Federico Álvarez Arregui, el caminante inalcanzable
"Fue un hombre querido en vida, una persona que, a pesar de vivir las turbulencias y avatares de un siglo catastrófico, nunca dejó de creer en la bondad humana, en la transformación social y en el poder de la literatura." escribe César Albatros sobre el gran humanista Federico Álvarez Arregui
Por César Albatros
I
Cuando Federico Álvarez (1927-2018) cruzaba los pasillos de la Facultad de Filosofía y Letras alcanzarlo entrañaba una verdadera proeza. Su apresurado caminar sólo se detenía para dictar algunas de las clases más memorables que se hayan impartido en aquel recinto, tras las cuales se iba con la misma premura con la que llegaba, luego de dejarnos deslumbrados, no pocas veces conmovidos y otras tantas abrumados por lo que nos revelaba. Era impresionante ver a un octogenario que parecía un relámpago lo mismo con los pies que con la mente.
Si bien antes de entrar a la Facultad ya sabía de la sagacidad de Federico, dado que mi padre había estudiado lo mismo que yo y los días previos a mi entrada no dejaba de hablar con una engorrosa insistencia de él, nunca había imaginado que un hombre de su edad pudiera caminar tan rápido. Por lo demás, la exaltación de mi papá se quedó corta, pues la luminosidad, erudición y generosidad del gran maestro transterrado sólo eran posibles comprenderlas presencialmente.
II
Era extraño que Federico llegara tarde a clases, su andar frenético impedía que se demorara más de unos minutos. No obstante, una ocasión se apareció bastante después de lo habitual y sin ganas de dictar cátedra, según confesó. Tampoco llevaba las fichas que siempre cargaba consigo y que le ayudaban a revisar los temas que debía impartir. Visiblemente cansado nos dijo que no sabía de qué hablarnos esa noche, tras lo cual caviló durante unos segundos. Lo que siguió después fue, sin riesgo a equivocarme, una de las mejores clases que he tenido en mi vida. Fede –porque así lo llamábamos con inusitada familiaridad– nos habló con vehemencia de la disputa humanismo/antihumanisto que enfrentó a Sartre y Lévi Strauss, con resultado favorable para este último, lo cual llevó al ascenso definitivo del estructuralismo y la caída del humanismo occidentalizante. Nos confesó que tanto él como sus coetáneos celebraron este hecho como una victoria del pensamiento crítico y la caída de los pensamientos totalitarios. Sin embargo, tras relatarnos las consecuencias de este debate, nos previno de seguir alimentando lo que paradójicamente se convirtió en una posición universalista: la diáspora de significados y el totalitarismo del lenguaje. Sin saberlo, en sus pretensiones juveniles, el gran maestro había servido a intereses ideológicos contrarios a los que él y sus camaradas buscaban.
Por eso ustedes deben luchar contra la dictadura que nos dejó el estructuralismo, enfatizó con amargura pero también con actitud combativa. Rememoro esto no porque asienta la posición de Fede o porque me interese resaltar el tema, sino porque ese quizás fue el acto de humildad más sincero y por ello también el más portentoso que yo he visto en un profesor: décadas después, aquel hombre erudito admitía su equivocación ante sus discípulos, al mismo tiempo que nos guiaba y prevenía. Nada tan generoso como enseñar. Nada tan noble como reconocer. Federico había andado y desandado un camino que nosotros apenas comenzábamos y en el cual, como en los pasillos de “filos”, era muy difícil alcanzarlo.
III
El 26 de julio de 2016 se le rindió un homenaje a Federico en el Palacio de Bellas Artes por sus siete décadas de encuentro con México. Tiempo antes, en redes sociales, alguien había publicado en tono de broma que así como existían las Aurelitas descalzas y los Testigos de Muciño (otros dos grandes maestros de nuestra Facultad), también estaban los Legionarios de Fede. Yo me sentía parte de estos últimos por haberle avisado a mi papá y difundir efusivamente la noticia del homenaje con compañeros y amigos. Al llegar al evento pude observar que en las butacas había más de un rostro conocido: los legionarios de Fede estábamos ahí para rendirle nuestra admiración a uno de los maestros que nos cambió la vida.
Algunos años habían pasado desde la última ocasión en que viera a Federico. Cuando éste arribó al recinto no hizo la relampagueante entrada a la que nos tenía acostumbrados. El gran caminante iba ahora en silla de ruedas, visiblemente más delgado y con una voz menos potente de la que le conocí. Sin embargo su monstruosa inteligencia no había disminuido en lo más mínimo. Luego de una serie de testimonios a cargo de Elena Poniatowska, Hernán Lara Zavala, Ambrosio Velasco y Alberto Cue, llegó el turno de hablar a Fede. “Cuando yo me haya ido, con más de noventa años, recordad esto: sed nobles, sed buenos y amad a la facultad” fue la última enseñanza que nos brindó un hombre cuya dedicación y compromiso con la inteligencia fue cabal. Un sencillo pero imprescindible consejo. Algo en el fondo de mí sabía que ésta iba a ser la última ocasión que lo vería y escucharía. No estaba equivocado.
IV
Hace unos días, precisamente el día del maestro, me enteré de que habían desahuciado a Fede. Sólo le daban un par de semanas cuando mucho. Acongojado e incrédulo me apresté a escribir algunas líneas torpes en Facebook para honrarlo. Días después la inevitable noticia nos llegó. Federico Álvarez Arregui, exiliado republicano, editor de primera, caminante inalcanzable, amante perpetuo de nuestra facultad, docente por naturaleza y ser humano encomiable había detenido su potente corazón y su mente descomunal.
Al enterarme de su muerte no pude escribir nada. Sólo hasta ahora puedo procesar lo que conlleva la pérdida de una persona como él y alistarme a balbucear este intento de homenaje. No obstante, me di cuenta de algo: los que fuimos tocados por su llama éramos muchos y sabíamos que un hombre como él dura más que su cuerpo físico. Cuando entré a Facebook busqué resultados que hablaran sobre el maestro: una gran cantidad de personas daba su último adiós a Fede y evocaba anécdotas, enseñanzas, frases o historias de él. Nos enseñó a ser lectores, decía uno. El mejor profesor con quien pude tomar clases en toda la carrera, agregaba alguna más entre la congoja y el cariño. Amor y agradecimiento a su memoria, decía otro. Uno de esos profesores que marcan tu vida, manifestaba alguien más.
Mucho sería el espacio que necesitaría para recopilar todos los mensajes destinados a nuestro maestro, pues no sólo comenzaban con su muerte, sino que venían de años atrás, lo cual hizo darme cuenta de que fue un hombre querido en vida, una persona que, a pesar de vivir las turbulencias y avatares de un siglo catastrófico, nunca dejó de creer en la bondad humana, en la transformación social y en el poder de la literatura.
Adiós al gran Federico Álvarez, nuestro maestro Fede, quien ha emprendido una nueva caminata en la cual –ahora sí– pronto lo vamos a alcanzar.