La memoria millennial consagra una pintura de Saturnino Herrán
Antes de que esta generación hiciera de las pantallas de los móviles su primer contacto con el arte, los libros de texto gratuitos de primaria los acercaron a la historia de la pintura nacional.
En la memoria de la Generación Millennial se consagra una pintura de Saturnino Herrán (1887-1918). Antes de que esta generación hiciera de las pantallas de los móviles su primer contacto con el arte, los libros de texto gratuitos de primaria los acercaron a la historia de la pintura nacional.
Quienes crecieron en la década de los 90 recordarán el rústico diseño de esos libros. Éstos se caracterizaban por presentar en la portada una obra destacada de la pintura mexicana. Por ejemplo, el de Español, Primer grado Lecturas tenía un colorido perrito dálmata. Se trataba de la obra Juguete de barro de Metepec de Roberto Montenegro.
De entre todos esos objetos de la nostalgia quiero recordar el de Español, Quinto grado Lecturas. Porque gracias a este libro se consagró en la memoria millenial una pintura de Saturnino Herrán, quien es uno de los creadores de las obras plásticas más reconocidas del arte mexicano. Pintor que este octubre celebra su centenario luctuoso.
Para conmemorar esta fecha el Museo Nacional de Arte ha organizado la exposición Saturnino Herrán y otros modernistas. Organizada también por Instituto Cultural de Aguascalientes, esta muestra se compone de las obras más representativas de uno de los pintores esenciales del siglo XX mexicano.
Muerto con tan sólo 31 años edad, en plena madurez creativa, dejó como herencia alrededor de 75 obras. Las cuales lo convirtieron en un representante de la pintura simbolista, que se caracteriza por reflejar el mundo a través de sus impresiones espirituales, como si de un juego de espejos se tratara.
Nacido en Aguascalientes el 9 de julio de 1887. Hijo del dramaturgo y librero José Herrán y Bolado y Josefa Guinchard, inició como autodidacta en el camino de la pintura. Su oficio y su gran talento lo llevaron a inscribirse directamente a las clases superiores de la Academia en la Ciudad de México.
A la muerte de su padre se convirtió en el sostén de la familia y trabajó como telegrafista mientras que por la noche tomaba sus clases. Luego obtuvo una beca y pudo dedicarse por completo a la pintura. Tiempo después lograría colocarse como dibujante del Museo Nacional, en 1907, y como profesor interino de Dibujo en la Academia de Bellas Artes, en 1909.
Saturnino Herrán también es considerado un representante del modernismo. En la convulsa época de la Revolución, sus pinturas reconstruyeron una parte importante de la identidad nacional. Es uno de los primeros en retratar mujeres indígenas, campesinos y escenas cotidianas. Sin ensalzar el pasado indígena, sus obras evidencian la mirada universal con la que retrató estos temas.
Durante esa época pintó sus mejores trabajos. “La ofrenda” (pintada en 1912), por ejemplo, no es solamente el retrato de las labores de una familia chinampera. Esta obra “esconde un hondo mensaje sobre el devenir de la vida a la muerte, latente en todas las generaciones ejemplificadas en la chalupa y en las flores de cempasúchitl, al tiempo que la pasividad gestual de los indígenas expresa la preocupación de los sectores culturales del México por el doloroso abandono de una raza sometida desde la Conquista y su anclaje en el pasado, desterrados y resignados del progreso”, señalaron los críticos de arte del MUNAL
Pero antes de que se convirtiera en un artista extraordinario, la muerte llegó demasiado pronto. Con una vida muy parecida a la de los poetas romántico, Saturnino Herrán murió con 31 años de edad en un hospital de la Ciudad de México, a causa de un mal gástrico.