La revista cultural mexicana que encargó la CIA a Ramón Xirau

La participación de la CIA a lo largo de la historia moderna de México ha sido vasta y fructífera; muchos de esos casos han sido extensamente documentados en libros, artículos e investigaciones, como las evidencias que consideran que agentes de la organización estadounidense realizaron acciones encubiertas, además de que impulsaron un golpe de Estado, durante el movimientos estudiantil de 1968. Sobre otros casos todavía pesa el velo de la confidencialidad. No obstante, a medida que el tiempo pasa, la información se revela dando a conocer episodios de la historia que resultan esclarecedores.

Uno de los ámbitos que requieren mayores investigaciones es el cultural. Sabemos que las batallas culturales de la CIA en América Latina fueron intensas, en México esta participación involucró tanto a escritores, como el mismo Juan Rulfo, así como instituciones, la más conocida es el Centro Mexicano de Escritores (CME), que benefició a una larga lista de intelectuales. Como es natural,  estas aseveraciones han suscitado múltiples debates sobre las cuales vale la pena una revisión más honda.

El historiador Patrick Iber, académico de la Universidad de California en Berkeley, ha sostenido la tesis de que Juan Rulfo, uno de los más destacados autores mexicanos, recibió una granja como parte de un estímulo al desarrollo de su obra, financiado por el CME de parte de la Farfield Foundation y el Congress for Cultural Freedom (Congreso por la Libertad de la Cultura, CLC) —la fundación creada en 1950 por la CIA. Esta tesis parte de un texto de Eric Bennet que apareció en “The Chronicle Review” titulado  “How the CIA Bought Juan Rulfo Some Land in the Country” (Cómo la CIA compró para Juan Rulfo un terreno en el campo).

El académico y escritor mexicano Heriberto Yépez, refuta la participación de Rulfo en este entramado, argumentando en su artículo “Rulfo, un académico y la CIA” que la Fundación Farfield sólo otorgaba un 2% de su presupuesto anual al CME. “Esa cifra obviamente invalida la tesis de que la CIA mantenía al CME”, escribe Yépez, y explica que Patrick Iber es un “un académico de derecha disimulada” que lo que realmente está haciendo a su lectores en inglés es “ocultar que la obra de Rulfo, por reflejar la pobreza rural, fue adoptada por la izquierda latinoamericana (que Iber, por cierto, busca desacreditar en otros textos suyos)”.

El debate da pie a una discusión más amplia que no abordaremos aquí, pues el CME durante su funcionamiento no imprimió ningún sesgo ideológico al dar becas a escritores comprometidos con la izquierda como Carlos Fuentes, Elena Poniatowska y Carlos Monsiváis con el fin de mantener un perfil bajo y operar con discreción el espionaje. De esta manera, muchos intelectuales, escritores y artistas fueron apoyados,  la mayoría de los casos sin saberlo, por los recursos que enviaba la CIA a través de sus múltiples fundaciones.

Una de las más importantes trincheras de la Guerra Fría cultural en nuestro país fueron las revistas y los suplementos culturales.  Los cuales fungieron como el espacio de convergencia propicio para conquistar los cerebros que la funesta maquinaria estadounidense necesitaba no sólo para librar la batalla contra el bloque soviético, sino para ampliar su dominación política al resto del mundo.

Desde luego, destacadas revistas internacionales fueron apoyadas, como el caso de la revista londinense Encounter del poeta Stephen Spender; la francesa Preuves de François Bondy; la italiana Tempo Presente de Ignazio Silone; la españolas Cuadernos, de Julián Gorkin, y Mundo Nuevo, que dirigió Emir Rodríguez Monegal. Quienes estuvieron a cargo de esas revistas, ignoraban de dónde venía el financiamiento.

El escritor mexicano Guillermo Sheridan apunta en su artículo “La CIA planea una revista cultural mexicana” lo siguiente: “Mundo Nuevo llevaba tiempo apareciendo cuando –para sorpresa de Rodríguez Monegal– se reveló que su fuente de financiamiento era la CIA, pasando por la Fundación Ford que, a su vez, financiaba al Instituto Latinoamericano de Relaciones Internacionales (ILARI). Y sin embargo, Mundo Nuevo era un ejemplo de revista plural y crítica latinoamericana, en la que colaboraban lo mismo los pintos que los colorados”.

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Bajo esta tónica, la CIA patrocinó algunas revistas mexicanas, casi todas de poca relevancia en términos culturales o políticos, salvo una que resulta muy destacada entre las revistas de la época. Me refiero a la revista Diálogos, la cual inició su actividad editorial en 1964 bajo la dirección del poeta y filósofo mexicano, de origen español, Ramón Xirau.

A decir del propio Sheridan, en el artículo ya referido, la fundación de esta revista “formaba parte del proyecto DIGODOWN, es decir, el lado americano del Congreso para la Libertad de la Cultura (CCF) que tenía su sede en París. Sus operadores en México eran unos señores llamados Geoffrey T. Huyette y Edward G. Tichborn (cuyos nombres, claro, pueden ser falsos)”. Este proyecto, según se reporta en un documento clasificado, tenía como objetivo la creación de una revista para los intelectuales mexicanos  que sirviera para evaluar “al Centro Mexicano de Escritores y a varias personalidades culturales de México”, así como “una alternativa basada en el libre intercambio de las ideas que sea favorable a Occidente [pro-west]“.

“En la lista de objetivos del programa se explica la importancia de crear la ‘revista cultural’ como contrapeso a Siempre! y al ‘monopolio que la extrema izquierda tiene en el sector cultural de México‘, abriéndole un foro a los escritores que ‘por carecer de alternativas’ publican en Siempre! y otras publicaciones de izquierda”,  señala Sheridan.

El programa DIGODOWN tenía como blanco a los siguientes escritores: Juan García Ponce, Raúl Ortiz y Ortiz, Antonio Alatorre, Juan Vicente Melo, Margaret Shedd (la directora del Centro Mexicano de Escritores), Jorge Ibargüengoitia y Ramón Xirau, siendo éste último en quien finalmente cayó la responsabilidad de dirigir la revista.

Según el Diccionario de literatura mexicana del Siglo XX, en la entrada dedicada a la revista Diálogos, se lee lo siguiente: “Ramón Xirau relata, con motivo de la celebración del número 100 de la revista (julio-agosto de 1981), que la publicación se inició en una reunión de café con su amigo Enrique P. López.”

Diálogos, a diferencia de otras publicaciones,  no fue financiada por el Congress for Cultural Freedom(CCF) —como si lo fue “Mundo Nuevo de Monegal”— sino el patrocinio venía directamente del señor “Enrique P. López”. Quien, según reporta Sheridan en el artículo “La CIA apadrina una revista cultural” a veces se llamaba “Henry P. Lopez” y a veces “Henry Preston López”, ambos nombres no son más que pseudónimos de Edward G. Tichborn, operador de la CIA.

Xirau, era el candidato perfecto porque además de su trayectoria y su talento como intelectual, formaba parte del grupo de becarios de la Fundación Rockefeller, y entre sus funciones, estaba supervisar el área cultural de la Fundación en México. Además, y lo más importante, es que “no colaboraba con los comunistas, ni apoyaba a Fidel Castro”, según expresa uno de los documentos consultados por Sheridan.

“Enrique P. López” apareció como codirector hasta el número 12. Según el mismo Xirau, “la revista marchaba bien hasta entonces, pero la crisis económica hizo que pidiera ayuda a sus colaboradores, por medio de una nota publicada en la revista. Fue entonces cuando Víctor L. Urquidi le propuso que continuara con la revista en El Colegio de México”. De esta manera, la revista pasó a formar parte de las publicaciones de El Colegio, el cual, también recibía patrocinio de la Fundación Rockefeller, según señala Sheridan.  Diálogos estuvo bajo su nuevo amparo hasta el número 131, después desapareció definitivamente por falta de fondos.

Esta revista publicó, a lo largo de sus casi veinte años de vida, a una gran cantidad de escritores mexicanos desde Octavio Paz o Alfonso Reyes, hasta los más jóvenes como Hugo Hiriat o Fabio Morábito. En este transcurrir del tiempo el diálogo originó un “libre” transcurrir de las ideas, que para muchos intelectuales, fue fructífero para México en términos culturales.

 

 


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