Un viaje codificado por el Jazz

¿Cómo lograr describir los sentimientos que se gestan al escuchar una buena banda de jazz? Esa eléctrica sensación que recorre la médula cuando la trompeta de Miles Davis emite su magia; o la tensión vibrante que me hace dar pequeños brincos cuando McCoy Tyner encuentra en su piano la combinación perfecta en el espacio justo y el tiempo preciso; o el asombro que convierte a esta masa de huesos y vísceras en un pasmarote sin remedio cuando el multisaxofónico Rahsaan Roland Kirk, maestro de la respiración circular, toca su saxo tenor sin interrupciones durante más de 10 minutos; o la experiencia mística que significa el “A Love Supreme” de John Coltrane a las 19 horas en metro Pantitlán (quizá sólo la obra cumbre del jazz tiene el poder de transformar ese infierno en algo bello).

Ahora mismo, mientras escribo estas líneas, suelto unas notas en un “cisne dorado” llamado Rose, para encontrar el punto exacto de donde partir y que me ha llevado finalmente a “My Favorite Things”. Me gustaría decir, por mantener el romanticismo, que para continuar esta tentativa he buscado de entre mis discos de vinilo una vieja copia del álbum producido por Atlantic Records y la estoy escuchando en mi viejo gramófono RCA Victor de 1972, pero la verdad es que no tengo ni el disco de vinilo, ni el gramófono y tan solo fui a mi carpeta Gateway(C:)/Musica/Jazz/Coltrane/MyFavoriteThings, seleccioné las cuatro piezas que componen uno de los mejores álbumes de la historia del jazz y presioné Enter. Pero el romance vuelve con las notas iniciales de Tyner (piano), Jimmy Garrison (bajo), Elvin Jones (batería) y John Coltrane (saxo soprano), sin importar que surjan de unas viejas bocinas genéricas.

Los sonidos se van entretejiendo hasta formar imágenes nítidas que finalmente conforman aquella estampa inolvidable; las cuatro figuras de estos pequeños dioses a contra luz, literalmente evaporándose mientras interpretaban esta misma pieza (que se volvió una de las obsesiones de Trane) en el mítico concierto de Bélgica en 1965 (¡Ande, deje esto y vaya un instante a youtube!); los cuatro vestían gastados trajes obscuros, mientras que de sus cuerpos emanaban vapores que hacían notar el esfuerzo de tocar al aire libre a temperaturas que oscilaban entre los 6 y los 9 grados en la escala Celsius.

LA ACERA ENCENDIDA 

Y aquí es donde uno comienza a enamorarse de la música y del jazz en particular. Aquí es cuando uno hace lo necesario para conseguir un saxo, aunque no alcancé a su raquítico presupuesto, y trata de emular a sus ídolos. Es cierto, el jazz es mucho más que el cuarteto Coltrane, pero también es mucho más que Satchmo y Dizzy y sus trompetas, mucho más que las inolvidables voces de Billie y Ella, es más que el swing de Duke y Goodman, que la improvisación insuperable de Parker, que los truenos furiosos de Jones y Rich, que el sonido perfecto de Ben Webster, la elegancia de Stitt o la fuerza mítica de Rollins, que la mezcla del humo del tabaco y el perfume de jazzmines, que las anfetas, la mariguana y la heroína que ni juntas pudieron con Miles, que el plato de gumbo caliente que alimentó nuestros sueños desde el sur de los E.U.A., que la sincopa y el sincretismo de la tradición occidental con el ritmo demoledor de la música tribal africana. Y el jazz es mucho más que eso porque cada nota va cargada de una historia de resistencia y lucha por la libertad. Desde la liberación de un grupo social históricamente lastimado, emergiendo por sobre sus opresores a partir de una de las artes más elevadas, hasta una rebelión de carácter personal que, como veremos, condujo a los grandes jazzistas a una revolución dentro de su propio arte.

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LOS CÓDIGOS DEL JAZZ.

Ahora es “Black Codes; From de Underground” de Wynton Marsalis, el heredero de las glorias de los titanes de antaño. Y es que la música jazz, indefinible como es, es un sistema de códigos complejos que suman el genio de los más grandes músicos con la creatividad brillante de los poetas populares, entonada en una selva transformada en gloriosos instrumentos que enarbolan el lenguaje más bello que ha creado el Homo sapiens. Así es, los instrumentos musicales que conforman una típica banda de jazz son producto de siglos de experimentación e innovación en el seno de la tradición musical de occidente, pero en una banda de jazz esos instrumentos retornan a su origen natural como nunca antes; aquel piano de la izquierda es una manada de elefantes y búfalos que corren sincopados entre robles, arces, tilos y ébanos… la caoba y el abedul se fusionan en aquella batería… a su lado un bajo con piel de palisandro y con alma de abeto destila un sudor de carnauba… al frente, esos brillantes dorados adornan la obra con su luz interminable; el saxo no es más que un solitario bambú vibrante y la trompeta parlanchina una mezcla de cobre y cinc que suelta notas derretidas.

EL SÍMBOLO DE UN NUEVO DÍA

Pero los códigos no se limitan a la selva reinventada. Es 1963 y Martin Luther King dirige un histórico discurso condenando el horrible asesinato de cuatro pequeñas niñas de color en Birmingham Alabama. Días después, Coltrane compone “Alabama”, y demuestra la capacidad lingüística de su saxofón: El solo de Trane es una transcripción del discurso de Martin Luther King y un canto doloroso que hizo vibrar las almas de los disidentes en la nación segregacionista: “These children unoffending, innocent and beautiful were the victims of one of the most vicious and tragic crimes ever perpetrated against humanity. And so this afternoon in a real sense they have something to say to each of us. […] Shakespeare had Horatio to say some beautiful words as he stood over the dead body of Hamlet. And today, as I stand over the remains of these beautiful, darling girls, I paraphrase the words of Shakespeare: Good night, sweet princesses. Good night, those who symbolize a new day”.

No solo Alabama es un canto que sobrepasa los sonidos y los convierte en un enunciado de lucha social, la historia del jazz está repleta de estos ejemplos. Con el jazz se construye un discurso musical que se enfrenta con lo peor de una sociedad, exigiendo derechos civiles para todos sus miembros y la identidad propia de un grupo marginado ¡El jazz deja de ser el placer por la música para convertirse en arma infalible de liberación!

Sí, el jazz es un arte que tiene un sentido social y revolucionario innegable y justo por eso ahora escucho el “Mingus Ah Um” de Charles Mingus, el maestro del bajo, que como pocos tomó en serio su papel de libertador. Influido por el Islam se lanzó en una rabiosa defensa de los hombres de color y, no sin justificación, acabó odiando de forma exacerbada a los hombres blancos. Si Coltrane era el Martin Luther King del jazz, Mingus era el Malcom X: “[…] Yo sólo quiero ocuparme de los músicos de color que, por falta de libertad, no pueden trabajar donde quieren. Él (Stan Getz) puede tocar donde le dé la gana mientras que nosotros nos vemos obligados a tocar en pocilgas. Todo esto porque nos denominan músicos de jazz […] Tengo el derecho a llamar a mi música como me dé la gana. Cualquier blanco tiene derecho a hacerlo, ¿Por qué yo no? Le repito que no toco jazz. Llámelo “mierda” si eso le agrada. La “rotary perception” es un tipo de ritmo circular que inventamos mi batería (Dannie Richmond) y yo. No os puedo dar una definición. No se explica, se siente”.

¡ROMPE TUS CADENAS, TOCA JAZZ, TOCA LIBRE!
Y es así que el jazz, renegando incluso de sí mismo, se lanzó en la búsqueda de la liberación total y encontró la forma de trascenderlo todo. Es momento de cambiar la lista de reproducción… es momento de Ornette Coleman y su “The Shape of Jazz to Come”. No es fácil escuchar a Coleman, sobre todo en “Free Jazz” el álbum que da nombre a la nueva corriente, la que viene a romperlo todo de manera definitiva. A partir de ahora el caos estará guiando al espectador y al propio intérprete. El free-jazz es la culminación de una ola de experimentación y rebeldía cultural, que fue rechazado no solo por el público sino por la mayoría de los jazzistas de su tiempo, incluido el propio Mingus que expresó lo siguiente sobre Coleman; “En Estados Unidos hay un montón de músicos de su estilo que son incapaces de leer música y que tienen un enfoque especial de la misma. […] Ornette, no puede tocar un tema tan sencillo como “Body and Soul”. Pertenece, como Cecil Taylor, a esa categoría de instrumentistas incapaces de interpretar un tema con acordes y una progresión perfectamente establecida”. A pesar de esto, si se aborda sin prejuicios, si se es capaz de romper el paradigma del orden que permanentemente espera el espectador, el free jazz tiene un encanto extraño porque nos enfrenta a un universo efímero en donde nunca se sabe lo que viene y esa enigmática propiedad genera un permanente estado de asombro.

Pero el discurso es un continuo, el free-jazz pertenece al mismo esquema histórico de sus antecesores inmediatos; el swing, el bebop y el hardbop. Es origen que explica y fundamenta el jazz-fusión, el acid y el electro-jazz. Todas estas corrientes parten de su esencia rebelde y se nutren no solo de la constante experimentación musical, también se alimenta del complejo arte de la improvisación que define a nuestra música y sobre todo de su contexto social. Contrario a lo que se piensa en algunos sitios (incluso por algunos de sus expositores), el jazz no es una música de élites, ni un relato clasista sino todo lo contrario; el jazz se gestó en los más obscuros salones de los barrios marginales del sur norteamericano y se alzó desde la raza negra desolada y abatida. Discurso rebelde y libertario, como las piezas del genial saxofonista y compositor Oliver Nelson, que con el Emancipation Blues o su Freedom Dance, dejan clara su postura política desde los títulos y hacen del Jazz la música revolucionaria que acompañó a toda una comunidad de individuos esclavizados y los elevó por encima de sus opresores con la sola exigencia de respetar su lección fundamental; La auténtica libertad consiste en hacer lo prohibido sin dejar de hacer lo correcto.


EL TREN AZUL Y LA ARCILLA ROJA

La música es un enorme paraje por el que todos transitamos a diario, sea cuál sea su corriente favorita. Algunos optan por los caminos conocidos, trayectos comunes, propios y ajenos, que satisfacen con facilidad nuestras exigencias emocionales. El jazz no pertenece a esos caminos, la improvisación lo convierte en una ruta desconocida. Cada que usted escucha en vivo a una banda de jazz, o atestigua el romance del solitario jazzista, está presenciando el arte más efímero; nunca escuchará el mismo concierto, la misma pieza o el mismo fraseo. Con el jazz ocurre lo que sentimos en un viaje a un sitio desconocido; partimos de una cadencia simple, producto del escaso conocimiento que tenemos de nuestro destino, pero en realidad el futuro es incierto y debemos improvisar a cada paso. El jazz es el arte del viajero sin reservaciones e infinitos caminos por los cuales transitar; todos nos conducen a vibrantes tonos, desde el tren azul que abordamos hasta el rojo sonido de las cadenas que chocan esperando quebrarse.

 


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Redacción y recopilación: Jesús Vergara | Ningún contenido multimedia fue alojado por Tercera Vía.
Texto actualizado, originalmente publicado en Revista Hashtag

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