Cuatro libros (y varios comunicados) para abandonar México
Tengo cierto que enumerar una cantidad de libros es un ejercicio, por lo menos, injusto. Mucho más cuando se afirma que esos libros son lo mejor entre la siempre numerosa industria editorial en el país. Porque además del arrogante juicio de separar los libros leídos entre buenos y malos se cae en el precipicio intelectual de ignorar aquellos ignorados. Y aunque es una selección arbritraria no lo es al azar, por cuestiones de trabajo debo leer, más de lo que quisiera, novedades editoriales cada año. Es por ello que me atrevo a citar algunos de los libros que este año, que tanta miseria trajo, que dejaron algo más que subrayados entre sus páginas.
Para entender la raíz del mal en México
Hay periodistas de cepa, esos que arriesgan la quincena por una historia digna de ser contada, que se han esforzado por narrar la violencia con un lenguaje preciosista y preciso; contadores de verdad que ponen su futuro en el lápiz y papel. Hombres y mujeres que han revitalizado eso que hoy se le llama, de manera cursi y pretensiosa, periodismo narrativo. Uno de los más adelantados es Emiliano Ruiz Parra. Hijo de las redacciones y la calle, su prosa se centra en los marginales, personas más que personajes y construye, en “Los hijos de la ira”, un mosaico de la miseria y la marginación que construyó el estado mexicano de forma paciente sexenio tras sexenio. El periodista sabe poner una sana distancia entre su investigación y la manera de narrar; no fabula, reconstruye. Son ocho crónicas que bordean los márgenes del derribo social, la tragedia personal, social y la desesperanza. Una de ellas es “Los presidiarios. Dulcinea sale de la cárcel”, crónica donde Ruíz Parra pone una sobre la manera en que la reinserción social es sólo un mito genial. El periodista se acerca, como el hombre que descubre el fuego, con asombro a una historia de una compañía de teatro dentro de una cárcel. Se fascina con la posibilidad de que en una de las cientos de prisiones mexicanas, espacios que tienen su propio universo de marginación, el arte sea el camino para la transformación. Hasta que se da cuenta que el poder siempre tiene su mayor refinamiento cuando destruye. Una cárcel convertida en teatro, prisioneros vueltos actores, son la metáfora más cruel, pues el escenario termina siendo todo el sistema presidiario y los hombres y mujeres encerrados somos todos, a pesar de los esfuerzos, de la idea del cambio, siempre el poder se ejercerá para aplastar, borrar, eliminar la esperanza.
Un libro que deja en claro que la crónica sigue punzante y clara, que el periodismo puede olvidarse de los boletines y de los redactores y editores que resuelven el mundo desde un escritorio. Periodismo puro, del que investiga cuerpo a cuerpo y no desde una oficina y con un celular como herramienta única.
Una radiografía de la necropolítica
Melusina lo editó hace ya casi 7 años en España, fue reconocido con el Premio Estado Crítico en el 2010 como el mejor ensayo, pero apenas en este 2016 una editorial transnacional decidió reimprimirlo y ponerlo en el mercado mexicano. “Capitalismo Gore”, de Sayak Valencia, es uno de los libros más interesantes para pensar el capitalismo en su forma más violenta, la que pone a cuerpo como moneda de cambio. El capitalismo que rentabiliza al cuerpo como objeto a explotar, como una mercancía más. Aquí, la investigadora y poeta desnuda la mentira que nos han impuesto como verdad: el sistema no sirve, está roto y no importa quien gobierne, quien ejerza el poder; es una utopía escapar de él: “no hay una sola vía de escape del capitalismo gore, es como una empresa multinivel y tiene muchísimos tentáculos”, me dijo Sayak semanas atrás al hablar de su libro. “Capitalismo Gore” debería ser un libro imprescindible para quienes ostentan cargos de poder. Para aquellos que apostaron por Hillary Clinton, desde posiciones de representación popular de otros países, creyendo que era un asunto de candidatos y no de sistemas, o por aquellos que buscan en Margarita Zavala una vía para empoderar al género femenino.
No es un libro sencillo, y demerito su contenido al explicarlo de manera tan simple como la descrita arriba, pero es un libro que arriesga en las formas para solidificarse en el fondo. Es un libro de términos académicos, de lenguaje críptico, pero con una idea que no se mueve, que a medida que se desarrollan las tesis, esta se hace más densa, más cruel, más real. Un libro tan actual que espanta.
La desesperanza del periodismo
Mi obsesión con los textos que tienen al periodismo como tema encontró su culmen con “Dispárenme como a Blancornelas”, cuyo título ya es toda una novela negra. El libro, firmado por Daniel Salinas Basave es una muestra del derrumbe del periodismo como lo hemos entendido, seis cuentos donde Basave, periodista norteño, reconfigura a esos hombres y mujeres como meros fracasados, que perdieron, quizá nunca la tuvieron, la esperanza de contar los entresijos del poder para servir, y servirse, de él. Salinas Basave sabe de lo que habla, él mismo vivió entre redacciones y coberturas, pero al momento de ponerse a fabular, es descarnado con sus personajes. Con la frontera de paisaje, las historias siempre bordean el dilema entre el deber ser y el lo que hay que hacer para cumplir la nota en tiempo en forma.
El libro es un desfile de esperanzados que aún después de su fracaso profesional esperan un María Moors Cabot, o los que encuentran en su labor la mejor manera de poder coger sin importar que en ello vaya la noticia que transformará a todo un país. El cuento que da nombre al libro es de la más refinada prosa y de una amargura de alguien que quiso ser como el periodista contra el que atentaron los hermanos Arellano Félix, uno con la ambición suficiente como para inventarse un final diferente, uno que lo convierta en el adalid de la libertad de prensa, sin importar que tenga que pagar por ello. Para dejarlo claro, “Dispárenme como a Blancornelas” debería ser un libro de texto obligatorio en las escuelas de periodismo y comunicación.
El oculto vicio del desprecio
Finalmente vuelvo al ensayo. Editado por Almadía, en una colección a la que hay que poner mucha atención, pues apuesta por un género poco divulgado, “Árboles de largo invierno”, de L. M. Oliveira, recorre de manera temporal las formas en que la degradación se convirtió en un símbolo de estatus. “No ha cambiado la forma de humillar, más bien hemos acrecentado las maneras de humillar. En el siglo XVII y XIX se supone que abolimos la esclavitud pero hoy en día siguen habiendo trabajos de esclavos, parece que sólo abolimos la idea pero ahí sigue presente; entonces, la humillación sigue ahí pero además tenemos estos nuevos medios que nos permiten humillar a las personas sin siquiera verles la cara, entonces esa es una humillación utilizando el lenguaje, es muy fácil humillar de esa manera porque se basa ya no en la ignorancia sino en la absoluta falta de reconocimiento del otro, porque como ni siquiera te tienes que mostrar, ni te preocupas por verle la cara, resulta muy fácil”, me dijo sobre el libro el autor.
En tiempos donde la discriminación y la humillación por pertenecer a un grupo social diferente son moneda de cambio, este libro ayuda a entender mejor el fenómeno que ocurre no sólo en la frontera al norte del país, sino en todo México.
“Árboles de largo invierno” vuelve, a finales de este año, como uno de los textos más clarificadores para entender y entendernos. La amenaza no sólo está en la frontera norte, la tenemos dentro y la vemos con cariño y comprensión.
“Quien dice sombra dice verdad”
No es libro, tampoco podría ser literatura, aunque lo sea, pero los comunicados del Ejército Zapatista de Liberación Nacional, son de una exquisitez y claridad inusual. La prosa, a veces descarnada, otra poética, pero siempre oportuna, del Sup debería ser reproducida una y cien millones de veces. Tiene lo que muchas veces la literatura carece: verdad. Además pone la mirada en lo que importa, voltea sobre las diferencias, ahonda en la marginalidad y se empoza en el futuro posible. Ha pasado mucho tiempo desde que Durito dejó de ser un personaje, desde que Marcos no es más un vocero, pero su esencia pervive en el ahora, en los textos que siguen apelando en la digna rabia. Sin embargo, lo importante de los comunicados del EZ no radica en sí mismo, sino en la posibilidad de que dejen de ser escritos, acaso en ese momento el país se reconozca y vuelva sus pasos para no dejar de lado nunca más a los pueblos originarios.