*Los descalzos: poética de la violencia y el amor
El cuerpo se manifiesta y construye un poema. La luz interviene y apunta hacia la catarsis, lleva de mano al espectador, le ofrece el misterio ante el telón que se levanta lentamente.
Lentamente la mirada se encuentra con la estética corporal, la sugerencia de lo que ya se avecina.
Antes de tercera llamada, Miguel Mancillas, director de la compañía de danza Antares, protagonista de la noche en el Teatro de la Ciudad de Casa de la Cultura de Sonora, advierte respecto de los elementos inacabados que posee este obra: Los descalzos.
Que se irá transformando, sugiere, que la música será otra, que el vestuario será otro.
Por lo pronto y después de los comentarios, la propuesta se nos viene encima. Los cuerpos nos abrazan de historias. Acontece la creatividad, el poder de la expresión, la garra y esa capacidad de entrega ante el oficio que se ejerce con pasión: bailar.
Qué magnánimo el decir con los pies, el rostro, la mirada. Provocar parece ser una consigna del director, de los bailarines. Y nos estrujan el vientre al mirarnos de frente, en un impase del movimiento. Los bailarines nos miran, nos cuestionan. Incomodan.
En otro impase del movimiento, los muchachos nos miran sin mirarnos, con ojos cerrados, entonces la profundidad de la propuesta explaya su máximo nivel. Porque el ingenio también es búsqueda. Nos pinchan, a los que vemos, esos rostros sin ojos que de tan potentes nos pueden mirar.
En esta coreografía, Los descalzos, se construye la diversidad de temas, nunca ni por asomos se abandona la responsabilidad, el compromiso. Al contrario, en un atisbo hacia lo que somos, como país, como mexicanos, la violencia es constante. También el amor.
El amor desde el otro manifiesto, el etiquetado a contracorriente, la mano del varón encima de la cintura del varón. La dama que apaña a otro cuerpo de mujer. Y también los labios.
La fiesta mexicana, el más sentido rescoldo revolucionario, la música de entraña, la identidad, lo que somos y en lo que permanecemos.
La creatividad de esta música nos remite a la fiesta con baile de banda. Cantar lo tradicional se nos vuelve magistral cuando sabemos, sentimos, entendemos que las melodías de antaño ahora visten una propuesta contemporánea. Qué manera de crear.
Qué bueno que Antares se la raja todos los días en la insistencia de lo que aman. Qué perfecto que el cuerpo no apele al reposo. Bendito el movimiento y lo que nos hacen ver y sentir cuando nos lo entregan.
En Los descalzos ocurre la mágica perseverancia, nada es de a gratis. Y este mundo que nos plantean, con las múltiples historias, nos enteramos que la poesía existe incluso en los temas más desgarrados y desoladores. No obstante el amor siempre sobrevive y se antepone a lo más cruel que aflora en las sociedades: la violencia. Aunque el amor también es violencia y lo sabemos.
En el preámbulo de la coreografía, el director nos ofreció la oportunidad de opinar, y de sugerir al final. Lo hicimos respondiendo preguntas en un papel impreso. Desde la posibilidad de la telepatía, yo le suplico a Miguel Mancillas: “Por favor no le quites ni le pongas nada más a esta coreografía”. Y añado la gratitud.
*Este texto lo escribí en el estreno de Los descalzos, en noviembre de 2016. Hoy que esta coreografía se pone de nuevo para celebrar los treinta años de existencia de Antares Danza Contemporánea, con la evolución que marca el tiempo, comparto de nuevo mi reacción como espectador ante esta magnánima obra.