras que nosotros les proporcionamos nutrientes y un lugar cálido donde vivir, ellas recogen los componentes indigeribles de lo que comemos, producen vitaminas que nosotros no podemos generar, nos defienden de patógenos peligrosos y ajustan nuestros sistemas inmunitarios. Las bacterias se ayudan también entre sí, por ejemplo algunas han evolucionado para consumir los subproductos de otras especies.
Sin embargo, el equipo de Aaron Wexler y Andrew Goodman sugiere que estas bacterias “amistosas” delimitan agresivamente su territorio, inyectando toxinas letales en cualquier otra célula que se atreva a toparse con ellas. Encontraron que los miembros del filo Bacteroidetes, uno de los grupos principales de bacterias en el intestino, han desarrollado mecanismos para “entregar en mano” toxinas a las células vecinas y para defenderse de las inyectadas por otras. Las proteínas inmunitarias producidas dentro de las bacterias proporcionan defensas contra estas toxinas y aseguran su coexistencia.
Algo muy interesante es que por alguna razón, todavía no bien comprendida, solo un subgrupo de miembros dentro de cada especie bacteriana posee estas defensas. Incluso en la misma especie los arsenales pueden ser diferentes, mostrando así también la importancia de la diversificación en las actividades colectivas, con lo que definen quién es quién a un nivel mucho más preciso que el de especie. Entender cómo funcionan estas toxinas podría algún día tener importancia clínica, dado que cada vez parece más claro que la alteración del microbioma puede jugar un papel significativo en la aparición de cáncer, obesidad y enfermedades autoinmunes; es decir de colapsar el sistema que les sostiene.
Ni una ni otra funcionan por separado, simbiosis y competencia al mismo tiempo es de hecho lo que la naturaleza muestra permanentemente, y es también lo que define el conjunto de las relaciones humanas. El peligro subyacente de estas investigaciones siempre es el de ser utilizadas para justificar las atrocidades que la especie humana ejecuta contra sí misma y sobre todo contra la biósfera en su conjunto. Desde aquí se pueden aplaudir las guerras y el alarmante incremento de la industria bélica, o más simple pero igualmente peligroso, aceptar la permanente competencia laboral que nos aliena y deteriora nuestro entorno comunitario, sin notar que en las actividades humanas intervienen propiedades ausentes en las estructuras bacterianas; como la conciencia y la empatía.
Conciencia para asimilar las enseñanzas de las bacterias intestinales; las de reconocer que efectivamente vivimos una guerra permanente y que desde esta nuestra empatía debe confrontarse practicando el apoyo mutuo y la colectividad para defender nuestros territorios, la autonomía y sobre todo la libertad de pensamiento que se nos quiere arrebatar desde la cultura dominante. Lo cierto es que desde ambos campos de nuestras fronteras epidérmicas, los misterios siguen siendo muchos y avanzar en el conocimiento de los mecanismos que nos constituyen como individuos es esencial para insertar esas individualidades de manera armoniosa en los sistemas sociales que desarrollamos.
Texto: Jesús Vergara | Información: Human symbionts inject and neutralize antibacterial toxins to persist in the gut (Wexler G. A. et al) | Imágenes: Diversas fuentes desde el motor de búsqueda Google.