Defender el agua, defender la vida
Es viernes por la noche en Coyoacán, Ciudad de México. En la concurrida Avenida Aztecas un grupo de vecinos se agrupan alrededor de una carpa erigida junto a la banqueta. Conviven alrededor de sillas de plástico y sofás color mostaza. La parte de atrás de la tienda se ha convertido en una cocina improvisada, donde algunas personas preparan comida para quien la quiera: arroz rojo, huevo cocido, frijoles, salchichas y salsa roja picante. Un grupo de estudiantes universitarios, tatuados, de veintitantos, se mezclan con sus mayores, a quienes se refieren como don o doña. Al mando, con un grado especial de respeto, está Doña Fili, una mujer diminuta y canosa de unos ochenta años. No mide más de cinco pies de altura, pero su presencia exige un respeto inmediato, y la gente se apresura a saludarla.
Las lonas que forman las paredes de la carpa se abren y cierran con el paso de los autos. En letras grandes, pintadas a mano, la pared que da a la calle dice: “PLANTÓN EN DEFENSA DEL AGUA”. Es abril y este plantón vive su séptimo mes. La Asamblea General de los Pueblos, Barrios, Colonias y Pedregales de Coyoacán ha estado ocupando el espacio en protesta por lo que creen que es una atrocidad ambiental.
Una alta barrera de metal separa la banqueta de la propiedad adyacente, Avenida Aztecas 215. En el sitio, la inmobiliaria “Quiero Casa” está construyendo un nuevo edificio: se trata de un condominio con 377 apartamentos destinado a albergar a más de 1700 habitantes. Sin embargo, según los miembros de la Asamblea General, la empresa “Quiero Casa” ha tirando al drenaje millones de litros de agua -que fluyen de un manantial natural- durante más de dos años.
Un martilleo comienza desde el otro lado de la barrera, y Doña Fili lanza un canto: va a caer, va a caer, Quiero Casa va a caer, va a caer, va a caer, Quiero Casa va a caer. Los otros se unen. Por encima de ellos, pancartas pintadas a mano, volantes impresos y carteles de protesta cuelgan de las paredes de la tienda. Un cartel pintado con aerosol de Emiliano Zapata, la figura icónica de la Revolución Mexicana que simboliza la solidaridad con los campesinos, los indígenas y los pobres, mira desde la pared: aquí el pueblo manda, y el gobierno obedece. Una pintura de una mujer de piel morena con una pluma de agua entre las manos proclama: No se secará la lucha que nace en los pedregales.
Al igual que en la mayoría de los vecindarios de la Ciudad de México, los residentes de los Pedregales se ven afectados por la falta de agua. Abren la llaves, pero nada sale. En los Pedregales sospechan que hay un juego sucio: una combinación de corrupción, racismo e ineptitud institucional que desvía el agua a barrios ricos y desarrollos de lujo. Pero a diferencia de la mayoría de los otros barrios, los de Pedregales creen que tienen evidencia líquida.
El agua llegaba en torrentes. Primero, los constructores dejaron que fluyera libremente hacia la calle. Aztecas 215 se asienta en una colina, y el agua se precipitó por la calle con la forma de un río. Una foto de los primeros días en que se descubrió la manantial muestra el agua que brota sin ser contenida a través de varias mangueras de tamaño industrial que serpentean fuera del sitio de construcción.
Por supuesto, los vecinos se dieron cuenta. Presentaron quejas ante la ciudad. El geólogo Oscar Escolero, del Instituto de Geología de la UNAM, realizó estudios sobre el agua para determinar su fuente. En la investigación -que la PAOT citó más adelante en una resolución- Escolero descubrió que el agua provenía de un acuífero subterráneo previamente desconocido, y no, como la inmobiliaria Quiero Casa y la ciudad habían dicho, de drenajes de aguas residuales o tanques sépticos. Era, según el estudio, apta para todo tipo de usos domésticos.
A pesar de esto, la inmobiliaria comenzó a tirar el agua al drenaje, y los vecinos decidieron formar una asamblea para formalizar su estrategia y demandas. La Asamblea General está compuesta por jóvenes y ancianos, trabajadores y estudiantes, comerciantes y profesores. Vinieron principalmente de los barrios de Santo Domingo, Pueblo de los Reyes y Ajusco, todos al borde la Avenida Aztecas.
El 29 de abril de 2016, la Asamblea instaló su primer plantón afuera de Aztecas 215. Poco después, “Quiero Casa” detuvo la construcción en el sitio, según ellos, porque el plantón representaba un riesgo de seguridad. En ese tiempo, el agua continuó fluyendo, y la excavación se inundó de agua. Una mañana, en abril del 2018, Don Vicente, otro miembro de la Asamblea, pasó su turno matutino enseñándome fotos del resultado. Detrás de la barrera de la calle, a pocos pies de donde estamos sentados, el sitio estaba lleno de un profundo estanque verde. Todo tipo de flora y fauna surgió. Las golondrinas y los cardenales la convirtieron en su hogar. Dos patos aparecieron en el agua. En ese momento, Doña Fili me cuenta, los altos muros tenían una pequeña ventana donde los niños del vecindario se detenían para mirar. “Vieron nacer un paraíso”, dice ella.
A finales de septiembre, el Secretario de Agua (SACMEX) y la Procuraduría Ambiental y de Ordenamiento Territorial (PAOT) llegaron a un acuerdo con “Quiero Casa”, otorgándoles el control sobre el agua, siempre que construyan una estructura debajo del edificio que permita que el agua fluya sobre su curso natural. La estructura garantizaría que el agua continuara fluyendo a través del acuífero sin interrupciones. Los documentos en el sitio web de la PAOT detallan los planes para el sistema. En diciembre de 2016, la construcción se puso en marcha de nuevo.
Oscar Escolero Fuentes, el profesor en el departamento de geología de la UNAM que realizó el estudio inicial del manantial, dice que este tipo de estructura es bastante común en edificios con excavaciones profundas, particularmente en aquellos con estacionamiento subterráneos. El informe lo llama un “cinturón aislante”. Sus propósitos son dobles, dice Escolero: manipular el curso del agua y proporcionar la seguridad necesaria para construir sobre el suelo. Por lo general, estas estructuras se construyen antes de que se construya el edificio.
“Quiero Casa” adoptó la postura oficial de que la Asamblea General es, en efecto, un grupo de perturbadores que intentan propagar una realidad que no existe. Luis Olguin, Director de Relaciones Públicas de la empresa, me dice por teléfono que el agua no se está drenando en las aguas residuales y que la estructura para desviar el agua está funcionando correctamente, como han dicho varios funcionarios públicos. Cuando le pregunté por el agua que fluía por el pozo a través de la calle, él respondió que no lo sabía. “Tal vez haya más agua porque es temporada de lluvias”, dijo.
Pero los miembros de la Asamblea insisten en que no hay forma de que “Quiero Casa” haya instalado correctamente el cinturón aislante para devolver el agua a su curso natural. Para instalar una estructura de este tipo debajo de los cimientos, tendrían que detener toda la construcción en los condominios, lo que, según la Asamblea, no hicieron. Más bien, insisten en que el desarrollador simplemente instaló tuberías para drenar el agua de manantial directamente en las aguas residuales, con bombas para controlar el flujo del agua. Sin instalar correctamente el cinturón aislante, dice Escolero, esta sería la única opción para controlar su flujo debajo del edificio: bombearlo constantemente fuera de la tierra alrededor de la cimentación y drenarlo en otro lugar.
La tienda blanca se ha convertido en un tipo de centro comunitario, cocina pública y sala de estar de la comunidad. Dos o tres personas vigilan en todo momento. Duermen en los sofás color mostaza, cocinan sobre la cocina improvisado y hojean los libros que han acumulado en una pequeña biblioteca. Las reuniones semanales, cada viernes por la noche, se llevan a cabo en la tienda, llueva o truene. También vienen visitantes de varias partes de la ciudad y del país varias veces a la semana, a menudo activistas involucrados en luchas similares o estudiantes que aprenden sobre el agua en la ciudad.
En los Pedregales, Aztecas 215 permite que la lucha por el agua de los residentes sea particularmente visible, pero está lejos de ser la única. En toda la Ciudad de México la escasez de agua es parte de la vida cotidiana. La ciudad llega a tener hasta 22 millones de personas durante el día, pero el 70% de los habitantes tiene agua durante solo doce horas. Y es que gran parte de la ciudad se construyó sobre la cuenca de un lago, y el sistema de agua bombea agua desde debajo de la ciudad, lo que hace que las áreas sobre el antiguo lago se hundan y los edificios se deformen. El sistema de tuberías es viejo y está mal mantenido, y alrededor de 800 galones por segundo se filtran de las tuberías, lo que lleva a una pérdida total de agua de entre el 30 y el 40 por ciento del agua que fluye a través del sistema. Dentro de 50 años, según algunos expertos, la ciudad ya no tendrá agua de sus fuentes actuales.
Por supuesto, no todos tienen la misma carga de escasez de agua. La Ciudad de México es una metrópolis de gran desigualdad, y eso se refleja en el acceso al agua. El agua fluye de oeste a este, y el treinta por ciento de ella comienza su viaje en el sistema de Cutzamala en los márgenes occidentales de la ciudad. En la delegación occidental de Cuajimalpa, cuyas vastas mansiones y desarrollos privados altamente securitizados albergan a celebridades, políticos y directores ejecutivos con equipos de trabajadores domésticos, la presión del agua alcanza los 14 kilogramos por centímetro cuadrado. Los residentes tienen piscinas y céspedes verdes. A veinte millas al este, sin embargo, en la densamente poblada delegación de Iztapalapa, la presión del agua es de alrededor de 500 gramos por centímetro cuadrado.
Con el acceso al agua, surge el mismo problema en todo el mundo: ¿se trata de un asunto de suministro o de distribución? Delfín Montañana piensa que son ambos. Delfín trabaja para la organización “Isla Urbana”, que instala sistemas de reciclaje de agua de lluvia en hogares con poco acceso al agua en toda la Ciudad de México. Está a cargo de las iniciativas educativas de Isla Urbana y argumenta que la crisis del agua en la Ciudad de México es un problema hecho por el hombre. El problema no es el agua, dice, sino el paradigma de la ciudad para ello. La Ciudad de México, después de todo, fue una vez un floreciente lago de montaña con cultivos ricos y diversos. “Vivimos en un lugar de abundancia”, dice Delfin, “pero tenemos un paradigma de escasez. Diseñamos la escasez ”.
Sin embargo, no tiene que ser así. Aquí llueve seis meses al año, todo el verano, todos los días a las cinco de la tarde. como un reloj. Esa lluvia, dice Delfín, podría reponer fácilmente el suministro de agua de la ciudad y algo más. Pero la lluvia no se absorbe en el sistema de consumo: donde se infiltra en el suelo, fluye hacia el sistema de aguas negras. La ciudad no tiene plantas de tratamiento de aguas negras en funcionamiento. El agua que la gente usa para lavar, cocinar y, con precauciones, beber, proviene de montañas lejanas al oeste o de acuíferos en las profundidades de la ciudad.
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El 70 por ciento del agua no proviene del embalse de Cutzamala, que distribuye la mayoría del vital líquido en los márgenes norte, sur y este de la ciudad; proviene de pozos excavados en las profundidades del suelo de la ciudad. Estos pozos son cada vez más profundos: cada año, el nivel del agua debajo de la ciudad se hunde un metro. Muchos pozos, dice Delfín, ahora alcanzan cientos de metros de profundidad. En la delegación oriental de Iztapalapa, el jefe de gobierno inauguró recientemente un pozo que se hunde más de dos kilómetros. En otras palabras, esta ciudad de gran altura ahora extrae agua de los pozos al nivel del mar. El agotamiento de estos pozos, entre otras cosas, ha provocado que la ciudad se hunda lenta pero perceptiblemente.
Una vez que se usa, el agua toma otro viaje de un kilómetro para salir de la ciudad. La Ciudad de México se encuentra dentro de una cuenca cerrada. Está rodeado de montañas, y el agua no tiene un punto natural de escape. Por lo tanto, las aguas residuales de la Ciudad de México se bombean artificialmente hacia el estado del Valle Mezquital de Hidalgo, en el noreste. Allí se convierte en la fuente más confiable de riego de cultivos en cualquier parte de México. Los agricultores en el valle de Mezquital son los únicos en México que disfrutan de una fuente de agua confiable, rica en nutrientes y constante durante todo el año. Su destino está ligado al consumo de agua de la ciudad más grande de América del Norte, por lo que mientras la Ciudad de México tenga agua, también lo harán.
Esta ciudad de gran altura ahora extrae agua de los pozos al nivel del mar.
Esta es una de las muchas razones por las que el suministro de agua de la Ciudad de México tiene ramificaciones nacionales. México es un país profundamente centralizado: la capital no sólo es el centro político, sino también económico, cultural y educativo. Casi todas las entidades gubernamentales tienen su sede allí. “Si la ciudad de México se queda sin agua”, dice Delfin, “es una cuestión de seguridad nacional”. Delfin propone una serie de pasos concretos: recoger el agua de lluvia; permitir que se infiltre en el sistema; reparar las fugas del sistema de agua; reonstruir plantas de tratamiento que funcionen. Pero, sobre todo, cambiar la cultura del agua. Dejar de pensar en ella en términos de tubos y tuberías. Entender el agua. Conocer la tierra.
Muchos residentes de los Pedregales se enorgullecen de este profundo conocimiento ancestral. Santo Domingo tiene una rica historia de resistencia colectiva, la que se encarna en Doña Fili. Ella fue parte de la fundación de Santo Domingo, y comparte la historia de la colonia con fluidez. Un lunes por la mañana, en el planton, ella se sienta en uno de los sillones y teje su narración. Cada vez que pasa un integrante de la Asamblea, ella les habla: “Le estoy contando lo que estamos haciendo aquí, ¿no quieres decir algo?”. Cada uno le responde: “No, Doña Fili, mejor hagalo usted. ¡Explíquelo, usted es la experta!”.
Así que Doña Fili cruza las piernas y comienza a contar la historia de los Pedregales. “Los asentamientos de Coyoacán son de agua”, dice, desde la época prehispánica. Cuando Hernán Cortés llegó, puso su primer asentamiento en Coyoacán, porque aquí encontró agua. Incluso antes que él, los habitantes cultivaban huertos y granjas. Plantaron espinacas, calabaza, frijoles y maíz; se alimentaban con sus cultivos. Cuauhtemoctzin, el último gobernante nativo de Tenochtitlan, era de Coyoacán, me dice Doña Fili. Pero en esta región particular del municipio, la tierra no era tan fácil de habitar. Cuando el volcán Xitle tuvo una erupción, alrededor del siglo IV d. C., la lava se secó sobre la parte sur de Coyoacán y dejó la región cubierta por una capa de roca volcánica rígida. Por eso éstos llegaron a ser conocidos como los pedregales: los campos de rocas.
En los siglos posteriores al primer asentamiento de Hernán Cortés, Tenochtitlan se urbanizó y se convirtió en la Ciudad de México de hoy, primero lentamente y después con rapidez. La UNAM construyó su campus en Coyoacán en los años 50. Cuando la migración rural-urbana comenzó a acelerarse en los años 60, la demanda de viviendas se disparó. En 1971, los residentes de los vecindarios Ajusco y Pueblo de los Reyes orquestaron una invasión de tierras; esencialmente fue una coordinación masiva de los ocupantes que reclaron un nuevo sitio -algo común en las comunidades urbanas periféricas de América Latina- para formar lo que se convertiría en Santo Domingo. Fue la invasión de tierras más grande en la historia latinoamericana. Doña Fili estuvo allí.
“Nadie se imaginó que los pedregales podrían convertirse en un barrio”, dice ella. “Lo que el gobierno no pudo hacer, lo hicimos con nuestras propias manos. Fue un trabajo colectivo ”. Construyeron casas a partir de rocas apiladas con rollos de cartón o estaño. Construyeron sus propias escuelas. Con sus propias manos, me dice Doña Fili, ellos excavaron la roca volcánica para construir caminos.
Cuando Doña Fili cuenta su historia, hace una pausa para enfatizar, “esto es memoria histórica”. La resistencia recorre el ADN de Santo Domingo. “Nunca le pedimos nada al gobierno”, dice Doña Fili. “Siempre luchamos contra el gobierno, porque llegaron y nos obligaron a pagar altos impuestos en las carreteras que construimos”.
Al principio, Santo Domingo no tenía agua. Los residentes la sacaron de pozos en otros vecindarios y la llevaron a sus hogares. Doña Fili se ríe mientras recuerda: “imagínate, tienes un palo con dos cubos, y lo llevas sobre tus hombros, muy lejos, sobre toda la roca volcánica, y derramas tu agua y tienes que ir hacia atrás”. Me muestra las cicatrices en sus rodillas: “¡por eso tenemos las piernas destrozadas!”
Antes de “Quiero Casa”, Aztecas 215 era el sitio de una escuela, y la propuesta de la empresa fue aprobada en 2014. Para Doña Fili, el hecho de que “Quiero Casa” era una institución con fines de lucro fue una bandera de alerta suficiente. “La vivienda no es de carácter social”, dice ella. “Es para quien puede pagar, quien puede comprar, quien tiene el dinero y puede adquirirlo”. En un vecindario construido por el esfuerzo colectivo de la comunidad, la invasión de una presencia externa con fines de lucro despertó sospechas. Y luego se descubrió el agua.
La Asamblea plantea su lucha en contra del gobierno y de “Quiero Casa”. Por eso se han concentrado en el fundador y presidente de dicho grupo privado, José Shabot Cherem. Shabot Cherem es un empresario de 30 años, educado en la escuela privada Universidad Iberoamericana y en la Escuela de Negocios de Graduados de Stanford. Con frecuencia habla de su compromiso con el servicio público. Propaganda de la organización de emprendimiento social Ashoka lo describe como “empoderar a los trabajadores de la construcción de México para que alcancen niveles más altos de educación y certificación … para que puedan tomar el control de sus vidas y romper el ciclo de analfabetismo dentro de sus familias”. A pesar del discurso de impacto social de su presidente, “Quiero Casa” ha recibido una serie de acusaciones de corrupción e irregularidades por parte de los residentes de los vecindarios cercanos a sus propiedades. Después del terremoto de septiembre 2017, vecinos acusaron a la empresa de prácticas corruptas que les permiten construir grandes desarrollos en áreas donde el uso del suelo las prohíben, usando licencias falsificadas o documentos incorrectos. En octubre, los residentes de otro vecindario en Coyoacán también exigieron la cancelación de un proyecto de construcción de “Quiero Casa”: una torre con treinta y dos niveles que fue planificada en un área con el uso de suelo para casas de cuatro pisos.
Vecinos acusaron a la empresa de prácticas corruptas que les permiten construir grandes desarrollos en áreas donde el uso del suelo las prohíben
Ya sea que las acusaciones de “Quiero Casa” estén o no fundamentadas, son parte de un patrón de denuncias contra construcciones irregulares en toda la ciudad. La irregularidad es una característica definitoria del paisaje de la Ciudad de México. Pero cuando los actores son desarrolladores que construyen condominios para millones de residentes en lugar de, digamos, una familia que agrega un dormitorio adicional a la parte superior de su casa de dos pisos, las consecuencias pueden ser graves. El terremoto de septiembre de 2017 -que dejó a cientos de personas atrapadas en docenas de edificios colapsados- puso en primer plano las conversaciones sobre el “cártel inmobiliario”, es decir, la corrupción que permite a las inmobiliarias construir sin tener en cuenta los códigos de seguridad. Esto podría significar construir en un terreno que no puede soportar el peso de la estructura o simplemente usar materiales de calidad inferior. Uno de los edificios residenciales que se derrumbó en el terremoto había sido terminado solo nueve meses antes, y los ingenieros notaron que la estructura carecía de columnas de resistencia esenciales.
La lucha de la Asamblea General se enfrenta a un profundo conflicto en el corazón de la vida en la Ciudad de México. Esta vez, ven la cara del enemigo como “Quiero Casa”, pero el enemigo real es más difuso. En cualquier caso, a corto plazo, la Asamblea quiere poner fin al proyecto Aztecas 215. Ellos quieren agua. Quieren que su comunidad vuelva. Quieren, también, autonomía y libertad; quieren acabar con las muchas variedades de corrupción que mantienen en funcionamiento a la ciudad y al país.
La solidaridad con la lucha en los Pedregales es muy amplia. Cada semana, reciben visitantes de otros colectivos de activistas y organizados de toda la ciudad y el país. Una semana, es el colectivo de residentes de Atenco, el municipio en el estado de México donde los habitantes llevan años luchando contra la construcción de un nuevo aeropuerto, mismo que tendría consecuencias devastadoras para la cuenca. (“Realmente necesitamos aliarnos con la lucha de Atenco”, le dice un miembro de la Asamblea a otro, mientras su rostro se eleva sobre vasos de horchata. “Si drenan esa cuenca, nos chinga a todos”.) Más tarde, ese día, dos visitantes del colectivo Las Abejas en Acteal, Chiapas, donde la policía masacró a 45 simpatizantes zapatistas indígenas en abril de 1997, comparten sus experiencias sobre las luchas actuales de su comunidad.
Momentos como estos evocan la expansión de la lucha en los Pedregales. Aunque Valdez se hizo conocido por escribir sobre la guerra contra las drogas, el trabajo de su vida se superpone al de la Asamblea. Violencia por el narco, desapariciones, corrupción, privación de derechos sobre la tierra y el agua: son todas facetas de lo que la Asamblea, y los izquierdistas de su clase, simplemente llaman el mal gobierno. Esto es por más que agua. La lucha se extiende desde las comunidades indígenas en Chiapas hasta los campesinos en Sinaloa y más allá. Se remonta siglos atrás. Se trata de la dignidad; se trata de la autodeterminación. Se trata de, como repite a menudo Doña Fili, de la memoria histórica. Este manantial es un símbolo de colonización; siglos de robo; de borrar gente y memoria de todo un continente. Cuando los campesinos de Sinaloa terminan su presentación, la carpa entera explota en otro canto: el agua es vida, y la vida se defiende.