Las virtudes y vicios de mi padre
Por Jose Bastide
Todo ser humano tiene virtudes. Éstas hacen diferente, en cierto sentido, a un individuo. Gracias a las virtudes, se fortalece la relación con otras personas, con ellas podemos convivir, alcanzar anhelos y una convivencia agradable con los otros. Cada ser humano desarrolla sus propias virtudes, y la conjunción de ellas en diferentes personas es lo que va fortaleciendo el tejido de las sociedades.
Los vicios, por el contrario, pueden en determinado momento llegar a destruir vínculos afectivos, principalmente los familiares. Los individuos nos comportamos entre estas dos categorías. Hay quienes, como cosa innata de su personalidad, desarrollan tanto unas como otras.
Me atrevo a hablar de una persona muy cercana a mí, que gracias a sus virtudes, hizo muy feliz o todos los que lo rodearon. Sólo que, desgraciadamente, a causa de sus vicios hubo a quién llegó a lastimar.
Dentro de sus virtudes estuvieron la honradez, el trabajo duro, la honestidad, el agradecimiento, la caridad (ya que le tendía la mano a cualquier persona que lo necesitara), la amistad y el ser dadivoso en todos los sentidos.
También enseñar a aquel que lo requería, ayudar al que lo necesitaba, cobijar incluso con lo que llevaba puesto a alguien que estuviera en un momento de desamparo, en fin, una serie de características de su personalidad que lo llevaron a ser todo un personaje. Y que a la hora de su partida, muchos lo lamentaron porque verdaderamente se fue un ser admirable.
Desgraciadamente tuvo, por decirlo de una manera coloquial, su lado oscuro. Ya que dentro de su trabajo diario y agotador a veces, para mitigar el cansancio o para tomar fuerzas para seguir trabajando jornadas extenuantes y responder a todos los que dependían de él, adquirió vicios. Algunos de los cuales lo acompañaron hasta su tumba.
Por ejemplo, para aguantar las desveladas y las jornadas extenuantes, llegó a fumarse 3 cajetillas diarias de cigarrillos, una botella de algún licor todos los días, despilfarrar sus ganancias los fines de semana en centros nocturnos y cabarets, donde disfrutaba del baile y de la compañía de varias mujeres.
Este último vicio, llegado el tiempo lo dejó, no sin haber hecho estragos en su vida familiar. Los otros dos lo acompañaron hasta el final de sus días y fueron un par de motivos que aceleraron su desenlace fatal.
Otro de sus vicios que lo acompañó por mucho tiempo fue el de apostar. Si bien su trabajo le proporcionaba una buena remuneración, ya que en su especialidad era todo un maestro, muchas de sus ganancias las llegó a desperdiciar en este rubro. Le gustaba jugar a las cartas, los caballos, los gallos, el billar, el domino, y todo tipo de suertes o juegos que por su camino se cruzaran.
Alguien alguna vez dijo: “no importa que juegue, si por lo regular siempre gana”. Sin embargo, ese por lo regular, si se valora, da como resultado que en su haber, hubo pérdidas. Aunque estas fueron pequeñas, al fin fueron pérdidas.
Mi padre, sin lugar a dudas, dejó un ejemplo entre nosotros. Su vicios, más que sus virtudes, nos dieron una gran lección: pensar y sopesar el valor y el alcance de las repercusiones de nuestras acciones.
Esta es la gran lección que nos heredó nuestro padre. Separarnos por completo de los vicios y tratar de seguir su ejemplo en sus grandes virtudes.