La Paz: una búsqueda compartida en México y Colombia.

Hace exactamente un mes, el escritor mexicano Juan Villoro publicaba su más reciente columna en el diario español El País, titulada ‘‘Adiós a las armas’’, en un sincero anhelo porque Colombia alcanzara, o por lo menos se pronunciara, a favor de la paz.

Ahí se mencionaba que después de cuatro años de negociaciones en aquel país, por primera vez, la paz dejaba de ser un sueño nostálgico para buscar convertirse en realidad luego de medio siglo de guerra entre dos intereses contrapuestos: el del Estado Colombiano y el de las FARC.

En el mismo texto, se menciona que la violencia no es un caso exclusivo de Colombia, ya que en México se ha convertido en algo que se vive a diario. Villoro señala que después de la guerra civil salvadoreña el novelista Horacio Castellanos Moya se trasladó a México para trabajar en un periódico. Ahí, descubrió que la paz puede imponer condiciones más arduas que la guerra: “En 10 años de guerrilla no vi tantas intrigas como en seis meses de periodismo en México”. En referencia al caso del EZLN y a la violencia que se puede llegar a vivir en nuestro país.

El anhelo de este autor es el mismo que durante toda su vida compartió otro hombre de letras que conoció y vivió la realidad de ambos países: Gabriel García Márquez, quien con el legado de su obra tendió puentes entre México y Colombia.

Ambos países compartimos dos cosas: la primera es la violencia, convertida en algo que se padece todos los días. En México hemos vivido años de crueldad y miedo, intensificados a partir de la llamada “guerra contra el narco” declarada por el gobierno de Felipe Calderón desde 2006, justo a una semana de haber iniciado su gobierno, y continuada por su sucesor, Enrique Peña Nieto.

Por sus particularidades, la guerra contra el narcotráfico en México no puede ser considerada como una copia fiel del conflicto entre el Estado colombiano y la guerrilla (FARC-EP), pero guarda cierta similitud con los graves costos humanos que ha ocasionado la lucha armada en el vecino del sur. En nuestro país, según datos de Justice in Mexico extraídos del INEGI, se han registrado desde el 2007 más de 186,317 asesinatos, alrededor de 27 mil 659  desapariciones, según cifras del Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas (RNPED), y 287,000 desplazamientos de personas a causa del crimen organizado[1]. Por otro lado, en Colombia, a más de 50 años de iniciados los enfrentamientos entre las FARC-EP con el gobierno colombiano, las cifras que el conflicto ha arrojado son desgarradoras. Según el Centro Nacional de Memoria Histórica de Colombia, la confrontación ha dejado más de 220,000 muertos, más de 27,000 secuestros; 25,000 desapariciones forzadas; y más de 5,700,000 desplazados.

Al ver estas cifras es fácil entender de dónde viene la empatía mutua entre nuestros pueblos; a partir de esta afinidad entendemos las consecuencias que el conflicto tiene en la vida de la gente y, comprendemos por tanto, los anhelos de paz de miles de colombianos.

Como se ha visto, Colombia y México han sufrido las consecuencias del fuego cruzado: por un lado el del  Estado colombiano frente a las FARC y por otro, el del  Estado Mexicano frente al narcotráfico. Los llamados “daños colaterales” traducidos  no sólo a números sino a la vida diaria se refieren a la incertidumbre de no saber dónde está un hijo, una madre, o un pariente cercano, a tener que salir del lugar de origen, a ver en la muerte algo que forma parte de lo cotidiano y a observar la injusticia e impunidad como sostén de nuestras naciones.

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Por eso, la segunda coincidencia -y la más importante-, es el deseo de paz para nuestros países. Actualmente esa es nuestra búsqueda compartida.

La Paz es incuestionable

La actual negociación por la paz encabezada por el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos (ahora Premio Nobel de la Paz 2016) y el líder de los guerrilleros, Rodrigo Londoño Echeverry conocido como “Timochenko”, no ha sido la única llevada a cabo. Desde la década de los 80 y hasta la fecha se han realizado diversas negociaciones siendo esta última, iniciada en 2012, la más larga de la historia.

El arduo proceso para la conformación de la paz en la hermana nación latinoamericana, solo refleja lo extenuante que ha sido dar estabilidad social a un país partido en dos por la violencia y el miedo. Por un lado, en la Colombia polarizada, persisten los que se aferran a las ganancias económicas y políticas que la guerra les brinda. Por otro, los miles de ciudadanos que en un acto de reconciliación con sus compatriotas, salieron el pasado 2 de octubre a votar en el plebiscito y dijeron SÍ a la paz.

Pero ¿Qué implica decir SÍ a la paz más allá de aceptar o desaprobar los acuerdos firmados?

La pregunta obliga a mirar por encima del resultado arrojado por el plebiscito. Lo recogido en las urnas la semana pasada no refleja el sentimiento mayoritario de los ciudadanos; porque esta consulta en sí misma no logró recabar la diversidad de emociones y sentires que todos los habitantes de Colombia han puesto sobre la mesa cuando reflexionan sobre la paz de su país. Éstos rebasan, indudablemente, el responder SÍ o NO a una consulta. ¿Qué país después de tener medio siglo en guerra va a cuestionar alcanzar la paz?

Por esa razón es que sostenemos que la respuesta al plebiscito -incluso si hubiera ganado el SÍ-  no es la conclusión, ni el fin de un proceso; sino un punto de partida para dar el siguiente paso en la construcción de la paz colombiana.

Después de realizada la consulta plebiscitaria, quedó claro que la paz dejó de ser solo un anhelo para convertirse en una realidad cada vez más tangible entre el pueblo colombiano. Con el respaldo de la comunidad internacional, Colombia se colocó en el centro de la discusión pública y por primera vez en más de 50 años el debate sobre la paz tuvo sobre sí los ojos del mundo.

México no se ha quedado atrás y a causa de la violencia también los ojos del mundo han estado sobre nuestro país. Los feminicidios, los 43 estudiantes desaparecidos, los hechos en Tlatlaya, las fosas encontradas por todo nuestro territorio, entre otros sucesos, han hecho que la comunidad internacional condene los actos de violencia sufridos en nuestro país; no obstante hasta el momento el gobierno federal no ha reconocido el error en su estrategia ni ha tratado de recomponer el camino. Y aunque han existido actos para exigir justicia y alcanzar la paz, hasta el momento no han sido suficientes.

Como Villoro y Gabriel García Márquez, hay millones de mexicanos y colombianos que saben que la paz es incuestionable. Los dos países ahora tiene una tarea titánica: la de no claudicar, seguir haciendo preguntas y construyendo respuestas.

COMÚN, estudiantes y egresados de ciencias sociales, escriben y debaten sobre política.

@comun_jalisco


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