Aylan Kurdi
La imagen no fue censurada. Hay cuerpos que cuentan solo en la medida que pueden ser instrumentalizados. La esperanza es que esta vez no se trate de un nuevo cálculo, de un deus ex machina o de un giro argumental en la perversa retórica del Espectáculo. De que, por una vez, se trate de mala consciencia licuada, fluyendo hasta desbordar, finalmente, los límites pixelados del pozo negro de la vergüenza.
Y no obstante, lo dudo: una imagen dura menos que mil palabras, incluso aquellas que alcanzan a trascender hasta la hiper-realidad del “meme”. La mala consciencia licuada acaba como un detergente moral, la mierda limpia la mierda para engrasar las caños y las cloacas donde lo catódico deviene real y lo real un depósito de cuerpos olvidados, explotados, torturados, violados, mutilados, convertidos en mercancía… desechables y, en tanto que tales, desechados.
No hace mucho todas fuimos Charlie, fuimos los 43, fuimos las 5, las 200, fuimos ni una más y todo aquello que en apariencia nos duele, porque se supone que debe dolernos, aunque en verdad no nos duela, por mucho que lo deseemos y tratemos de reconfortamos fingiendo ser todo aquello que da cuerpo a un hashtag, aún a costa de perder su sentido.
A veces, la mala consciencia horada un poquito más hondo y nos planta la difícil semilla de una pregunta: “¿Qué podemos hacer para evitar esto?”.
Entonces resulta que todos parecemos tener la capacidad para ofrecer una respuesta, o las respuestas, y así, casi sin querer, el “qué podemos hacer” se convierte en “¿qué podemos decir para creer que estamos haciendo algo para evitar esto?”.
Pues resulta que hemos olvidado lo que nunca debimos haber olvidado: el lugar, la atalaya, desde donde miramos el mundo, desde donde lo interpretamos. Clase, género, raza… no són categorías ontológicas, pero sí son matrices ónticas que tienen su realidad y su proyección y que, en el estado actual de las cosas, determinan la existencia — anhelo y memoria, que diría el poeta — de cada cual. Y es más, en el sistema de coordenadas de un Poder que se proyecta desde la hegemonía del Patriarcado-Blanco-Burgués también conllevan un sentido ético.
Sin ir más lejos, la luz con la que parpadean estas palabras — es-tas mis-mas pa-la-bras — sobre una pantalla de ordenador, tableta o telefóno inteligente, se nutre del sudor, el exilio y la sangre de muchos cuerpos que no importan; como es-tas pa-la-bras, muchas, muchísimas más, quizás la mayoría de las cosas que nos rodean… Reconozcámoslo: no somos neutrales en nuestra cotidiana y banal, que diria Hanna Arendt, reproducción de un mal que, al fin y al cabo, no nos atormenta lo suficiente como para tomar una decisión que nos aparte de ser cómplices de su funesta dinámica.
La empatía tampoco és una categoría ontológica, es un gesto ético que no deja de ser una proyección, una especulación metafórica del “yo” tratándose de encontrar, en tanto que sí mismo, en otro “yo”. Y lo que separa a un “yo” de otro “yo” es siempre mucho más que lo develable por un simple y egótico espejismo (la proyección de una ficción, pura fenomenología): es lo inconmensurable de la experiencia. Por ello, aunque la empatía puede ser un principio, éticamente no es suficiente, y nunca nos llevará más allá de la conmiseración.
¿Entonces? Entonces tal vez cada cual, desde su atalaya, deba empezar a preguntarse, de manera mucho más realista, no “¿qué podemos hacer para evitar esto?” sino “¿qué debo dejar de hacer, antes que nada, para empezar a construir la posibilidad de evitar esto?”. Y ello, con la consciencia de que este “deber dejar de hacer” no es concebible ni factible de manera solitaria. Deconstruir, para poder construir; la máxima de Bakunin releída con las lentes de Foucault y las de las feministas que desde hace décadas nos enseñan que “lo personal es político”, es decir: algo que atañe a la polis, al colectivo.
Porque no hay soluciones individuales, solo comunitarias, lo cual no significa apelar a entidades abstractas como el pueblo, sino al tejido de redes cercanas de apoyo, solidaridad y acuerpamiento que nos permitan construir sobre estos espacio inhóspitos (el mercado, el patriarcado, el Estado o Para-estado de las mafias) nuevos espacios que se hagan habitables no desde el valor de la apropiación (nacional, racial, sexual, etc.) sino de la cooperacción, el cuidado y la coresponsabilidad usufructuaria sobre los cuerpos, el territorio, los recursos…
Mientras tanto, nuestras lágrimas, no dejarán de ser lágrimas de cocodrilo.
Pere Perelló i Nomdedéu
(Septiembre 2015, Mediterráneo Occidental)