La internacionalización de la cuestión catalana

Considerado hasta ahora un asunto interno a la política española, el conflicto territorial en Cataluña ha adquirido, por lo menos en términos mediáticos, una dimensión europea e internacional. Este hecho ha sido fruto de una estrategia de internacionalización de las élites independentistas, pero no se puede ignorar que una gran ayuda proviene de los errores cometidos por el gobierno español, que ha decidido reprimir con dureza y sin negociación un conflicto político, tratándolo como una disputa jurídica. En el pasado, la población europea no ha mostrado gran interés por las aspiraciones de independencia catalana, más allá de la solidaridad entre autonomismos territoriales. Sin embargo, después del 1 de octubre 2017 y de los acontecimientos sucesivos, la cuestión catalana ha llegado a la esfera de la información europea e internacional. De manera que diferentes actores políticos y mediáticos han tenido que asumir una posición sobre el enfrentamiento entre los independentistas catalanes y el estado español.

Una de las causas de la internacionalización depende de la estrategia soberanista catalana. Conscientes de su propia debilidad efectiva y de la imposibilidad de llegar a ejercer un real control sobre una hipotética república catalana, las fuerzas independentistas se han movilizado en los últimos años para recoger apoyos internacionales, legitimar su propia causa presentándose como víctimas del autoritarismo español y, en definitiva, buscar aliados poderosos que empujasen a Madrid al diálogo. Por estas razones, el Govèrn en los últimos años, ha abierto “embajadas” y oficinas de gobierno en diferentes países del mundo, operación que ha ido de la mano de actividades de lobbying y propaganda. De hecho, desde 2014 el Govèrn ha gastado casi 1,5 millones de euros en búsqueda de apoyos entre los congresistas estadounidenses y se ha movido para reforzar sus relaciones con la prensa de ultramar. Además, en mayo, Oriol Junqueras y Pere Aragonés fueron a Washington a reunirse con representantes de los mayores fondos de inversión con el objetivo de obtener garantías de que Cataluña no iba ser “atropellada” por la especulación internacional una vez declarada unilateralmente la independencia.

Otro elemento fundamental de la narrativa independentista ha sido presentarse a la comunidad internacional como un movimiento democrático, pacífico y reprimido por un “estado opresor” heredero de la dictadura franquista. Sin entrar a valorar la veridicidad de esta narrativa, que tiene fundamentos históricos, pero también amplias dosis de retórica, es cierto que la estrategia represiva e incompetente del ejecutivo español la ha reforzado y le ha permitido superar las fronteras nacionales. Muchos ciudadanos y periodistas europeos, frente a la brutalidad de las fuerzas policiales en contra de los votantes del referéndum, al encarcelamiento arbitrario de algunos líderes soberanistas, a la criminalización del independentismo y a la falta de negociación con sus representantes, han empezado a considerar que las reivindicaciones del Govèrn tienen razón de ser y que Mariano Rajoy es el principal responsable del punto de ruptura al que se ha llegado.

Y es que es difícil no estar de acuerdo con este último punto, a pesar de los esfuerzos del ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, de minimizar y justificar la actuación policial y gubernamental en Cataluña. Por ejemplo, cabe preguntarse si es necesario utilizar la fuerza y enviar a las fuerzas del orden a reprimir un referéndum que se considera ilegal y, por lo tanto, sin valor efectivo. El efecto simbólico es desastroso y beneficioso para el adversario, que ha podido presentarse a la opinión pública europea como víctima. El resultado es que, al día de hoy, parte de la prensa y de la opinión pública internacional mira con ojos diferentes al conflicto catalán y a la realidad española . Probablemente el ejemplo más ilustrativo sea la advertencia de The Economist de que el rango de España puede pasar de “democracia plena” a “democracia imperfecta” por la pésima gestión de la situación en Cataluña. De hecho, no es casualidad que tanto en Bélgica, como en Dinamarca (países que no apoyan la declaración de independencia catalana) se haya decidido no “entregar” a Carles Puigdemont a las autoridades españolas, auspiciando una solución política y que no se criminalice el independentismo.

La intervención del monarca español en Davos tuvo el claro intento de desmontar esta narrativa política y defender la legalidad de la actuación del gobierno. Además, el gobierno español, probablemente con el intento de reaccionar a esta imagen, ha decidido unirse a la campaña de corte anglo-americano en contra de las supuestas fake news impulsadas por la Federación rusa. Según el gobierno y algunos medios (El País en primera línea), España ha sido víctima de ataques de “noticias falsas” en las redes, orquestados desde Moscú, para favorecer la independencia catalana y debilitar el país. Estas acusaciones, sostenidas sin ninguna prueba, se suman a la campaña en curso en varios países del mundo (de Estados Unidos a México, de Reino Unido a Italia) que señalan la propaganda rusa en las redes sociales como un peligro para la democracia y la estabilidad del sistema. Ahora bien, sin entrar en detalle, la cuestión de fondo no es si estas acusaciones son verdad o no, sino que es muy ingenuo considerar que sean operaciones de este tipo las que definen los resultados políticos y electorales, que tienen motivaciones más profundas, ligadas a problemas estructurales de cada estado. En otras palabras, Trump no gana porque las fake news rusas ataquen a Clinton, el voto favorable al Brexit no se produce a causa de mentiras en twitter y, desde luego, el conflicto catalán tiene sus raíces en la historia y en la política española, no en la injerencia extranjera. Sin embargo, el no querer aceptar la profundidad de las causas de un problema, lanzándose con acusaciones de este tipo, puede llevar a ridículos como el protagonizado por la ministra de Defensa María Dolores de Cospedal o por la delegación de expertos españoles al parlamento británico. Otro punto a desfavor en la narrativa del gobierno.

Pero más allá de la narrativa, de la prensa y de la opinión pública, ¿qué implicaciones internacionales profundas tiene este conflicto y que posición han asumido por ahora los centros de poder internacional más importantes y afectados?

Aquí conviene abrir un paréntesis sobre la importancia que tiene el conflicto catalán en el contexto europeo. Si bien es cierto que España es el estado donde el conflicto centro-periferia se está dando con mayor virulencia e intensidad (por razones principalmente internas), los impulsos territorialistas y anti-unionistas están difundidos en todo el continente. Veneto, Cerdeña y Alto Adigio en Italia, Córcega en Francia, Baviera en Alemania, Escocia en Reino Unido, Flandes en Bélgica…todos son ejemplos de autonomismos resistentes, a veces congelados o satisfechos, otras más activos, pero en definitiva, son fracturas entre el centro y la periferia que representan o han representado problemas de integridad territorial y de estabilidad política para los estados interesados. Favorecer la independencia catalana podría causar un “efecto dominó”, añadiendo inestabilidad y problemas a una ya débil y fragmentada Unión Europea. En este sentido, la lucha independentista asume los rasgos de una revolución geopolítica, que vuelve a poner en discusión la integridad europea en un mundo globalizado y donde los actores estatales han cedido cuotas de su propia soberanía a organismos supranacionales. Es evidente, por lo tanto, que los estados y los organismos europeos han preferido apoyar al gobierno español, evitando aumentar las presiones sobre Madrid y limitándose a desear una solución política al conflicto.

A riesgo de aumentar el número y la intensidad de movimientos territorialistas, se ha sumado la lógica pragmática del estado hegemón europeo: Alemania. España tiene un fuerte vinculo comercial y económico con Alemania, es practicamente una “colonia económica alemana”, y dentro de España es Cataluña la comunidad que más relación económica tiene, por lo tanto el gobierno alemán ha favorecido mucho la presión económico-financiera sobre Cataluña, asustado por el impacto negativo de una ruptura en la zona euro. Además, Rajoy es un aliado clave de Ángela Merkel en su política de rigor fiscal y austeridad económica, otra razón que ha impulsado a la Cancillera a proteger su aliado y propiciar el aislamiento de Carles Puigdemont;

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Esta misma estrecha relación económico-comercial de España con Alemania podría haber sido la clave para motivar el comportamiento inicialmente ambiguo de Estados Unidos hacia la cuestión catalana. Algunos medios locales, como Foreign Affairs, han simpatizado con la causa catalana, llegando incluso a comparar la actuación del ejecutivo español con la de Serbia hacia Kosovo. El 13 de septiembre la portavoz del departamento de Estado explicó en un vídeo subido a twitter que Estados Unidos iba a trabajar con cualquier organismo que saliese del referéndum (a pesar de su ilegalidad). El tweet fue borrado, pero quedó registrado por algún medio. Estas declaraciones no representaban una posición oficial del gobierno estadounidense, pero son indicativas del interés de algunos aparatos diplomáticos y federales de utilizar el referéndum catalán para su estrategia. Es decir, una parte de la administración norteamericana veía conveniente apoyar las instancias soberanistas, en contra del adversario alemán, con el cual Estados Unidos tiene un contencioso abierto. Sin embargo, Estados Unidos es un imperio y, como tal, tiende a elegir la preservación del estatus quo. España es un aliado histórico de la superpotencia, por lo menos desde 1953 cuando durante la dictadura franquista fue firmado el Pacto de Madrid, y un miembro de la OTAN, importante para los intereses de Estados Unidos. De hecho, las bases militares de Rota y de Morón son dos enclaves estratégicos para el control de Gibraltar, del Mediterráneo occidental y para las operaciones en el continente africano. Es probable que, frente a los planes de determinadas áreas de gobierno y diplomáticas haya prevalecido la posición del Pentágono y de la inteligencia y, de hecho, el 26 de septiembre, Trump se expresó claramente en contra del referéndum y en apoyo a la unidad de España.

En definitiva, a pesar de sus esfuerzos, el frente soberanista no ha conseguido obtener el apoyo concreto que esperaba. En el caso de Europa ningun país tiene interés en alterar una situación que minaría las bases de la integridad europea y podría desencadenar una escalada de reivindicaciones separatistas. En el caso concreto de Alemania, además, una eventual independencia catalana sería un golpe económico muy duro y significaría la pérdida de un aliado muy importante. Y en el caso de EEUU, la superpotencia prefiere privilegiar las estructuras clásicas imperiales frente a aventuras economicistas anti-alemanas.

En conclusión, la internacionalización de la cuestión catalana ha funcionado solo de manera mediática y cosmética, facilitada más por los errores del gobierno español que por la estrategia independentista. Desde un punto de vista pragmático y concreto, los intentos del independentismo a nivel internacional, por ahora, han fracasado. No se puede plantear semejante revolución geopolítica, con todo lo que esto implica, solo a través de la propia narrativa y desde una posición de debilidad o incluso de aislamiento. Por ahora, el frente soberanista “no pasa la prueba” y el gobierno central mantiene su posición entre los aliados. Sin embargo, esta situación en futuro podría cambiar, sea por intereses exteriores de algún actor o por un aumento de apoyo por parte de la opinión pública que obligue a los gobiernos europeos a salir de su inmovilismo.

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