En tiempos en que las plegarias siguen sin detener la sangre en esta parte del país, el ritual del rezo hace la diferencia para ellos. Depositan su espíritu en las manos de su dios y el cuerpo en esa otra deidad que entrará pronto en el ruedo; un toro enfurecido al que se le ha educado para ser indomable.
La tensión que se respira cuando se pone a prueba el límite entre la vida y la muerte, contrasta con el ambiente musical y festivo que hay alrededor del ruedo. Gente de todas las edades, comiendo plátanos al horno y bebiendo cervezas se disponen a mirar la gesta de esos hombres de sombrero y botas.
Una canción que recuerda a ‘Mario Kart’ anuncia el inicio de todo y uno puede imaginar el futuro sangriento en 8 bits. Todos están alrededor del ruedo, se asoman para ver durante unos segundos como un jinete desafía a la muerte. Se inmoviliza al toro en una esquina, para que el jinete pueda tirarse encima y empieza su trabajo: quedarse ahí hasta que el toro deje de moverse.
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Estuve en jaripeos, con mi cámara bajo las lluvias de verano, en Montecillo y en Buenos Aires, pueblos guerrerenses donde es tradición arriesgar la vida sobre estos hermososo animales. Hubieron heridas leves, a pesar de que se le han puesto gomas a los cuernos, como medida de protección, desde hace unos cinco años. Los jinetes no tienen ningún tipo de seguridad, así como no hay ningún servicio de urgencia médica alrededor del evento. Por lo tanto, antes de los torneos de jaripeo, los jinetes firman un papel en el que dicen que están de acuerdo para “responsabilizarse con un potencial accidente”.
Me contaban cómo el peligro común les hacía ser parte de un equipo
Giovanni Candela (de rojo en las imágenes), es herrero y jinete. Sus amigos insisten en que pare y él les responde que lo va a hacer pero jaripea “una última vez” porque la adrenalina le gusta demasiado. Las últimas veces se acumulan y hoy en día sigue “jaripeando”. También, sigue porque “es uno de sus trabajos”; un jinete gana 2000 pesos por montar un toro como mínimo, con caídas o sin ellas. El dueño del toro, ese que mira la escena desde fuera del ruedo fumándose un cigarro, gana 8000 pesos más las ganancias potenciales de las apuestas [se apuestan 200 pesos por jinete caído].
Los jinetes conocen a los toros y saben cuáles son más peligrosos, así que se preparan para evitar la muerte. Giovanni cuenta que cuando se cae, sólo piensa en una cosa: salir del ruedo lo antes posible. Lo único que le puede salvar la vida es la “agilidad y la mente”.
A veces el torneo de jaripeo dura hasta 16 días seguidos, 16 días en el que el jinete va de toro en toro… A veces parece que se han inmovilizado y son inofensivos, pero vuelven a saltar poseídos por el ímpetu libertario que impulsa todo lo vivo… El final es simple, muchas veces se aplaude un jinete que salió vivo y a veces se llora a quien no lo logró.
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Fotografías y texto: Paloma de Dinechin Edición Web: Jesús Vergara-Huerta