Los libros del dieciséis

Leer. Por placer, por temor, por compromiso, por oficio. Leer. Para huir del desasosiego. Para encontrarse con uno mismo.

Pasa la vida en párrafos. En la textura de hojas añejas que de pronto proponen la similitud de un tono maple. Allí el tacto se regocija, mientras como un vaho la emoción se adhiere en el cuerpo.

Leer por impulso, con la necesidad vital de trepar al furgón de un tren y desde allí mirarlo todo, regresar a la infancia, encontrar los motivos que me han hecho llorar. Existir.

Los libros que esperan siempre, sumisos o generosos, con la habitual mirada con la que miran los perros. Perdonándolo todo. Dispuestos a la libertad, con la paciencia de que el deseo ocurra y entonces una mano oportuna los lleve hacia la lectura.

Allí es donde existen los libros, cuando se pasean desde la pupila hacia el pensamiento, un imbricar perfecto, la conclusión, el análisis, las discusiones con los autores: ¿Por qué Álvaro, por qué, Mutis, por qué se te ocurre meter a Maqroll en empresas si sabes que es un condenado a la derrota?

Así pasa la vida, acudiendo uno a los estantes de las librerías, al librero añejo que es parte del inventario del cuarto donde se duerme y adonde rondan inevitables los fantasmas de la desolación.

En esos días de pasar la life, la nómina de libros ante nuestros ojos, por lo menos ante los míos, se construye de manera azarosa.

Hoy que navego en la memoria para cumplir la encomienda, reseñar las lecturas de este 2016, tengo ante mis ojos al imprescindible que es Abigael Bohórquez. Poeta oriundo del desierto que es Caborca.

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A Gerardo Bustamante, investigador, performancero, se le ocurrió reunir la obra del vate sonorense. Poesía reunida e inédita, lo tituló. De la mano de Instituto Sonorense de Cultura los libros que contiene este volumen, ahora rondan el mundo.

Habita en el contenido de esta obra, la reseña puntual de lo que significa la infancia, la madre, el desierto, el amor-desamor, los cuates, decir el sida, la enfermedad trémula que nos desgarra de solo nombrarla.

¿Cómo no reflexionar y concluir que Poesía reunida e inédita se me convierte en el mejor de los libros leídos durante 2016?

Cierto que la exploración, o bien la generosidad de los camaradas me ha llevado a otros encuentros literarios. A El cerebro de mi hermano, por ejemplo. Obra magnánima que escribiera Rafael Pérez Gay, donde encuentro la cercanía con El desbarrancadero, de Fernando Vallejo, y en el cual concluyo la capacidad de amar que nos construyen los carnales.

No cabe en mi redacción la erudición para escribir una lista de los mejores del año, como ya lo dictan tradicionalmente quienes se han tomado en serio el oficio de leer. Diletante que soy, comparto solamente lo que tuve entre mis manos y ante la mirada en estos doce meces que formaron el dieciséis.

En este calendario que ya fenece, vinieron a tocarme las puertas de la imaginación, libros tan entrañables como lo son las obras completas de Juan Gelman: Volumen I: Violín y otras cuestiones: Volumen II: El emperrado corazón amora. Las que pergeñé en una librería del barrio, en pleno corazón de Hermosillo.

O bien ese poemario firmado por Luis Aguilar: Diario de Yony Paz, donde al mismo Yony se le ocurre brincar pa’l gabacho.

Una lección de cómo se explora el lenguaje, qué se propone en verso ante la pasión por describir lo que duele y atañe a quien poeta se erige. Nada de escribir por escribir. Yony desgarra, es un vehículo en el oficio de Luis Aguilar. Refrendo del talento. Estrujarnos con su voz.

En el mismo género, poesía, encontré a mi paso por Chiapas, a Gustavo Iñiguez, en Carrujae de Pájaros, un encuentro de escritores. Vocación de animal es el título de su poemario publicado bajo el sello editorial Mantis Editores.

Juro que más de una vez me ha espantado el sueño. Porque el ingenio para construir analogías entre la poética y los animales, ufa, me han puesto de revuelo el pensamiento.

Hubo otros libros, otras lecturas, como esa magistral propuesta que es El viaje, Rutas y caminos para llegar a otro planeta. La edición es a cargo de Tatiana Huezo. Habitan aquí las voces que como experiencia cuentan los caminos para la construcción de documentales.

Este libro me llevó al reencuentro con Everardo González, y ese reportaje tremendo y certero que es Los ladrones viejos.


Narraciones y vicisitudes del oficio, el camino y sus rutas para decir en el lenguaje audiovisual. Una plataforma perfecta para todo aquel que sea atraído por el documental.

Hoy que ya se avizora el fin de año, digo, pues, regiones de lo que me ha tocado leer, y destacarlo como acontecimiento relevante en mi interior. Porque los libros me significan respuestas, también misterios para impedir los sueños. Y soñar.

Carlos Sánchez, escritor y periodistas


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