El Caballo de Troya y el movimiento anti-vacunas en México
Por César Alan Ruiz Galicia
Cuando me preguntan si creo que las personas tienen derecho a decidir las substancias que entran o no a su cuerpo, de inicio respondo que sí; me parece natural y correcto que un ciudadano o ciudadana puedan elegir los nutrientes, los estimulantes, o incluso los psicoactivos que van y vienen por su torrente sanguíneo. Solo se me ocurre limitar esta libertad con restricciones razonables, como que la persona tenga la mayoría de edad, que esté en uso de sus facultades mentales y que su acto no sea una amenaza para terceros. Cumplido esto, que suene la canción alegre de la libertad, tralalá, tralalá.
Sin embargo, esta teoría del derecho casera resiste menos que una estufa de madera. Porque cuando una persona que se declara antivacunas me dice que tiene la libertad de no vacunarse, de elegir no llevar cubrebocas y de promover públicamente esta posición para que muchas más personas sigan ese camino, siento que la libertad es una cosa para ángeles, pero no para mexicanos: es difícil escuchar pacientemente a personas con estas ideas cuando considero el drama de millones que esperan la oportunidad de vacunarse, sabiendo que eso les puede salvar la vida a ellos y a sus seres queridos.
Pero la cosa tampoco es tan fácil, porque las personas antivacunas defienden su posición apelando a valores ilustrados en los que me reconozco. Vamos a ver: uno espera que sean oscurantistas y proclamen que ésta pandemia la mandó Dios para castigarnos por el derecho a decidir, que el piquete de la vacuna es la cola del diablo y que en cualquier momento sonarán las trompetas del juicio final y los vacunados no reencarnarán; sin embargo, he descubierto que defienden sus ideas a partir de reclamar derechos y libertades; que invitan a que me informe por mi propia cuenta; que además conminan a pensar por uno mismo –el Sapere Aude de Kant–. Y ahí uno se descoloca, porque además señalan que los medios se alían con grandes capitales para desinformar, que las farmacéuticas tienen un lobby poderoso y que la medicina occidental arrasa a su paso cualquier forma alternativa de tratamiento de las enfermedades, y ahí ya siento que me uniría a su grupo…si no fuera porque también consideran que otro enemigo de su causa somos los periodistas.
El contingente avanza entonando consignas para exhibir la plandemia. Son cerca de cien personas, quienes se han reunido en el centro histórico de la Ciudad de México para hacer una movilización que destaca porque nadie usa mascarillas; cada asistente que se incorpora al contingente saluda al resto de beso, con un efusivo abrazo o un apretón de manos, lo que genera un extrañamiento semejante a presenciar rituales en desuso. El conjunto avanza sobre la calle Madero gritándole al mundo su verdad:
No funciona el cubrebocas:
¡Más infecciones provooooooca!
Los transeúntes miran con curiosidad al grupo. Parecen no estar familiarizados con su causa, por lo que tardan un tiempo de dilucidar las razones de la protesta. Contribuye al desconcierto que algunas consignas son plagiadas:
De norte a sur
de este a oeste
ganaremos esta lucha
¡Cueste lo que cueste!
Qué dirían Genaro Vázquez y Lucio Cabañas si supieran en qué acabó este grito de lucha, pienso, mientras coreo el final.
“Limón, cebolla y ajo:
¡Infecciones al carajo!”
El grupo de manifestantes lleva camisas y pancartas en las que se autodenominan como “Mexicanos por la verdad”. Se presentan como “activistas por la vida, la salud y la libertad”.
“Muestra tu sonrisa…
¡O morirás de prisa!”
La marcha es animada en buena parte por el “Doctor Darío”, un hombre mayor, delgado, de mirada acuosa, quien se revela como un entusiasta del megáfono:
“La OMS miente
¡Vuélvete consciente!”
Las voces del grupo se alían con él y los puños se lanzan contra el cielo, como en cualquier otra protesta por una causa justa. El Doctor Darío avanza hacia su destino con ánimo resuelto. Y entonces grita:
“Vacuna corporativa…
¡Con residuos del SIDA!”
Este verso parece cosecha del doctor, porque solo encuentra el eco de unas pocas voces solidarias. Pero el doctor no se amilana, sino todo lo contrario. Quiere ganarse de nuevo a la pequeña multitud, por lo que recurre a un mensaje más consensuado:
Esta vacuna:
¡Te lleva a la sepulturaaaa!
El grupo participa de este último grito de buena gana. El doctor infla pecho y se sigue de corrido:
“Abraza sin temor
a tus hijos con amor”
Aquí me pongo a pensar: ¿Quién diablos puede estar en contra del amor de padres a hijos? Yo no. Me parece que el Doctor Darío señala un punto con el que me identifico: la vida en pandemia nos quitó una parte de la afectividad; nos debemos muchos abrazos, besos y caricias…encuentros. Al igual que millones, yo tuve que esperar más de un año a que vacunaran a mi propia madre para poder abrazarla. Claro que esperé a que vacunaran a mi madre, que es lo opuesto a lo que defiende este grupo anti-vacunas, pero entiendo su malestar, que me parece legítimo, que comparto. En eso reflexionaba cuando el Doctor Darío entonó:
Prensa vendida
¡No digas más mentiras!
Gracias por regresarme a la realidad, Doctor.
El grupo se moviliza del Zócalo hasta una esquina de la Alameda colindante con el Metro Hidalgo. Ahí realizan un pequeño mitin. Puedo hablar con ellos mientras me graban con su celular “para tener evidencia y que no tergiverse sus palabras, como hacen los periodistas”.
“Estamos en contra de esta farsemia”, dice el Doctor Darío, plenamente convencido. “Como médico tengo 31 años de experiencia y los síntomas que dicen que son de Covid los he visto durante todo este tiempo de forma recurrente. En general las personas que se enferman con el cuadro clínico del Covid se curan con métodos naturales, incluso con homeopatía. El verdadero problema aquí es que encierran a millones, como si fueran gallinas, y la gente come un montón de porquerías, harinas blancas y lácteos, lo que sumado al pánico, provoca que las personas se enfermen”.
Cuando le pregunto sobre las razones por las que el mundo se puso de acuerdo para engañarnos con eso del COVID-19, el Doctor Darío responde con un diagnóstico puntual: “el problema es que tenemos una élite conformada por gente como Bill Gates, quien desde 2011 decía que había que reducir la población mundial. Recuerda además que una persona enojada con el Banco Mundial filtró que desde 2017 había una certificación para sacar una vacuna para el COVID-19, lo que prueba que no es un virus, sino una marca, misma que quiere decir “Certificación para la Vacunación, por sus siglas en Inglés” (sic).
En acuerdo con el Doctor Darío, este plan existe desde hace casi dos años: “el 18 de octubre del 2019 se reunió en New York el grupo de Davos para planear esta farsemia, con el objetivo de reducir la población mundial a través de sus mal llamadas medidas sanitarias, cuando en realidad son medidas satanarias. La idea es meter miedo. Piénsalo: el tapabocas no es tal, porque tapa también la nariz –no solo la boca– y enchueca las orejas, pero además hace que el cuerpo no pueda expulsar el anhídrido carbónico, que volvemos a asimilar, por lo que retenemos hongos y bacterias, lo que eventualmente causa problemas como la acidosis metabólica. Si todos los médicos que se han muerto de Covid usaban ese bozal, ¿dónde estaba su protección? La idea es dañar a las personas y minar su sistema inmunológico. Hay miles de videos de gente que ha sido inyectada, a las cuales les ponen luego un imán y éste se queda pegado, lo que implica que están siendo inoculadas con metales pesados”, declara, con el ánimo encendido.
Después de escuchar su explicación, le pregunto respetuosamente al Doctor Darío por qué debería de creerle a él y no a fuentes oficiales como la Organización Mundial de la Salud, que algo sabrá del tema. El doctor Darío responde: “en nuestro movimiento también hay médicos, químicos, psicólogos y enfermeras, somos un grupo interdisciplinario. Yo, por ejemplo, tengo una maestría y un doctorado. No somos conspiranóicos, sino gente preparada”, responde, para luego volver a la carga con el megáfono.
Mauricio se define a sí mismo como un “Mind Hacker”, es decir, alguien que “te ayuda a hackear tu propia mente para alcanzar tus objetivos”. Mauricio reside en Tulum; es alegre y tiene una facilidad de palabra que vuelve agradable su conversación. “Vine a la Ciudad de México cuando empezó la pandemia, para estar con mis papás, que viven aquí. Conforme fue pasando el tiempo empecé a ver que muchas cosas no tenían sentido respecto a los protocolos de cuidados, así que empecé a informarme y descubrí que esto que vivimos es parte de una agenda, algo diseñado desde hace muchos años, pero solo te das cuenta de esto cuando ves más allá de la educación, de los medios y el gobierno, porque hay un sistema que se dedica a controlar a las masas mediante la desinformación y la ignorancia de la gente”.
Cuando le pregunto a Mauricio sobre los medios que consulta para llegar a estas conclusiones, responde: “nosotros nos informamos a través de canales en Telegram y WhatsApp. Creamos estos espacios para compartirnos información de todas partes del mundo, no sólo de México, porque este movimiento comenzó en Berlin, pero siguió en Londres, más adelante en Argentina, así como en muchos otros países; ellos han podido reunir a millón y medio de personas, y eso me da tristeza, porque mientras en otros países están avanzando, aquí seguimos sin darnos cuenta de la verdad”.
“Hay gente que se asombra o nos mira con incredulidad cuando les compartimos estas ideas –señala Mauricio al ver mi expresión de escepticismo ante la idea de que es mejor informarse por WhatsApp y Telegram–. Sin embargo, muchas otras personas se interesan y comienzan a preguntar más; estamos algo aislados, porque ni un solo medio de comunicación nacional ha venido a reportar lo que decimos. Esto te habla de que ellos forman parte del enemigo, porque hay muchos intereses, sobre todo de las farmacéuticas, que no quieren que se conozcan otros puntos de vista. En cualquier caso, llamo a que las personas cuestionen, a que critiquen, a que se hagan preguntas”.
Respecto a las formas de combatir el virus, Mauricio cree que “existen alternativas como el dióxido de cloro, que Trump y Bolsonaro declararon como agentes curativos, pero curiosamente los medios ocultaron y modificaron dicha información. Por otra parte, también es importante tu trabajo mental: si estas en lo que se conoce como una vibración alta, tu cuerpo va a estar alcalino, y no vas a tener ninguna enfermedad”, remata Mauricio.
Al terminar la entrevista, Mauricio me entrega un volante sobre un taller que va a impartir. Le agradezco y guardo el folleto. Más tarde descubro que el curso propone un temario que consta de doce puntos:
- Empoderamiento del Ser
- Pirámides y Geomancia
- Quién controla al mundo
- La Matrix, el origien del mal
- Nicola Tesla, el más Grande
- La energía lo es Todo
- Historia de la humanidad
- Atlántida y Lemuria
- Geometría Sagrada
- Glándula Pineal
- Ego vs Conciencia
- La otra historia de los Mayas
Mauricio se sostiene económicamente realizando estos talleres y dando cursos de desarrollo personal.
Arturo es un hombre agradable, pulcro, inteligente. Su trayectoria antivacunas fue un proceso paulatino: “hace un año y medio, cuando empezó la pandemia, me acerqué a los medios. Seguí sus indicaciones y me apegué a los protocolos. Apoyé el uso de la mascarilla y de hecho busqué alternativas ecológicas. Pero pasaron los meses y me di cuenta de que había una gran treta”.
“Para entonces ya conocía el uso del dióxido de cloro. Lo había usado con eventualidad, para tratar algunos padecimientos. Investigué por mi cuenta en internet, pero cuando quise recuperar la información que recabé, descubrí que habían bajado los contenidos porque supuestamente infringían las reglas del ping-pong y de la cuerda para brincar. A partir de entonces, empecé a recuperar información, cosas que recopilé de otros investigadores, gente de ciencia y con autoridad. Después decidí estudiarla para autoaplicarla y comencé a usar el dióxido de cloro de manera cotidiana, como parte de un protocolo para prevenir la infección, que no el contagio, que eso solo previenes muriéndote o yéndote a otro planeta”.
“Luego de incorporar el dióxido a mi vida cotidiana –mediante su consumo en horas específicas y de manera regular– corroboré que no quema ni te vuelve loco, y hasta entonces me atreví a compartirlo con familiares, así como con gente de confianza. Noté que todos estaban bien y que nadie se enfermaba. Entonces me puse a atender a personas, porque no lo había hecho antes por temor a compartir algo no probado; sin embargo, he atendido a cerca de ciento cincuenta personas, de las cuales sesenta eran pacientes de Covid. Todos se curaron tomando dióxido de cloro”. Instintivamente miro a Arturo con incredulidad, pero él me ataja: “realmente todos se curaron, menos tres, que no continuaron tomándolo de forma correcta. Eran personas que por miedo y por presiones familiares decidieron irse por otra vía, con tratamiento convencional, y efectivamente…se fueron”.
Respecto a sus protocolos de atención, Arturo declara: “a todas estas personas las atendí sin cubrebocas, las saludé de la mano, ¡y mírame!, estoy como si nada. Claro, cada día me tienes tomando un poco de dióxido de cloro. Hay que decir que mi tratamiento es totalmente personalizado, y supone ajustes por edad, por comorbilidades, por el momento en que lo tomas, por cuál es tu ambiente, etcétera. Pero el principio es simple: debes aplicar el dióxido de cloro en un litro de agua potable embotellada –no purificada ni de la llave, porque en esas usan cloro, y ojo, el dióxido de cloro no es cloro– y debes hacer diez tomas al día, una por hora, con 100 mililitros por unidad”.
Cuando lo cuestiono sobre los “datos científicos” que recabó sobre el dióxido de cloro, me contesta: “es efectivo porque el ión negativo de la molécula de cloro le da una función específica para rastrear la parte protónica de las colonias del cuerpo en donde habita cualquier virus, que entonces muere por desnaturalización, al integrarse los dos polos de la molécula y liberar oxígeno”, declara Arturo con la seguridad de un Louis Pasteur del siglo XXIII, y no le creo nada, pero me reprendo a mí mismo porque tampoco tengo los elementos suficientes para refutar su teoría.
Arturo dice para terminar: “como ciudadanos del mundo tenemos la obligación de difundir estas verdades, porque hemos heredado cultura y hay mucha gente que ha impreso su talento para transmitirnos conocimiento. Por tanto, hay que estudiar, hay que informarse, hay que discernir, porque es así como un ciudadano común y corriente como yo, temeroso de morir, puede encontrar en los descubrimientos de otros la oportunidad de sobrevivir gracias a una sustancia accesible. Es un privilegio poder aprender y compartir esto. Y estar vivo para contarlo…”, declara Arturo, como si estuviera recibiendo el Premio Nobel de Medicina. Cada palabra es generosa, comprometida, y su conmovedor discurso recuerda el sueño de la ilustración: lograr seres humanos autosuficientes que se salven a sí mismos mediante su propia razón.
¡Ay, la ilustración! Nunca fue el siglo de las luces, sino unas luces en un siglo.
Entrevistar a personas anti-vacunas en México es difícil porque la mayoría rechaza la propuesta de hablar públicamente. Percibo que temen ser juzgados, ridiculizados o incluso sufrir alguna represalia laboral o familiar; por lo menos una docena de personas bien informadas y fervientemente convencidas del movimiento anti-vacunas declinaron la propuesta de darme una entrevista personal.
Evelyn es una excepción afortunada. Francesa de origen, dedicó su vida a la enseñanza de su idioma en México. Ella me invita a conversar a su departamento en Coyoacán; solo entrar en el inmueble es adentrarme en un ambiente cultivado, con un espacio bien iluminado, rodeado de reproducciones de Remedios Varo y Marc Chagall, con una delicada música de piano de fondo –los Nocturnos de Chopin– y un caballete con rotafolios garabateados en los que ella anota sus ideas. Evelyn es una mujer atenta y agradable, inteligente y con ideas claras, como corresponde a una persona que a los 20 años participó activamente en el Mayo Francés…
“Esto es un experimento a cielo abierto con millones de personas: somos conejillos de indias –dice para comenzar–. Esta vacuna fue hecha demasiado rápido y no se sabe lo que tiene, además de que no hay unanimidad respecto a sus beneficios. Lo que sí sabemos es que ha provocado trombosis, coágulos y que hay gente que muere por vacunarse y no por el virus. Yo me opongo a esta vacuna incluso desde una postura filosófica y moral, porque no nos están dando derecho a escoger si utilizarla o no”.
“Son muchas las personas que se oponen a esta vacuna –puntualiza con un movimiento enérgico de manos– pero no quieren hablar porque la gente se los reprocha, les dice que no son solidarios, que no les importan los demás. Sin embargo, creo que la solución no necesariamente es la vacuna: sí tienes un buen sistema inmunitario, una vida equilibrada y sabes lo que quieres, no hay razón para que te enfermes. Creo que políticos y medios de comunicación han exagerado todo para volverlo un coronacircus”.
Cuando le pregunto sobre las razones que pueden existir para realizar un “montaje” a escala planetaria, Evelyn profundiza: “yo tengo una concepción basada en el principio marxista de lucha de clases. Lo que pienso y he leído es que el sistema capitalista mundial se está derrumbando, que va a haber una crisis más fuerte, y que quieren taparlo con esta pandemia para justificar las medidas más drásticas. Estamos en la tercera guerra mundial, que ya empezó; se trata de doblegarnos, quieren domesticar a la gente, y por eso se ha manejado la pandemia con base en el miedo. Y lo peor es que la humanidad no se ha dotado de una internacional que le permita a los pueblos organizarse. Te aseguro que habrá revueltas localizadas –la gente ya no aguanta– pero mientras no exista una respuesta generalizada, serán solo focos de revuelta que no irán más lejos”.
“La gente tiene miedo de darse cuenta que los complotistas no somos nosotros, sino quienes dirigen el mundo –subraya Evelyn–. Hay una oligarquía a nivel mundial del 0.01% de la población que ha instrumentado esto desde hace años. Las personas no quieren creer que es posible, les cuesta pensar que hay fuerzas por encima de nosotros que han organizado todo. La gente teme concebir algo así. Tienes que tener un criterio amplio para imaginarte que eso existe, que hay una política global que le conviene al sistema. El gran drama, en cualquier caso, es que la humanidad no se ha dado a sí misma los medios de organización para salir de este hoyo”.
En cuanto a sus fuentes de información, Evelyn comparte sus referentes: “me informo con franceses como Christian Perrone, Didier Raoult, la genetista Alexandra Henrion Caude y Louis Fouché. En argentina también hay personas muy interesantes, como Chinda Brandolino y Pablo Goldchmit. El problema es que hay una censura tremenda, incluso en redes sociales como Youtube, donde eliminan los contenidos disidentes, mientras que en la televisión invitan a personas no calificadas, mientras que quienes quieren debatir las cuestiones de fondo son desechados. Por eso busco saber más a través de fuentes de información alternativas”.
Evelyn también rechaza las medidas sanitarias: “lo del confinamiento es un método de la edad media que no tiene justificación. Los pobres niños son los sacrificados, es tremendo el daño a su salud mental. También he visto a jóvenes llorar, es terrible su agonía moral: se vuelven locos por no poder proyectarse en el porvenir. Por si fuera poco, con el cubrebocas no tenemos intercambio social, lo que es muy práctico para el sistema, al que le conviene que no haya reuniones, ni manifestaciones, ni encuentros. La idea es que la gente no se exprese, que no tenga contacto con vecinos, ni amigos, ni familia, que todo sea individualista. Encima dicen que es aguantar un año y medio, que todo volverá a la normalidad, pero no ven todo lo que ya se ha trastocado”.
Le pregunto a Evelyn cómo ha enfrentado estas medidas en su propia vida, y ella responde: “¿Prefieres morir confinado en tu casa o salir a jugártela afuera? Yo me quedo con lo segundo; no le tengo miedo a la muerte. Mucho tiene que ver mi actitud hacia la realidad: creo que no puedes confinarte por miedo a que tal vez te vayas a contagiar, que tal vez te va pegar fuerte, que tal vez tengas que ir al médico y que tal vez te van a hospitalizar. Son muchos tal vez, ¿no te parece? A cambio de eso, te privas de vivir, destruyes tus negocios, afectas la relación con tus papás, con tus hijos, con tu pareja. El confinamiento ha destruido la vida de millones de personas”.
Paso la tarde discutiendo con Evelyn sobre sus fuentes informativas, sus métodos naturistas preventivos, su idea de la conjura internacional. La realidad es que estoy frente a una mujer inteligente, con criterio propio, que creó un relato articulado para darle sentido al caos del momento presente. No estoy frente a la caricatura del bárbaro anti-vacunas, sino con una mujer culta, que habla tres idiomas, que tiene una sensibilidad intercultural y encima me invita a concientizarme, a informarme, a ser valiente, a participar en la organización de una internacional.
Mi conclusión del encuentro es que analizar el problema de las personas anti-vacunas con el eje inteligencia/estupidez nos pone del lado de ésta última.
En acuerdo con The Center to Countering Digital Hate, en el mundo existen cerca de 58 millones de personas que dan seguimiento a contenidos anti-vacunas en internet. A esa cifra hay que sumar los miles de canales de información alternativa en WhatsApp y Telegram que se han organizado para difundir estas ideas. Si consideramos que según el Digital News Report elaborado por el Reuters Institute, el 40% de la población en México confía en las noticias que recibe, mientras que el 70% utiliza Facebook como principal plataforma para informarse, en México tenemos las condiciones adecuadas para el crecimiento de los discursos anti-vacunas, si bien hasta ahora permanecen como grupos minoritarios.
Sin embargo, no hay que desestimar el problema. Pensemos que en Europa el 25.9% de la población (192 millones de personas) han optado en el último año por pseudoterapias para tratar problemas de salud –incluyendo el Covid– por lo que miles de personas han muerto o están en riesgo debido a que empresas y particulares lucran con tratamientos no-científicos. Aunque existen razones de peso para criticar la cerrazón, la soberbia y los límites de la medicina occidental, es un hecho que millones de personas están siendo desinformadas deliberadamente con el objetivo de hacerles comprar sustancias, tratamientos, cursos y talleres que les hacen perder tiempo valioso para tratar sus enfermedades y les dan una falsa sensación de seguridad.
Después de escuchar los discursos anti-vacunas concluyo que muchos de los “gurús” del movimiento utilizan una técnica que llamo “El Caballo de Troya” que consiste en retomar discursos críticos contra los medios de comunicación, contra el lobby de la industria farmacéutica, contra las estructuras políticas tradicionales y contra la medicina occidental para legitimar su propio relato a conveniencia. El procedimiento es simple: explotan descontentos y malestares legítimos para “abrir” un hueco que nos haga escucharlos, y entonces introducen sus propias conclusiones. En pocas palabras, lo que hacen es apropiarse de diagnósticos críticos para validarse y después llevarnos hacia sus narrativas, que nos parecen entonces menos descabelladas.
En cuanto a la “censura” que reclaman los anti-vacunas, es verdad que desde 2019 plataformas como Youtube decidieron desmonetizar sus canales y realizaron una eliminación selectiva de contenidos de este tipo. ¿Esto es un atentado contra la libertad de expresión? No necesariamente, si consideramos que no existen libertades absolutas y que un límite razonable es la protección de la salud de las y los ciudadanos. Considero que en casos como el de Europa y Estados Unidos –donde los discursos anti-vacunas tienen millones de seguidores– es importante abrir espacios para que sus ideas sean desafiadas y vencidas en el debate público. En cuanto a nuestro país, por ahora los grupos anti-vacunas son muy minoritarios, por lo que darles un altavoz en este punto es otorgarles las plataformas de difusión que de hecho no tienen.
Escuchar a las personas anti-vacunas fue una oportunidad para descubrir mi propia ignorancia, y creo que a muchas personas no expertas les pasaría lo mismo. Hay afirmaciones que me parecieron absurdas, pero no conté con elementos para rebatirlas, sobre todo cuando trataban temas médicos. Es algo de lo que me hago cargo. Sin embargo, me consuelo pensando que la verdadera ilustración, el sentido original de este proyecto, no era saberlo todo, sino combatir las credulidades de cada época a partir de reconocer los límites de nuestro conocimiento: “hay que convencer al espíritu humano de su debilidad, con tal de que pueda emplear útilmente la poca fuerza que derrocha en vano”, escribió D’Alember en la introducción a La Enciclopedia. Aceptemos que para vencer al movimiento anti-vacunas tendremos que saber demostrar mejor nuestras verdades, digo yo.
Créditos
Texto e investigación: César Alan Ruiz Galicia
Ilustración de portada: Mireya Reyes
Diseño editorial y GIFs: Francisco J. Trejo Corona
Fotografías: Annick Donkers
2 comentarios
¿Investigación?
No se esforzó por buscar otras fuentes de información, por ejemplo para entender la química del dióxido de cloro, en lugar de declarar “no le creo nada, pero me reprendo por no tener elementos suficientes para refutar su teoría química”, investiga y REFUTA! ¿Cómo “siendo” periodista dices “no lo entiendo pero de todas formas no le creo nada”. Uau. Te felicito hijo.
Dices que “miles de personas han muerto por terapias alternativas”, ¿cuántas han muerto por terapias alópatas? Si hablas de números, compara, analiza, concluye. Sé critico! Fácilmente te podría contestar que millones han muerto en hospitales. ¿Qué prefieres miles o millones de muertes? Entonces hace falta estadística, ves, espíritu crítico.
Me parece que este artículo carece de rigor periodístico. No solo por la poca investigación y la casi pura opinión personal, si no también por el tono de burla presente a lo largo del texto.
Lo del siglo de las luces… y subrayado… una cereza en el pastel… lo ridiculizo como tú a las personas entrevistadas, ¿es el comentario que te hace sentir intelectual?
Periodísticamente malo. Muy malo.
¡Y no aprendiste ni un carajo! Vaya que te exhibes como flojo y soberbio. Eres petulante, grosero y muy mediocre como reportero. Lo único objetivo y claro que encontré al final de este texto es el comentario del usuario que dice: Periodísticamente muy malo. Totalmente de acuerdo.