Y cuando su serie terminó, la realidad todavía estaba allí…
La series de televisión que han pasado por nuestros ojos, viven en los rinconcitos de la mente. Parte de sus personajes se han vuelto recurrentes en nuestra memoria, tienen nuestro aprecio y han logrado tener efecto (como todo buen arquetipo) en nuestra manera de vestir, de actuar, de reír.
Si el inconsciente colectivo, como afirmaba Jung, se rige por patrones de existencia o esquemas básicos de conducta. Podemos aventurarnos a considerar que el contenido de las series y otros medios de entretenimiento, son parte activa de la creación de nuestra realidad.
El culto a Dionisos en la Grecia clásica dio origen al teatro, siglos después el cine toma del teatro su carácter narrativo.
Por alguna desconocida razón, continuamos el ritual.
Somos el receptor, parte del mensaje. El emisor nos transmite su nueva temporada.
Las neuronas espejo operan de maneras misteriosas, por medio de éstas, puedo identificarme con un enfermo de cáncer que tiene que hacer lo imposible por salvar su vida o con un ex convicto que quiere remediar su pasado.
Si todo lo que veo es información…
¿Qué parte del mensaje debo tomar? ¿Esa información condiciona mis pensamientos, mis palabras o mis actos?
¿Cómo decirle a mi inconsciente que solo quiero matar el tiempo, si no sabe distinguir entre la realidad y la ficción?
Tal vez solo es cuestión de relajarse y enfocar celosamente la atención en alguna serie recomendada por alguien de confianza, con la que nos identifiquemos después de algunos capítulos.
Tengo una nueva temporada por vivir.
Tadeo Romero. Disléxico, daltónico y con déficit de atención. @grape_gilbert