American Gods: Sombra y fe

Los dioses antiguos emigraron a América. Vienen escondidos en las bolsas raídas de los migrantes. Viajan escondidos en sus baúles o en sus armas, para conquistar. Llegan al Nuevo Mundo y empiezan a volverse decrépitos.
Quizás la mortal Khali, diiosa sangrienta de los hindúes, acabe siendo afanadora en un motel de carretera. O Thor, hombre que amasa la fe nórdica, sea ya un anciano que mata vacas, con su martillo, en los rastros que surten de bistecs las cadenas de comida rápida y rancia. Y Anubis e Ibis, dioses egipcios sobre los que se construyeron palacios inmensos en el espeso Nilo, acabaron siendo un par de hermanos que manejan una casa funeraria en una ciudad polvorienta del medio oeste americano.

Eso lo imaginó un escritor llamado al delirio, Neil Gaiman, nacido en 1960, en Porchester, Inglaterra, para tratar de explicarse el país en donde ahora vivía, a inicios de la década pasada, en una novela delirante, críptica y poderosa: “American Gods”.

Para los amantes de la literatura fantástica, el nombre de Gaiman les era más que conocido: había escrito la novela gráfica, “Sandman”, sobre las peripecias del Dios del Sueño, y sus hermanas, Muerte y Delirio, para beneplácito de los adultos que se negaban a dejar de leer cómics y que se hundían, ahora en una mal llevada “edad adulta”, en las pesadillas filosófico/morales de una novela que los intrigaba y entretenía. Podían seguir asustándose con que “El Coco” era un ser, guapo, blanco como el mármol, de buen cuerpo, atormentado, que se robaba sus sueños para jugar con ellos.

Años atrás, Gaiman ya se había ganado al público adolescente con las novelas de corte, más bien “infantil”, “Coraline” y “Stardust”, llevadas ambas a la pantalla de cine con irregular éxito: la primera, en una animación perturbadora con un excepcional “stop-motion” deja sin aliento a quien sueña con reemplazar a su mamá por otras más, digamos. “perfecta”; la otra, con una cinta mediocremente actuada, donde ni la belleza de Michelle Pfeiffer la salvaba de su desigual manufactura para un singular y enrevesado cuento de hadas, macabro y tierno a partes iguales.

Neil Gaiman sabe, como lo cuenta en el ensayo “Credo”, incluido en el libro recopilatorio “La Vista desde las Últimas Filas: Ensayos Seleccionados”, editado por Malpaso, que cree “que es difícil matar una idea, porque las ideas son invisibles y contagiosas, y se mueven con rapidez”.

Así que, bajo ese argumento, peca de prolífico en su escritura y su incesante delirio por continuar el legado de autores que admira como J.R.R. Tolkien o Stephen King: de ellos, se bebe la esencia del libro de los dioses que se niegan a morir, en las atracciones de feria de la Norteamérica del siglo 21.

En Amazon Prime, Gaiman ha permitido que la cadena de streaming tome su libro y lo lleve a la aventura visual: en dos temporadas, 16 capítulos que no corresponden fielmente al libro, tal como lo deseaba el propio creador, es fiel retrato de su universo particular y se odia o se ama.

No hay punto medio: su estética refinada sirve de inmejorable marco para su reflexión provocadora sobre la fe, que lleva a un protagonista, Shadow Moon, a iniciar un viaje iniciático al lado del señor “Miércoles”, un viejo que parece saber todo sobre deidades de antes y de las que existen ahora, en un mundo hipertecnologizado, las más peligrosas, aparentemente.

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Una apuesta delirante que el streaming de Amazon invita a que los fans irredentos de ese octavo arte, que son las series televisivas, se sumerjan, de nuevo, en los laberintos creados por un autor inglés, joven aún, que los invita a cuestionarse si, sentados frente a su computadora o eligiendo parejas en Tinder, no es una forma nueva de crear otra fe, otros seres mitológicos que se quieren “cargar” a Cristo y quieren tu adoración absoluta, pero ahora en la forma de la Santísima Mass Media o el Sacrosanto Señor Consumo.
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“American Gods”
Temporada 1 y 2
Por Amazon Prime

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