Las caricaturas me hacen llorar

Se Inyectan Asteroides es una columna de Emmanuel Medina  @emmanuelmedina


De un título robado a una serie de ensayos del escritor mexicano Enrique Serna -“Las Caricaturas Me Hacen Llorar”, editados en Terracota- nace la hechura de este análisis de una serie animada para mayores de edad, “Rick y Morty” que puede ser descrita con todos los sinónimos de “desconcertante” que se le puedan ocurrir a la Real Academia de la Lengua.

Desde que se adentra el espectador en su bizarra escena inicial de créditos: sobre el sonido de unos teclados vintage, un anciano y un joven son perseguidos por aterradoras criaturas verdes, sobre la superficie de un árido planeta, para abrirse un portal dimensional y aparecer, de súbito, en una cocina donde un hombre, en una mesa, parece estar teniendo un parto, ayudado por un par de mujeres. El arranque, tal cual, es delirio en estado puro, de no más de 20 segundos.

Tomando como referencia directa la trilogía fílmica ochentera, “Volver al Futuro”, dirigida por Robert Zemeckis entre 1985 y 1990, donde se relataban las aventuras de un adolescente y un acelerado científico -eran tiempos donde la pedofilia no se encontraba, con sospecha, en todo lo que oliera a hormona juvenil y naftalina, juntos- en un desconcertante viaje en el tiempo que trastocaba sus vidas, “Rick y Morty” se trasmuta de inocente parodia de aventuras al alocado desarrollo de tramas de realidades paralelas, disfunción familiar, criaturas alienígenas, sexualidad desencarnada y mucha, mucha, mala leche contra todo lo intocable que ha representado la ciencia y sus dogmas.

Pensada por sus creadores, Justin Rolland y Dan Harmond, como el reverso oscuro de la ciencia ficción que se consumieron en las infancias de los mayores de 35 años, donde monstruos y rescates peligrosos son mezclados, explosivamente, con un trazo animado, claramente imperfecto, saturado de colores chillantes que sumergen al espectador en un delirio de media hora.

Indigesto, incómodo, desbordado y perturbadoramente adictivo.

Los capitulos, estrenados en diciembre del 2013 -ya acumulan 48 episodios, en cuatro temporadas, hasta esta semana- que tiene como nudo central las aventuras del abuelo científico, Rick Sánchez, alcóholico y genio, por partes iguales, junto a su algo lerdo y asustadizo nieto adolescente Morty, en diversas realidades paralelas para encontrarse con mundos a cual más bizarros; mientras en la casa familiar, el padre mediocre de Morty y yerno de Rick, tiene que lidiar con una esposa demandante, Beth, y una joven en perpetua crisis de identidad y hormonas a flor de piel, Summer.

Con tales protagonistas, de dudosa moralidad, los seres a quienes se enfrentan dejan de aparecer como los habituales “villanos” y convertirse en comparsas a la altura de los delirios del intoxicado abuelo Rick, quien siempre resulta el detonante de las locuras que se despliegan en la pantalla, que van escalando, de manera exponencial, en los 30 minutos, más una escena post créditos, que da una vuelta de tuerca a la aparente resolución de las aventuras.

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Tomemos como ejemplo el capítulo donde Rick le otorga a la familia un aparato donde pueden invocar a un ayudante personal, Mister Meeseeks, un humanoide optimista y azul que, como un genio de la lámpara está para mejorar una falla personal en la vida de los humanos.

Mientras Beth, madre de familia, lo utiliza como una suerte de terapeuta para desahogar sus inseguridades maritales y atreverse a propasarse, para ser besada con ternura; Jerry, el padre, lo invoca para mejorar su golpe de golf: el problema es que el azulado asistente no logra hacerse entender por el mediocre padre, así que él mismo invoca a otro Mister Meeseeks, que ante la frustración del primer asistente y la inutilidad del padre, llama a otro Mister Meeseeks, y así hasta juntar una horda de asistentes que se dan cuenta que es más fácil matar al humano que lograrlo hacer aprender, revelandose y persiguiéndolo, hasta que son derrotados con un golpe… de chiripa.

Todo este delirio lo provoca el científico para dar una “lección” que nadie parece comprender en su familia y que, espera, el espectador sí lo haga, en las muchas ocasiones donde se rompe la cuarta pared y se dirige al espectador, invocando una parodia de final de sitcom, con canciones incluidas.

Y así: lo mismo es empezar a ver el capitulo y encontrarse en un parque de diversiones, en el interior de un indigente, donde huir de la Hepatitis o la Gonorrea son la diversión o aterrizar en un planeta donde las hembras han dominado a los machos y los han reducido a bestias que sólo sirven para reproducción a través de robots sexuales para crear más hembras para, eventualmente, dominar el universo y librar, a todas, de los brasieres.

La serie cuenta con el añadido excepcional de estar plagadas de escenas o personajes de la cultura pop de las últimas tres décadas que lo mismo invocan a Elon Musk para parodiarlo -el mismo empresario “espacial” aceptó poner su voz- atravesando el universo de cintas como “Mad Max” o cerrar un capítulo invocando una canción tan emotiva como es “Fade Into You”, de Mazzy Star.

“Rick y Morty” resulta, en suma, la evolución natural que Los Simpson no supieron -o no se atrevieron- a dar para ofrecer caricaturas para adultos que quieren escapar a mundos y situaciones delirantes, reflejos un poco más exagerados, de nuestra realidad donde un virus ha paralizado al planeta mientras presidentes como Donald Trump sugieren inyectarnos antibacteriales y otros, aún peor, deciden salir de gira, en plena contigencia, dictada por su propio gobierno, como lo hará en próximos días el dirigente mexicano.
Todo parece salido de un capítulo de “Rick y Morty”.

Y dan ganas de llorar, la verdad.

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