Entrevista con Alejandro Barreto: “el proceso de un grabador es devastar”

“La Potosina” –ubicada en la venenosa calle de Jesús María en el Centro Histórico de la Ciudad de México— es la cantina que José Guadalupe Posada hizo mitológica. Este sitio es emblemático no sólo por el aura artística y ritual (para los estudiantes de la Academia de San Carlos) que adquirió gracias al espíritu del grabador mexicano;  en los muros de este ancestral espacio de la bohemia se encuentran las huellas de un México que ya sólo habita en la nostalgia.  Ahí, en una de las mesas donde el creador de la imagen de la Catrina solía beber hasta el delirio, nos sentamos a conversar con el artista gráfico Alejandro Barreto (Morelos, 1980) al respecto de su trabajo como grabador y artista visual, a propósito de su documental Lubokus. RU.MX (reseñado en TerceraVía) a través del cual se pone en evidencia que México y Rusia son dos países unidos por una tradición: la gráfica popular.

En una forma de apropiación cultural Barreto toma el Lubok (un tipo de literatura gráfica rusa que tuvo su origen en el siglo XVII y que estaba destinada al consumo de masas) y lo convierte en el soporte de la imaginería popular mexicana, en ese espacio litográfico  conviven en la  borrachera El Santo, las ficheras, Cantinflas, Chapulín Colorado, Pérez Prado y hasta el mismísimo Emiliano Zapata, entre otros personajes. Mientras el artista nos explicaba los Lubok que llevó impresos a nuestra entrevista, el dueño de “La Potosina” también se interesó por esa parte de la historia popular rusa. Al final de la charla Barreto regaló uno de sus grabados al cantinero, tal vez en algún futuro cuando usted entré a ese espacio, podrá reconocer en alguna de sus paredes a Cantinflas bebiendo vodka.

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¿Cómo empezaste en la gráfica?

En 1988 me gané un concurso de dibujo llamado “El niño y la mar”, desde ahí me volví una pequeña celebridad en mi escuela.  Cada año siguiente durante la primaria, el último día para entregar el dibujo al concurso yo no tomaba clases y me mandaban a la dirección.  Me daban una cartulina y unos colores –y un sándwich— porque la escuela aspiraba a obtener otro premio.

El grabado es una de las artes más incomprendidas

¿Qué significa para ti el grabado?

El proceso de un grabador es devastar. Tienes que imprimir cierta violencia en la materia para crear, para arrancar las imágenes de una superficie.  Cuando tú haces una placa la tienes que someter a un proceso de destrucción por medio del ácido,  lo que hace el ácido es corroer el dibujo que lleva un aguafuerte por ejemplo. Meter una placa al ácido y dejar que se queme y se grabe un dibujo es un proceso fuerte. En la madera o el linóleo –que son otras técnicas básicas de la gráfica— se trata de desgarrar. Las intenciones que hay en ese acto, en ese modelado sobre la materia, tienen mucha relación con la naturaleza del ser humano.

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Me gusta la idea de dejar una huella en las cosas, si yo araño la pared ahora mismo estaré haciendo un grabado. Ésta es una de las nociones espirituales de un grabador.

¿Cómo es la vida de un grabador?

El grabado es una de las artes más incomprendidas. Básicamente el grabado nace como un acompañante del texto, de la literatura, en los libros. Eventualmente tiene un parentesco con los manuscritos iluminados y las ilustraciones hechas a mano.

¿Qué significa ser un grabador?, significa tener la conciencia de dejar una huella. Es una conciencia que se desplaza a todo, el acto de ser un grabador significa violencia y esfuerzo. Sobre todo para la venta,  los pintores pueden vender un solo cuadro y venderlo muy bien, los grabados no cuestan lo que una pintura. Por un lado son más baratos pero por el otro son más accesibles –y no dejan de ser una pieza original del autor. Los coleccionistas de arte, cuando comienzan en el medio, empiezan por coleccionar grabados.

Si tú te concibes sólo como un grabador pierdes. Tienes que considerarte una persona creativa que se desarrolla en un medio creativo. Donde tienes que ejercer la verdadera creatividad es en el momento de relacionarte. Antes de tener un grabado en el museo de la estampa del Estado de México (en donde llevo diez años como maestro y coordinando un colectivo) tuve que olvidarme de ser un grabador, para poder chambear y entrar al medio. Tienes que tener la posibilidad de hacer murales, o lo que a la gente se le ocurra. Me considero un artista visual, y si me ponen a hacer una escultura la voy a hacer también.  Ser grabador es mi espíritu, el trabajo que va a hablar de mí va a ser ese.

Foto: Annick Donkers
Foto: Annick Donkers

¿Cuáles son las mayores dificultades?

Como grabador hay que pelear contra muchas cosas, por ejemplo ir a contracorriente de las cosas que hacen los grabadores famosos. Principalmente el deseo de buscar el mexican curious o los elementos más atractivos para el turista: el indígena, las calaveras, los nopales. Eso es muy común en el ambiente de los grabadores. Y la facha: pulserita de cuero, chalequito, batas amplias, greña larga, barba y piercings, estar mamado y tener tu taller. Ah, y además  ser oaxaqueño, si no lo eres  no existes. Son varias cosas que yo respeto pero que no van conmigo.

 

El grabado tiene una característica que no se le va a quitar nunca –y que a mí me da mucho gusto— es populachero. A diferencia de una pintura, un grabado rara vez se canoniza, eso por supuesto depende del autor, de su contexto socio-cultural y demás; porque el grabado relata cosas, es muy costumbrista, muy ilustrativo, incluso en muchas ocasiones se trata de un mero acompañante del texto, es muy literario en ese sentido.

 

El grabado nació en la Edad Media como un formato de reproducción masiva que lo hace popular y anónimo. Además, siempre ha estado fuera de los estudios estéticos de las bellas artes, el grabado nació para representar una idea que pueda ser entendida para la gente que no sabía leer ni escribir. Después de la Edad Media, cuando viene el Renacimiento, se pule la cuestión del dibujo, de la perspectiva, lo que le da realismo a las formas, pero antes de eso las representaciones eran como en los grabados antiguos, piensa en el Tarot, esa es la tradición medieval de la gráfica. Cuando el grabado en madera pasa al metal, fue una transición tan fuerte como cuando se pasó de la pintura a la foto, para métodos de representación se queda atrás la xilografía (que es el grabado en madera) para dejar  paso al huecograbado (todo lo que tiene que ver con incisiones en el metal), ahí es en donde se empieza a perder el valor del grabado y es demeritado como algo antiguo, que no estaba bien hecho, rústico, malhecho, y que representa toda esa ignorancia que teníamos antes del renacimiento.  Ese estigma sobrevivió cientos de años y es por eso que la gráfica nunca llegó a convertirse en una de las bellas artes.

La capacidad de reproducir imágenes es el gran valor del grabado,  cuando nace la gráfica históricamente es con esa finalidad, para que la mayoría de las personas tenga información de algo. La Academia de San Carlos fue el primer lugar en toda América que trajo esa técnica de España. Aquí se entrenaba a  la gente para que hicieran imágenes religiosas, hacían estampitas, ilustraciones de las Biblias…


A finales del siglo XIX fue cuando se empezó a romper con eso y a Guadalupe Posada le tocó estar en ese momento y de una manera inconsciente dejó una huella importante en la cultura nacional. El grabado hasta ese momento estaba asociado a la religión, eran ilustraciones nada más, pero Posadas rompe ese esquema con su trabajo, él le da vistosidad que ahora tiene y la gente empieza a interesarse de otra manera en el grabado.

¿Cómo es la relación que tienes con el espíritu de José Guadalupe Posada?

Muy rara. En realidad, la gráfica era la especialidad de las artes que menos conocía. Cuando yo entré a la escuela de artes  de Toluca  no sabía ni que existía eso. Llegué a la especialidad por la fuerza, porque teníamos que escoger una especialidad a partir de segundo grado. Yo quería ser pintor; si piensas en un artista, casi siempre  piensas en un pintor, es lo más común. Pero hubo una maestra que no me dejó. En ese tiempo los mismos maestros te orientaban sobre tu desarrollo, de acuerdo a tus aptitudes y tus intereses. Cuando les dije que quería ser pintor me dijeron: ¡no! Ya llevaba cinco semestres estudiando litografía, grabado, linóleo, madera…  Ese comité me advirtió de que no entrara en pintura, que me metiera en grabado “porque si no la iba a cagar”, ésas fueron sus palabras.

 Yo quería ser pintor; si piensas en un artista, casi siempre  piensas en un pintor, es lo más común. Pero hubo una maestra que no me dejó.


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En aquel entonces no tenía expectativas de lo que es ser un grabador, ni siquiera había conocido a José Guadalupe Posadas. ¿Qué significa ser un profesional del grabado? No lo sabía.

Cuando me reconocí discípulo espiritual de Posada fue el día en que yo me enamoré de otra cosa que aparentemente no tenía nada que ver con México.

Lejos de Guadalupe Posada –numen tutelar del grabado— ¿qué otros planetas orbitan en ese mundo? 

Hay una gran variedad, pero sólo la conoces si eres grabador. Ese es el problema.

Cuando decidí adentrarme al mundo de Posada era porque yo ya tenía otras cosas en mente: los Luboks

Posada vivía como un grabador verdaderamente, él sólo se dedicaba a eso, era un señor que trabajaba mucho, no tenía ni lujos ni lana. Posada entregaba su cuota diaria de ilustraciones y le pagaban, y tan tan. Él no tenía libertad para crear sus imágenes, le entregaban un texto y con base en él tenía que hacer los grabados, no importaba si eran cuentos, ilustraciones religiosas o anecdotarios populares de la calle, si el tema era que nació un niño con una cara en el trasero el asunto más bien era echarle imaginación. Mucha gente piensa que Posada era un iletrado, que salió de la nada, pero tenía estudios formales, y como muchos decidió venir a la Ciudad de México a buscar trabajo.

Comprendí que Posada era una persona con una habilidad para representar lo que la gente quería. Diego Rivera fue el que menos lo comprendió, a Rivera se le ocurrió en algún momento sacar del anonimato a Posadas: dijo que era el mejor por ser revolucionario. Pero en realidad Posada era una persona muy sencilla, que le gusta beber en esta cantina y no le interesaba la revolución.

¿Gracias a Posada te nace el amor por la cultura popular?

Foto: Annick Donkers
Foto: Annick Donkers

Mi papá estudió para maestro pero le gustaba tocar en las cantinas, ese era su hobby. Y el hobby de mi mamá era ser una chica gogó. Ellos guardaron muchos buenos recuerdos de la Ciudad de México. Yo crecí con la música de boleros, la Sonora Santanera, Enrique Guzmán, Los Apson, y todo el rock and roll que estaba de moda. En mi casa eran bien recibidas todas las películas de Tin Tan, de Cantinflas, del Santo, de los Polivoces, todas las que sacaban los exteriores del centro, porque siempre que veíamos las películas mis padres decían: “mira, yo vivía ahí, o tenía una amiga que vivía allá”. En parte por eso el Centro Histórico me resultaba fascinante.

 

En cuarto de primaria nos pidieron llevar nuestro cassette favorito, y todos llevaban sus cassettes de Cri Cri, Topo Gigo, Timbiriche… Yo llevé uno de un grupo muy viejito que se llamaba Los Cinco Latinos, eran como Los Platters pero en español. Yo tampoco entendía porque me gustaban esas cosas, me era más cercana la música de Luis Alcaraz por influencia de mi padre. Me acuerdo de un programa que pasaban en Zitácuaro en la radio por la noche, que se llamaba La gran noche, eran dos horas de pura música de Enrique Guzmán, Amparo Montes, Toña la negra, Benny Moré, y todo lo que tuviera que ver con ello. Eso me educó sentimentalmente.

Fui un niño muy educado por la televisión, yo veía toda la programación completa. Veía las caricaturas, toda la  programación de los ochentas del canal once, donde por cierto venían animaciones rusas y japonesas. Luego veía el canal cinco y cuando crecí, de pronto estaba viendo telenovelas. Yo lo sabía todo, y en la escuela si alguien se había perdido el capítulo anterior yo podía contarle lo que había pasado.

Cuando llegué a vivir al Centro Histórico trataba de  buscar los recuerdos de las películas, rastrear el paso del tiempo, encontrar los teatros, como el teatro lírico que ya no está, pero que salió en las películas que veía con mis padres, porque era uno de los teatros más impactantes de la Ciudad de México. Quería encontrar esa nostalgia.

¿Esa es la razón por la que te volviste coleccionista?

Desde los 15 años comencé a coleccionar figuritas pequeñas. Un tiempo traté de recuperar y obtener todo lo que no tuve de niño. Siempre me han gustado los juguetes. Con el tiempo el coleccionismo se volvió un ejercicio de arqueología, eso me daba la posibilidad de aprender, es como si me robara un poco de la historia de otras personas para llevármela a mi casa, porque lo que tú coleccionas muchas veces estuvo en la casa de alguien más. Cuando algo que estuvo cuidado cien años o más llega a tus manos, te pones a pensar que no vas a vivir tanto como uno de esos objetos.

¿Cómo te interesas por Rusia y los Luboks?

Realicé una serie de rumberas, eran cinco grabados con el título “Bésame con frenesí”, ilustraban el coro de una canción que se llama precisamente “Frenesí”. Cada estrofa ilustraba una historieta de una rumbera que por un crimen pasional era asesinada durante el baile. A esa serie les hice una carpeta especial (una carpeta es un cajoncito que sirve para guardar el grabado), dicha carpeta tenía forma de calzón con plumas de marabú alrededor y lentejuelas. Le bajabas el calzón para poder ver los grabados.

Después en San Carlos hice una serie que tenía que ver con la televisión, se llamaba “El circo in-fame”. In fame: sin fama. Agarraba retratos de artistas famosos, como Marilyn Monroe, y les cambiaba el aspecto como si fueran artistas de circo, tenía a la Marilyn acróbata afro. Janett Jackson de bailarina exótica. Eran personajes del circo que hacían un paralelismo con la televisión. Los medios masivos nos implantan imágenes canónicas de ciertas personas que cuando las sacamos de ese contexto se vuelven irreconocibles.

Un día dije voy a estudiar ruso, así de la nada. Y de pronto empecé a conocer gente de Rusia, con ellos me volví bien borracho (bueno, ya lo era antes), pero conseguí libros rusos y me interesé por su cultura. Los rusos creen que en México no nos interesa nada de su cultura. Cuando te interesas en serio por los rusos, se vuelven muy desconfiados, nunca te quieren decir todo. Tal vez porque culturalmente no estamos tan cercanos y eso provoca que no haya interés en ahondar lazos.

¿Qué diferencia tiene la cultura popular de Rusia con la mexicana?

Por muchos siglos la educación en Rusia no era indispensable, la gente creía todo lo que les decían.
Ellos tienen una herencia más anclada a la superstición. Muchas de las tradiciones populares rusas vienen de sus creencias rurales. Por muchos siglos la educación en Rusia no era indispensable, la gente creía todo lo que les decían. Muchas cosas de su cultura funcionan con base en eso. En Moscú hay una estación del metro que tiene unas esculturas de bronce, hay una escultura que todo mundo tiene que tocar, y hasta  hacen fila para tocar la rodilla porque es de buena suerte, no importa quién seas o qué educación tengas, si pasas por ahí tienes que tocar la rodilla. Tan es así que ya hasta descolorida está. Otras de sus supersticiones es que no puedes beber sin brindar antes. Cosas así. Es divertido cuando no eres de allá.

Los rusos son personas muy sádicas en los cuentos populares, las moralejas son muy importantes para ellos porque los niños tienen que entender la diferencia entre lo bueno y lo malo. Hay personajes como Baba Yaga, la bruja, que es muy recurrente en su conciencia popular. O los duendes Domovoi que viven en las casas como si fueran parte de tu familia, a ellos no les gusta cuando la familia se pelea, si eso sucede ellos hacen travesuras.  En México también nos gusta creer en supersticiones.

Los rusos tienen otros hábitos de chacharear. Ellos coleccionan mucho el samovar, es muy tradicional, si no tienes uno de esos en tu casa simplemente no eres ruso. Hay un montón de cosas así.

Yo empecé a hacer grabados de personajes rusos. Un día me regalaron un libro y allí por primera vez encontré un Lubok, era de un gato sonriente como el de Alicia y tenía un texto que decía: “Como en el período de Pedro el Grande. Grabado en Madera”. Por fin había conocido un grabado ruso, una expresión de arte popular muy significativa para mí. Creo que muchos Lubok no son bonitos, son más bien burdos, la gente los puede ver y aunque tengan personajes como Spiderman o El Santo parecen del siglo XV, yo me enamoré de eso. Para los rusos son cosas asociadas a su niñez por las historias de moraleja que tenían que leer.

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