Una noche en la Casa de los Perros

Cuenta una leyenda que quien pueda permanecer una noche entera en la Casa de los Perros, se convertirá en dueño del lugar. Cuenta otra leyenda que no basta con estar ahí una noche, sino que además hay que recitar un novenario frente a la puerta principal. Otra variante, la más extendida del relato, establece que para ganar la casa hay que rezar en soledad y a medianoche, pero en el mausoleo de Jesús Flores ubicado en el Panteón de Mezquitán —Don Jesús fue el habitante más ilustre de la Casa de los Perros y es el principal sospechoso de embrujarla—; quien logre completar el novenario, encontrará las escrituras, pero se dice que los que lo intentaron escucharon una voz fantasmal que “respondía” a los rezos, haciéndolos huir despavoridos del lugar.

La Casa de los Perros es conocida por las esculturas de hierro de dos perros de raza Pointer que se encuentran en la azotea del inmueble. Muchos aseguran que uno de los sabuesos, específicamente el que mira hacia la catedral, cobra vida durante la noche, al “bajarse” de su pedestal, y que se puede escuchar el sonido de sus ladridos y rasguños. Ciertas personas juran que eso pasa solo en la noche del 11 de octubre, en la víspera de la “llevada” de la Virgen de Zapopan en la Romería. Varios comentan que dentro de las estatuas de los perros o debajo de ellas se encuentra el tesoro de Jesús Flores; como ambas esculturas tienen agujeros con forma de disparos, existe la versión de que estos se deben a la cercanía con el edificio Arroniz —que albergó a la quinceava zona militar— que está a espaldas de la Casa de los Perros, de modo que algunos cabos pudieron utilizar a las estatuas como tiro al blanco. Sin embargo, testimonios actuales declaran que los orificios se deben a que “un valiente” disparó a los perros para terminar con su conjuro. En caso de que así haya ocurrido, fue en vano: para disolver el hechizo hay que acabar con lo que les da vida, que es la inventiva popular, y eso no se puede.

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Para realizar esta crónica solicité permanecer durante la noche en la Casa de los Perros, que alberga al museo del Periodismo y de las Artes Gráficas (MUPAG). Quiero incursionar en el periodismo paranormal, donde espero tener más éxito que en el periodismo tapatío normal, que en la actualidad es también una especie de fantasma que vive de pasadas glorias, cuando al calor de la noticia se registraba el paso de la historia en tumultuosas redacciones que hoy se están quedando desiertas.

Gerardo Lammers, director del MUPAG, me ayudó con las gestiones para permanecer de noche en la casona, y me dio un recorrido personalizado por el museo. Es un hombre listo, delgado y con chispa; acepta filosóficamente las ventajas de que el museo tenga muchas visitas a causa de las historias esotéricas que se cuentan de la casona: “tenemos distintos perfiles de visitantes, pero es innegable el magnetismo del lugar. Muchos vienen por las leyendas, y aceptamos que satisfagan esa sed de leyenda, pero trabajamos para que se lleven algo más, y por eso tenemos exposiciones de mucha calidad dispuestas para el público”. Gerardo me cuenta que el MUPAG es de los museos más visitados de Guadalajara, y que en periodos de alta demanda como Semana Santa recibe a cerca de mil visitantes por día, lo que es una cifra notable.

En cuanto le pregunto sobre “fenómenos fuera de lo común” que haya vivido en la casa, Gerardo me confiesa: “lo más extraordinario que me ha pasado es que una vez un señor de Uruapan se presentó a intentar venderle al museo ejemplares originales de “El Despertador Americano”. Es importante recordar que lo que hoy es la “Casa de los Perros” fue también la sede de la primera imprenta de la ciudad, y que de hecho aquí apareció ese periódico insurgente de la independencia. Lamentablemente el vendedor no regresó, aunque estábamos en negociaciones para obtener los ejemplares”, cuenta Gerardo, y da un pequeño suspiro como de alma en pena. Me quedaré de noche en el museo, así que me da mucha paz que el evento más extravagante que ha vivido el director del lugar en los años que lleva trabajando aquí sea una posible compraventa que se truncó.

Sin embargo, cada persona es un mundo. Renata, quien trabaja como guía en el museo, ha vivido una serie de eventos inexplicables, desde sentir “vibras” negativas y un “ambiente pesado” en el tercer piso de la casona, hasta una ocasión en que tuvo una experiencia estremecedora en uno de los salones de exposiciones: “estaba sola, sentada en la silla en la que nos ponemos para vigilar las obras, y de pronto escucho una voz muy larga, profunda, justo al lado de mi oreja, que me dice: “¡váyanse!”. Intenté moverme, pero no podía pararme de mi asiento. Cuando por fin lo logré, me ayudó una compañera, y me intentó convencer de que fue un “pestañazo”, una parálisis del sueño, pero yo estaba totalmente despierta. Esa es la verdad”. Cuando me cuenta esta historia, veo su convencimiento, y le creo más a ella que a Gerardo, que al final es el director del museo y puede estar ocultando esta valiosa información para atraer a más interesados en la historia del periodismo jalisciense en lugar de a los ejércitos de amantes de lo paranormal que hoy abundan: en youtube se pueden encontrar videos de personas explorando la casona y utilizando toda clase de artilugios esotéricos dentro de ella, desde quienes han hecho una tirada de cartas para saber si se esconde un tesoro, los que usan un péndulo para indagar sobre objetos de valor debajo de las estatuas, y los más tecnológicos que utilizan un “spirit box” y una televisión portátil analógica para que las presencias espirituales les hablen a través de la estática.

Por mi parte, trato de no sugestionarme, de mantener mi torre mental intacta. Sin embargo, luego de entrevistar a distintas personas en las instalaciones del museo, las historias de misterio se acumulan: alguien me dice que observó a un hombre muy alto y vestido de negro pasar por un ventanal del segundo piso, pero que en recepción no lo vieron ingresar ni tampoco salir del museo; otra trabajadora refiere una ocasión en que el personal de limpieza descubrió huellitas de niño en el piso recién trapeado, estando ya cerradas sus puertas al público; el oficial Vázquez, uno de los policías asignados para resguardar el museo, me cuenta que un domingo llegó a las siete de la mañana para hacer el cambio de turno, y su compañero, que había permanecido durante la noche, le sugirió tener a la mano agua exorcizada, porque durante su guardia “los espíritus estaban bien movidos”; Vázquez me confiesa que al entrar, escuchó “como si arrastraran cosas de un lado a otro” en los pisos superiores de la casa. Se cercioró y no encontró a nadie, pero al volver a la recepción, los ruidos misteriosos continuaron durante cerca de dos horas.

En este punto, lo que comenzó como una empresa periodística ingenua, se transformó en el compromiso de encontrar una verdad en firme, incluso si lo que resulta es una certeza siniestra. Para llegar más lejos en mi búsqueda, los testigos de incidentes espectrales me recomendaron localizar a Sergio, un policía que estuvo a cargo de la vigilancia nocturna del museo hace algunos años, y que de hecho solicitó cambiar de puesto a partir de una serie de eventos paranormales que le ocurrieron en la casona. Conseguí su contacto y mantuve una larga y estremecedora charla con él. Sintetizando nuestra conversación, la situación que vivió es la siguiente:

“Existe una «entidad» que deambula en la Casa de los Perros”, declara Sergio. Informa que este tipo de entidades pueden ser pasivas o activas: las primeras toman la forma de sombras que uno ve pasar de golpe, como siluetas fugaces, pero son inofensivas; las entidades activas, en cambio, tienen la capacidad de lastimar, y ese es el caso de la que habita en la casona. Sergio declara que llegó a sentir que lo pateaban mientras cuidaba el inmueble en sus turnos nocturnos, e incluso en una ocasión, después del trabajo, descubrió que tenía un arañazo que iba del mentón hasta el cuello, hecho “por una mano con cuatro uñas muy delgadas y filosas”.

Como consecuencia de estos eventos, Sergio solicitó el apoyo de un sacerdote para que bendijera lo que hoy es el MUPAG. Tras realizar una serie de gestiones, obtuvo la aprobación oficial de su iniciativa, y pensó que ayudaría a tener un ambiente de trabajo pacífico. Sin embargo, declara que “la noche de la bendecida fue la peor, porque la intervención del cura removió el ambiente”; esa madrugada, durante su turno, Sergio vio por el rabillo del ojo a una mujer vestida de blanco, sin piernas, con guantes también blancos y una rosa roja en el arreglo del peinado, que tenía un rostro “horrendo y demoniaco, que ni el cineasta más creativo podría concebir tan aterrador, por el tono violeta y los tajos en la piel”. Él asegura que esta mujer lo vio con una mirada de reclamo, como diciendo: “mira lo que pasa por traer a un sacerdote y meterte en lo que no te importa”. Sergio recomienda que, en momentos peliagudos como este, hay que tener a la mano aceite exorcizado, y que en cualquier caso se recuerde invocar a San Miguel Arcángel, o bien mencionar “preciosa sangre de Cristo” para alejar al mal que se presenta.

Sergio me compartió una enorme cantidad de información paranormal, pero por su naturaleza, resulta conveniente ocultarla bajo un manto de piadoso silencio. En cualquier caso, cuando terminé de hablar con él, sentí algo en mi pecho, un hilito de voz que me decía: “no jodas, está fuerte esto del periodismo paranormal, ¿y si mejor le doy otra oportunidad al periodismo político?”. La verdad es que tampoco es una opción, porque ahí también hay que lidiar con agentes del mal y demonios de la más diversa índole, con la desventaja de que en el círculo del infierno gubernamental las leyendas tétricas y los personajes escabrosos tienen la indecencia de ser reales.

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El que tenga miedo de morir que no nazca. Esta noche me toca ser detective de sonidos, agente de aduanas de aparecidos, comisario de la noche y sus delirios. Eso sí, no estaré desarmado: compré una vela y un rosario en la avenida Alcalde, además de que tengo en mente algunos hacks católicos para situaciones comprometidas o urgentes.

Tengo que mencionar que no estaré solo: invité a dos de mis estudiantes de periodismo. Les dije que era la oportunidad para que escribieran su propia crónica; la verdad es que mi intención es tener a la mano con un par de sacrificios qué ofrecer a cualquier entidad demoniaca que se nos aparezca, y asumo que sus almas, que están en la flor de la vida, pueden ser más apetitosas que el ánima de un pecador como yo, que ya tengo mis vicios y mis cuitas. Uno de ellos, Fernando, llegó a la casona con lo que denominamos “Equipo SWAT de élite anti-espectros”: tiene puesta una faja de chamán, y debajo de ella, un hilo rojo rematado con un algodón con aceite bendecido, mismo que colocó dentro de su ombligo, puesto que en acuerdo con sus conocimientos “los entes malignos pueden entrar por ahí”; además lleva consigo un escapulario de la Virgen, fotos de santos en los bolsillos, un dispensador de aceite bendecido para usarlo “en caso de que se sienta mal”, e incluso cuenta con un último recurso, un tipo de arma letal para combatir a los representantes de Belcebú: se trata de un aceite exorcizado especial que se unta en el cuello en caso de que haya que enfrentar una situación extrema. Mi otra estudiante, Tere, no tiene nada con qué resistir a un ataque de ultratumba, así que le presté mi rosario.

La tarde transcurrió con calma, y con el paso de las horas la casa se vio envuelta entre penumbras. Con el museo cerrado, nos dedicamos a conversar y a reconocer el terreno. Acordamos que hacia la medianoche daríamos un rondín por todos los pisos y salas abiertas de la casa. Cerca de las nueve, Fernando y Tere salieron por provisiones —cuando se trata de investigaciones esotéricas mi recomendación es que no hay que pasar hambre— y me quedé solo. Decidí dar una vuelta por mi cuenta, a mis anchas, y disfrutar de la leyenda. La verdad es que no soy ambicioso y no espero encontrar las escrituras de la casona, que de hecho ya son propiedad del gobierno de Guadalajara, quien las obtuvo sin rezar el novenario, pero con ayuda de entidades que se pueden considerar tan funestas y calamitosas como los espectros más perversos: los abogados inmobiliarios.

Puedo decir que deambular a solas y de noche por la Casa de los Perros es sobrecogedor, y no por sus apariciones, sino porque es la ocasión de caminar a través del umbral de mis propios miedos. Pienso que en distintos momentos de nuestras vidas todos tenemos que enfrentar la oscuridad de pasillos tenebrosos como estos, que el cuerpo vacila en cruzar. Al igual que la mayoría, sé que debo ir adelante; soy un cobarde promedio, así que no he vencido al miedo, sino que aprendí que hay misterios que se revelan al final del pasillo. De alguna manera, en cada paso importante volvemos a estar frente a un túnel enigmático en el que hay que adentrarse para descubrir el signo de nuestro destino. Así le ocurre al niño que en la madrugada debe enfrentar un corredor sombrío para ir al baño, así le pasa al hombre que encara el umbral de la agonía que lo conducirá a la muerte. Pero hay que ir adelante siempre.

Fernando y Tere están de vuelta. Hasta las once de la noche las cosas han transcurrido de manera normal. Lo que tengo en firme es que estamos en un edificio silencioso del que se cuentan montones de historias, pero no hemos tenido sobresaltos. El policía del turno nocturno no parece preocupado por encuentros espectrales, pero tiene sus rituales. Su fórmula es “pedir permiso” al llegar a la casona, y declarar, palabras más, palabras menos: “buenas noches, vengo a cuidar el edificio, no tengo otras intenciones ni quiero molestar a nadie, muchas gracias por recibirme”, y que de esta manera “te dejan trabajar” las entidades que puedan sentirse aludidas; de igual forma recomienda que “al terminar el turno hay que despedirse y agradecer por haber podido permanecer en la casa sin incidentes”. Su testimonio señala que, una vez realizada esta operación, las cosas fluyen sin altercados metafísicos desagradables. Me parece un buen consejo, y además muy tapatío: hay que tener modales, nunca negar el saludo, y reconocer que, cuando uno llega a una casa ajena, es prudente ser respetuosos porque somos la visita.

Hacia la media noche mis estudiantes y yo dimos una vuelta por toda la casa, en el horario más fantasmal, y lo cierto es que no tuvimos ni aventuras esotéricas, ni avistamos apariciones misteriosas, ni vivimos nada emocionante que pueda ser del interés del lector más afín a las crónicas de ultratumba. Esto lo digo agradeciendo mucho a Dios, que cuidó una vez más de la humilde criatura que esto escribe.

Al final mis estudiantes y yo estuvimos cerca de siete horas dentro de la casa, y pasamos la mayor parte del tiempo conversando. En un momento, en medio del intercambio mutuo de anécdotas, me di cuenta de que, en vez de ruidos misteriosos, lo que resuena en la casa esta noche son las risas limpias de Fernando y Tere, que estallan con alguna broma del momento. Es algo extraordinario el regalo de la risa: un antídoto contra el miedo. La risa es un don, algo sagrado y poderoso, que tiene la capacidad de liberarnos de dogmas y prejuicios, que incluso nos ayuda a superar temores profundos que nos agobian y lastiman. No hablo de reír como un gesto forzado, o de manera simplona, sino de la risa como un bálsamo de lucidez ante las dificultades de la vida y como una actitud de apertura en la búsqueda del conocimiento.

Concluyo mi informe con estas palabras: no encontré entidades malignas durante mi estancia en la Casa de los Perros, pero tampoco niego la posibilidad de que puedan presentarse en otros momentos o ante otras personas. En caso de que alguien intente replicar lo que hicimos nosotros, sugiero que además del equipo religioso pertinente, lleve también una dosis de buen humor como protección. A mí me funcionó, aunque también estuvo de mi lado la alegría y la ternura de mis estudiantes. Y yo que pensaba ofrecer sus almas en sacrificio.

“Creo en los fantasmas terribles

de algún extraño lugar

y en mis tonterías para

hacer tu risa estallar”

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