Diego Osorno, la estampida de palabras que da voz a la frontera
Gerónimo es un hombre como muchos más. Un expatriado en una tierra de expatriados. Un vaquero que se hizo así mismo, que cumple con el selfmade que tanto apreciado es en Norteamérica. Un inmigrante que logró adaptarse a una tierra que no era la suya, que se hizo parte de una comunidad y que la comunidad lo hizo parte de ella. Un hombre como muchos más. Sólo que Gerónimo no es como todos. Ni como la mayoría. En México, un país de más de 127 millones, sólo hay poco más de 700 mil como él. Gerónimo es un vaquero silencioso. Un hombre sordomudo que cruza la frontera Norte de México cada que le es posible. Y esa historia, la del silencio, de Gerónimo y la frontera, es la que cuenta Diego Osorno, en un libro diferente en la bibliografía del periodista norteño, llamado “Un vaquero cruza la frontera en silencio”.
Publicado en el 2011, por el Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación (Conapred), tendría un periplo diferente. Se tradujo a varios idiomas antes de llegar a las librerías de México. Para ser más exactos, el libro se distribuyó en otras latitudes antes que en el país de origen tanto del cronista como del hombre de quien se hace la crónica. Seis años después, la transnacional Penguin Random House retoma la historia del vaquero que salió de México en 1969 y cruzó todo Estados Unidos, y se hizo tejano antes de que el siglo XX llegara a su fin.
“Un vaquero cruza la frontera en silencio” comienza con una de las reiteradas crisis económicas en México durante el siglo pasado. Con el peso desplomado, con la pauperización de la vida, las deudas como pan de todos los días. A partir de ahí, Diego Osorno, sobrino de Gerónimo, le da voz al hombre que vive en silencio, mientras que, en un camino paralelo, también va dotando de voz a la frontera que aprendió a callarse para no incomodar a los que ejercen el poder.
“El lenguaje como todos sabemos es lo que define el pensamiento, y pensar es lo que define nuestra libertad, no somos libres sino podemos pensar; la metáfora aquí es que hoy en día en el Norte del país hay una sordera profunda, tú vas a esos lugares y lo que te dirán tus amigos: no salgas, no hables, no veas. La eliminación de los sentidos es una forma de supervivencia en estos lugares”.
Ajeno a los temas que suele abordar, “Un vaquero cruza la frontera en silencio”, es un remanso en la prosa de Osorno. No hay, de manera evidente o pensada, la necesidad de contar una historia de desigualdad o de injusticia. Es un canto al esfuerzo de un hombre que se asume feliz y que trabaja a pesar de las adversidades de su condición, de sordo y de migrante.
“Normalmente entro a las historias por un impulso, por una imagen, una vez que eso activó mi curiosidad y empiezo a trabajar, es que me doy cuenta de qué tema estoy hablando, ahí a veces coincide con un tema que ya hice antes y debo resolverlo; pero si la curiosidad es lo suficientemente poderosa, yo tengo la esperanza que puedo transmitirle al lector. Normalmente no digo: este año voy a hacer un tema de migración, o un tema de justicia social, así no escribo. Por ejemplo, mientras tomaba una siesta se me ocurrió algo, que ahora puede parecer medio tonto, pero ya con la curiosidad la desarrollaré en algún momento”.
Y ahonda: “El libro anterior se llama ‘Contra Estados Unidos’, y este es casi una oda, porque para Gerónimo el hecho de tener esa vida binacional, le permitió abrir su mente, abrir su mundo, yo sé que es contradictorio, pero así es la realidad, uno como cronista no puede casarse con una sola idea”.
Callarse para sobrevivir
Y si bien es un libro que no tiene, de manera primaria, contar la tragedia que se vive en el Norte de México desde hace ya casi 12 años, más si consideramos la tragedia de la maquila y los asesinatos a las mujeres juarenses, no elude el tema. Sólo que, a diferencia de Gerónimo, que nació con sordera profunda, la sociedad norteña aprendió a callarse, a vivir en el silencio para proteger su vida y su patrimonio.
“La eliminación de los sentidos es una forma de supervivencia en estos lugares, lo que yo veía cuando estaba escribiendo el libro, es que tampoco hay en la vida cotidiana la capacidad de expresarse, ni la cultura. Yo lo que creo que esa región en particular del país tiene que crear un lenguaje de lo que está viviendo, de lo que está pasando, como Gerónimo creó un lenguaje para contar lo que él veía y lo que sentía y no volverse loco, ahí es donde creo que la metáfora también puede ser esperanzadora, porque Gerónimo lo logró”.
Porque la frontera ha sido laboratorio para los dos países, lugar de integración son necesidad de políticas públicas destinadas a ello, pero también espacio para explotar un modelo económico que fracasa cada vez más.
“México tuvo en el 94 un punto de quiebre muy relevante y creo que estamos arrastrando esas consecuencias negativas (crisis económica, el alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, el Tratado de Libre Comercio con Norteamérica). Pero también hay algunas positivas; por ejemplo, en la migración hoy en día es cierto que es más difícil cruzar por la frontera, pero a diferencia de hace treinta años hay una mayor integración entre México y Estados Unidos; hay una gran cantidad de mexicoamericanos, personas que viven en los dos países y que tienen esta vida sin dramatismos. Hay que recordar que México es la frontera de América Latina con Estados Unidos, por aquí vemos brasileños, ecuatorianos, guatemaltecos, gente de otros continentes, y lo que hoy está pasando es que gente de otros países se está quedando a vivir en esta frontera, en el Norte. Y eso es positivo. Me he encontrado en Nuevo Laredo un restaurante cubano, que no lo hubieras imaginado. Se está transformando la frontera de una manera interesante, y esperemos que haya la sensibilidad de la ciudad para recoger esta nueva camada de camaradas de otros países y logremos construir cosas más interesantes, más diversas”.