¿A qué sonaba nuestro México?

Por Jose Bastide

 

Nuestro México, a medida que ha ido pasando el tiempo, también ha sufrido cambios en cosas tan insignificantes como sus sonidos, ya sean naturales o producidos por máquinas, herramientas o cánticos y silbidos, ahora son recordados con añoranza.

En los cines de mi niñez, pasaba en el inicio e intermedio el vendedor de golosinas, el cual se anunciaba gritando: “hay dulces, chocolates, pepitas, habas, chicles” y si nos había sobrado algo del dinero de nuestro domingo, inmediatamente corríamos a comprar lo que disfrutaríamos en la función. Esto sobre todo se daba en los cines donde había matiné o en aquellos de segunda clase, los cuales no contaban con un expendio de venta en la sala de entrada.

En las calles y principalmente en los parques, el inconfundible grito del merenguero que anunciaba sus productos, “hay merengues, merengues, merengues”.

En muchos cruceros importantes de la ciudad, donde convergían varias avenidas o el tráfico en determinadas horas era pesado, se oía el silbato del policía que parado en un banquito, con este indicaba el turno de los autos que por ahí circulaban.

Otro sonido de silbato característico, era el del afilador; el cual era esperado por amas de casa, carniceros, cocineros o dueños de restaurantes, en fin por una diversidad de personas.

El silbido que hacía el vapor al salir de la chimenea del carrito que vendía camotes.

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Las campanitas que anunciaban la llegada del carrito de paletas o helados, los cuales principalmente llamaban nuestra atención al salir de la escuela.

El grito de los vendedores de gas, al cual por lo regular le seguía el ladrido de un perro.

Quien no añora y hasta con tristeza también un grito de un personaje muy peculiar, “El Ropavejero”, el cual se anunciaba de la siguiente manera: “zapatos, ropa o fierro viejo que vendan”, ahora este ha sido cambiado por una grabación que mediante un altavoz, pasa por las calles prácticamente gritando lo mismo, pero con una voz de niña.

El inconfundible tac, tac, tac que salía de las carnicerías, cuando sus dependientes aplanaban la carne que iban a vender o a petición de alguna clienta que la quería más delgada.

Todavía se oye, pero casi está a punto de extinguirse; el de la campana anunciando la próxima llegada del camión de la basura, con el cual te hacían salir corriendo para depositar los deshechos acumulados en tu casa.

Otro el de las sinfonolas, que dentro de las cantinas, billares y algunos restaurantes algún cliente escogía la melodía o canción de su preferencia o de moda y la cual se proyectaba hasta las banquetas donde se encontraban los transeúntes.

Igualmente, con añoranza a mi memoria viene el trac, trac, trac, que iban haciendo los tranvías al transitar por calles y avenidas de nuestra moderna ciudad.

Aunado al anterior, pero que ya desapareció es el de la Estación Buenavista, donde partían los trenes de carga principalmente que se dirigían a casi toda la República, siendo dentro de mis recuerdos el más elegante era el de  destino a Guadalajara, por ser de los llamados pullman por transportar a personas que escogían este transporte para trasladarse de una ciudad a otra. Actualmente la estación mencionada ha vuelto a tomar algo de la vida que imperaba anteriormente con el impulso que el gobierno ha querido darle, pero no se compara con el que existía y como se movilizaba tanta gente y mercancía en dicha estación. Pero el recuerdo más grande lo tengo del llamado Ferrocarril de Cuernavaca, que pasaba ya para enfilarse a esta ciudad, por la lateral del periférico y venía corriendo a su lado, hasta meterse a las colonias que se fueron formando y haciendo más grande la mancha urbana, a la altura de Mixcoac, para pasar por las Águilas, San Ángel Inn y enfilarse por San Gerónimo hacia su destino, pasando por los Dinamos y Contreras,  y en todo el trayecto, los jóvenes y niños corrían en pos de él para subirse, pues su silbato había anunciado su proximidad y esto los alentaba a desafiar al “Caballo de Hierro” colgándose de él, desgraciadamente este juego tan atrevido logró cobrar su factura a muchos jóvenes. Tuve inclusive compañeros en el salón de clase a los que les habían amputado una pierna al caerse del tren.

Pero desgraciadamente hay dos sonidos que me entristecen enormemente porque ya prácticamente es muy difícil oírlos; uno es el de los niños en la calle jugando sin ningún temor, que se mezclaba entre gritos y llantos pero tan peculiar en esos días; y el otro, el sonido del canto de los pájaros (gorriones, calandrias, etc.,) y el cucú, cucú, de las palomas que surcaban los cielos y se posesionaban en alguna azotea.

En fin, sonidos, silbidos y otros ruidos que estuvieron presentes en nuestras vidas y que con la modernidad se han ido modificando o de plano han desaparecido, pero aquellos que los vivimos y los percibimos, nos traen unos bellos y gratos recuerdos.

 

 


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