Denisse Vega Farfán #VocesVioletas
#VocesVioletas es un espacio semanal dedicado a compartir poesía escrita por mujeres de México y Latinoamérica.
Denisse Vega Farfán (Trujillo, Perú, 1986) es autora de los poemarios “Una morada tras los reinos” (Premio “Poesía Joven del Perú”, Lustraeditores, 2008), “El primer asombro” (Animal de Invierno & Paracaídas Editores, 2014), y de la plaquette “Hippocampus” (La Propia Cartonera, Uruguay, 2010).
Ha publicado en otras lenguas “Une demeure après les règnes” (Paracaídas Editores, 2013). Forma parte de numerosas antologías, entre las que se destacan: “Poetas peruanas de antología” (Mascapaycha editores, Perú), “Mangueras rojas y azules” (Yaugurú, España); “En tierras del cóndor” (Taller de edición Rocca, Colombia); “Mirando sobre el heno. Muestra de poesía peruana reciente.” (Vallejo & Company, Perú); “Poesía que gira” (Amaru Cartonera, Chile); “Ladder made up of staircases of time” (Festival de Poesía del Lago Qinghai, China). Así como de revistas: Turia (España), Hueso Húmero, Fórnix, Review (Nueva York), Exit (Canadá), Prometeo (Colombia), Vuelapluma, Río Grande Review (Texas), entre otros.
Poemas suyos han sido traducidos al inglés, francés, chino, italiano y alemán. Ha participado en diversos acontecimientos poéticos en Perú y el extranjero.
A continuación presentamos una breve selcción de su obra poética:
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Poema
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A lo mejor hay una línea que sobrevuela la muerte
y respira en el poema.
De pie ante un destino que muge,
los trémulos ojos de extranjero
detenidos en el recibidor. La espiral de insignias y sellos
que nada dicen de nuestro nombre apenas entrevisto.
Cuando de pronto, sin consultarnos, se nos echa de la vida
con la casa a medio hacer
o la pavesa de lo nunca sido entre los dedos.
Soñando con sujetar lo que veloz y fugazmente bate
en la opacidad del verano
nos confiamos al metal que cede en la hoja,
ligamento de una otredad que libremente gesticula,
agua llevándonos río abajo a una inviolada memoria.
Negados astros resbalan de nuestro índice
—poder incierto de las gloriosas aguas,
satélite ebrio de días siempre inaugurales—
Escucha nuestro podcast
y es nuevamente pura la confusión de los ojos.
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En la reptil pupila
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Al final nada se sabrá sobre nosotros.
Los que se quedan agitando los brazos en el negro óvalo
conservarán una palabra inventada en los labios,
que astutamente les ofrecimos a cambio de su serenidad.
Cerrados los párpados
no servirán los alegatos de un vencido sueño,
a nadie confiado.
No hablarán lo suficiente las calles donde anduvimos
persiguiendo al doble que se despedía a cada hora
con una flor distinta en el ojal, cada vez más purpúrea.
Poco a poco los muebles nos irán borrando
en el furioso volumen de otros cuerpos,
las paredes devolverán nuestra voz caliginosa
en el sueño de otros.
Ahí nos alzaremos, impenetrables,
como un obelisco de aire en el otoño.
Intentaremos hablar por el escoriado flanco del poema
y su presencia de agua nos dará otra identidad.
En la reptil pupila del que nos lee volveremos
solo para decirle que jamás existimos,
que no es más que él hablándose a sí mismo.
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Enclave
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El poema está listo.
Eleva casas, puentes, barcas hundidas,
aves de diversa estación migratoria, vidas
que hacia todos lados se desplazan.
Hace realidad lo que no se toca
y simple fábula lo palpado todos los días.
El poema está listo. Yo estoy en otra parte.
El que estuvo escribiéndolo al pie del aserradero,
ha desaparecido.
Desde el vidrio del poema
veo su último retrato, enjambre en vilo.
El poema está aquí, tiene forma humana, animal,
de mesa, calle, estrella. Ocupa mi espacio,
que ya no es propio. Respira por mí, habla por mí,
en una olvidada lengua por nuestro cansancio.
El poema está listo. Le es entendible
el trémolo final de la tierra.
Roer no es necesario.
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Compré una pipa para mi amigo peruano…
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Compré una pipa para mi amigo peruano en el Mercado de la Seda.
«Es de cuerno de yak», me dijo la dependiente.
Tiene un lomo suavísimo, discreto,
y un revestimiento de cobre en la boca del hornillo.
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Ya temprano había visto su carne
delicadamente sazonada en el bufet,
satisfaciendo sobresaltados comensales,
—poetas trashumantes buscando el elixir
de su infatigable demonio—.
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Teníamos que haberlo visto a 6000 metros de altura,
con la joroba dispuesta, peinando los desiertos del Tíbet.
Detenidos en su ojo, complacido y triste, adivinamos la vida.
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Mi amigo colecciona pipas de todos sus viajes,
como si no quisiera abandonar la humareda interior
de cada comarca extraña.
Ya en casa, enciende una al azar
en la demandante hora del poema,
y se pone a laborar, sin angustia, en sus apariciones reptantes.
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Quiero creer, que en la espiral de humo, volverá el yak,
paciente como en las estepas más frías,
para guiarlo mientras escribe, entre salvajes amenazas,
decapitadores vientos, que tan bien reconoce.
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De “El primer asombro” (Animal de Invierno & Paracaídas Editores, 2014)