La crisis global nos obliga a replantear la ciencia para conservar al ambiente
En estos tiempos, sobre todo en países en vías de “desarrollo”, mucho se escucha sobre la necesidad de incrementar los recursos destinados a la investigación científica y la tecnología, pero poco se habla de la forma en la que se aprovechan los presupuestos asociados a estos tópicos. Un tema actual en México, a raíz del reciente recorte catastrófico del 23% para la Ciencia y la Tecnología que se concretó en fechas recientes y que demostró que la “comunidad” científica carece de lectura política y reacciona de manera timorata ante los peores escenarios.
Pero lo cierto es que el desarrollo científico y tecnológico enfrenta también otros dos grandes problemas, por un lado en muchos de estos países (incluyendo México) las instituciones dedicadas a la ciencia, la tecnología y la conservación padecen los estragos permanentes de la corrupción y, por el otro, se trabaja bajo lógicas que no necesariamente tienen impacto favorable en nuestro entorno, aún cuando sus pretensiones sean válidas y honestas.
Esto no solo sucede en nuestras latitudes, un ejemplo muy ilustrativo de la controversia que generan ciertas formas de abordar los problemas de conservación ambiental es la propuesta de Ruth Gates, bióloga marina que dirige el Instituto de Biología Marina de Hawai, y que en el año 2014 ganó el concurso “Ocean Challenge”, organizado por la fundación benéfica de Paul Allen (fundador de Microsoft) para encontrar ideas para tratar de contrarrestar o frenar los efectos del calentamiento en los océanos [1].
Gates, que llevaba tiempo observando los corales del Caribe, presentó un proyecto para investigar porqué determinadas colonias de corales parecían ser más resistentes a los efectos de las subidas de temperatura del agua. Desde 1998, y debido a ese calentamiento, el 15 % de los corales del planeta ha desaparecido [1].
Gates y su equipo habían comprobado cómo colonias vecinas sufrían distintos efectos con las subidas de temperatura, unas se blanqueaban completamente y morían, otras, a pesar del blanqueamiento, conseguían restablecerse y algunas no parecían sufrir ningún daño. La idea de Gates y el proyecto para el que ha conseguido 4 millones de dólares es investigar a nivel genético las características especiales de los corales que parecen más fuertes, para tratar de crear especies resistentes al calentamiento de las aguas provocado por el cambio climático [1].
Dudas razonables
El proyecto es increíblemente ambicioso y plantea muchas dudas entre otros especialistas en corales. Terry Hughes dirige en Australia el máximo organismo de protección de los corales y ha realizado un estudio que analiza proyectos de recuperación de corales de manera convencional; esto es, cultivando colonias en tanques y colocándolas después en arrecifes que habían sido dañados o destruidos. Revisó más de doscientos proyectos en los que se habían invertido doscientos cincuenta millones de dólares y que han conseguido repoblar 10.117 m2. Una extensión ridícula y en la que ni siquiera está claro que los corales resistan a largo plazo [1].
Es cierto que el valor de cualquier investigación científica no debe ser cuantificado en función del dinero que se gasta en ella y el supuesto beneficio que se obtiene pero ¿realmente hay alguna posibilidad de que con una solución científico/tecnológica seamos capaces de revertir un proceso natural, aunque probablemente provocado por el hombre, que la naturaleza no es capaz de solucionar?
Gates y otros como ella (que también se benefician económicamente con esta manera de mirar la ciencia) opinan que hay que intentarlo, que hay que empezar a pensar en proyectos a larguísimo plazo, proyectos de los que es imposible saber si tendrán éxito o no, pero están convencidos de que es mejor hacer algo que quedarnos imperturbables [1].
No intervenir y dejar que la sabiduría del ambiente lo resuelva
Otros científicos, algunos tan conocidos como E.O. Wilson, abogan por dejar que la naturaleza resuelva los problemas, interfiriendo lo mínimo posible en sus procesos. Su argumento concuerda con lo que el propio Hughes comenta “si creemos que podemos solucionarlo todo, quizás creamos también que podemos intervenir en todo porque ya lo arreglará la ciencia en el futuro”. Insisten en que hay que aceptar los límites de la ciencia y considerar que incluso las ideas mejor intencionadas pueden tener efectos dañinos que no somos capaces de prever. Para ellos lo mejor, como explicaba el propio Wilson hace poco en ese controvertido artículo, es dejar ciertas partes del planeta a salvo de la intervención del hombre, justamente para preservarlo.
Está claro que el problema pertenece a la misma confrontación epistémica que se da entre los científicos conservacionistas y los reduccionistas que apuntalan el desarrollo de la tecnología transgénica; estos últimos solo miran a través del prisma genético sin considerar la variación asociada al ambiente, mientras que los primeros tienen claro que la biósfera es un sistema abierto con una complejidad impredecible y que intervenirla tan radicalmente puede generar más daños de los que intenta resolver [1].
Es momento de una Ciencia Comunitaria
Pero el problema más grave se debe a que la aparente seguridad que da la continuidad del sistema económico global, es a la vez la continuación del desequilibrio entre incremento poblacional y deterioro ambiental; las fuerzas del mercado son algo que los científicos como Gates no consideran en sus estudios conservacionistas, como si el cambio climático no fuera, en sus raíces más profundas, una consecuencia del capitalismo histórico y su forma de acumular a partir de la imparable explotación de la naturaleza.
Es importante tener en cuenta las consecuencias de este tipo de trabajos, en tiempos donde continuar o desarticular al sistema dominante (profundamente ecocida) conllevará irremediablemente a un conjunto de crisis económicas, políticas y sociales. Con la luz que arrojan sus detractores queda claro que la transición menos violenta a un sistema social justo, no es aquella que oriente los recursos públicos a investigaciones de altísimo costo y poca eficiencia. Sino que la mejor apuesta es la que asegure un decrecimiento económico sostenido basado en la redistribución de las poblaciones humanas, cuyas labores económicamente activas estén profundamente conectadas con la conservación de los recursos naturales.
El reto de nuestros tiempos es encontrar el equilibrio entre intervención, desarrollo humano y restitución de los recursos naturales. De ahí que insertemos con cierta urgencia el discurso de una ciencia con valores comunitarios. Una ciencia que sepa reconfigurarse, conservando su enorme potencial transformador pero rescatando para sí (para pensarse a sí misma y al mundo) la sabiduría de las comunidades que se han convertido en los guardianes de la naturaleza en todos los rincones del planeta.
Texto de jesús Vergara (Colectivo ALTERIUS) | Con información de [1] The New Yorker