Ajalpan, ese pueblo donde todos se llevaban mal
El 19 de octubre de 2015, dos encuestadores procedentes de la Ciudad de México fueron “confundidos” con secuestradores, en Ajalpan, Puebla, y linchados en la plaza principal del municipio. De nada les valió identificarse como trabajadores de la empresa “Marketing Research & Services”; tampoco ayudó que la niña a la que supuestamente “jalonearon” no pudiera reconocerlos en la comandancia. Un grupo de habitantes decidió “hacer justicia por propia mano” y arrancó a los jóvenes de la policía, destruyendo de paso el ayuntamiento. Hicieron sonar las campanas de la iglesia y reunieron a cerca de cuatrocientas personas en la explanada. Sufriendo el suplicio multitudinario, Rey David Copado Molina y su hermano José Abraham Copado Molina negaron hasta la muerte las acusaciones de los pobladores.
Cinco horas después, fuerzas estatales y federales se desplegaron en el municipio para restablece el orden. Rafael Moreno Valle, gobernador del estado, implementó el Mando Único Policial, argumentando que “cuando los gobiernos de los presidentes municipales se ven rebasados, el gobierno del estado interviene para regresar la paz y la gobernabilidad a cada ayuntamiento”.
Ésta es la crónica de la descomposición social en dos tiempos: el linchamiento de los hermanos Copado Molina y el efecto que éste hecho produjo en el municipio de Ajalpan, donde se estableció el primer y último régimen especial de Mando Único Policial.
La primera vez que visité Ajalpan, en diciembre de 2015, nadie quiso hablar conmigo. El ambiente era tenso. Decenas de policías rondaban el palacio municipal en actitud intimidatoria, armados con fusiles de alto calibre. Junto a los vehículos blindados desarrollaban una permanente exhibición de poder.
Donde quiera que preguntara sobre los acontecimientos obtenía variantes de la misma respuesta: “yo no sé, pregúntele a alguien más”, “yo no estuve”, “sólo me enteré por lo que salió en los periódicos”. La plaza de armas tampoco parecía tener memoria de los hechos, salvo por su mutismo: nadie ocupaba las bancas ni se sentaba en las jardineras. Los pobladores se pasaban de largo, siempre como apurados. Ni siquiera las palomas bajaban de los dinteles y las marquesinas, pero tal vez por el frío.
El nacimiento decembrino, apostado frente al palacio de gobierno, carecía de visitantes. La escena de la sagrada familia me pareció más patética por la soledad circundante. Mirando con atención, noté un color irregular en el adoquín cubierto por el pesebre. Tiempo después corroboré mis sospechas: Jesús, María y José fueron colocados encima del mismo lugar en donde los hermanos Rey David y José Abraham fueron torturados, asesinados e incinerados a manos de pobladores de Ajalpan. “La grasa de los cuerpos penetró mucho la piedra, y por más que el personal trató de lavarla, no se limpiaba. Por eso mejor los cambiamos”, me dirían las autoridades locales, en una entrevista que pude realizar hasta el año siguiente.
En esa primer incursión sobre el terreno fui siempre recibido con miradas de desconfianza, e incluso llegué a experimentar un sentimiento de amenaza. Me prometí volver cuando las cosas estuvieran menos calientes. Quería entender cómo personas de ese pueblo, aparentemente pintoresco, habían decidido linchar a dos jóvenes encuestadores procedentes de la Ciudad de México.
En mi segunda visita busqué concertar una entrevista con el alcalde de Ajalpan, Gustavo Lara Torres, pero nunca tuve la suerte de encontrarlo. Al final y ante mi insistencia, fui recibido por Julio Huerta, asistente particular del Lara y encargado de Comunicación del ayuntamiento. Nuestro encuentro fue rígido y desangelado.
“La situación administrativa se ha normalizado en su totalidad”, me aseguró de entrada. “Respecto a lo que tiene que ver con los familiares de los hermanos Copado Molina, pues hemos tenido acercamientos con ellos para definir el monto del apoyo, de tipo humanitario, que el ayuntamiento está considerando otorgar a través de su presidente. Ahorita el problema es que hay un sector, un grupo minoritario, que acá quieren lucrar política y económicamente con el asunto, y que están pidiendo el establecimiento de un Consejo Municipal en Ajalpan, alegando ingobernabilidad”.
Investigando en diarios locales, constaté después que Huerta se refería a la petición realizada por integrantes del “Movimiento Civil de Reconstrucción Social”, quienes presentaron al Congreso del estado una solicitud para que se decretara la suspensión y desaparición de Poderes y se nombrara provisionalmente a un Consejo Municipal para encargarse de la administración del municipio. El documento fue firmado por una coalición formada por tres empresarios y dos familiares de los presuntos responsables del linchamiento. En el texto, acusan a Gustavo Lara Torres, entre otras cosas, de tener nexos con la delincuencia y de ser responsable de la venta de combustible robado en la Sierra Negra.
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Fotos: Miguel Jaramillo
Huerta detalló que este grupo es en gran parte responsable de la tragedia: “Lo que ellos siempre han hecho es buscar sacar raja. Quieren sacar dinero, sacar obra, sacar una cuota económica. Desafortunadamente, están utilizando a los familiares de los detenidos. A ellos ya se les ha comentado en muchas ocasiones que el asunto lo está llevando la Procuraduría del Gobierno de Puebla, y que ya no depende el seguimiento de lo que hagamos aquí. Esos adversarios políticos de la administración municipal son los culpables, porque querían llamar la atención y su brazo armado fueron las personas que cometieron los delitos esa noche”.
En medio de nuestra conversación, una empleada del ayuntamiento entró a la oficina y me ofreció café. Aprovechó además para pedirme mis datos: mi nombre, una identificación, información del medio en el que trabajo, cómo me enteré de los hechos…luego de realizarme su propia entrevista, nos dejó nuevamente solos. Pregunté a Huerta su versión sobre el linchamiento. Tras un largo suspiro, me dijo: “Hubo un caldo de cultivo que se generó en las redes sociales, en Facebook principalmente, a través de varias páginas en las que se afirmaban que había secuestros en Ajalpan, pero que el presidente no hacía nada. Eso no es cierto. De hecho, lo que está haciendo el ayuntamiento es generar la composición social, organizando las reuniones con los directores de las escuelas primarias, secundarias y algunos bachilleratos, para retomar el asunto de valores en las instituciones. Decir no al chisme, no a la manipulación, no a la violencia. Tú te das cuenta de si un muchachito va bien en el seno familiar desde el momento en el que te lo topas y te saluda o no. Ahí, desde papá y mamá, es el trabajo. Hemos impulsado encuentros con instituciones religiosas, con el párroco, con pastores, precisamente para llamar a la paz y dejar de lado el asunto”.
Con esas palabras Huerta dio por terminada nuestra entrevista. Nos despedimos con la mismo gesto seco con que nos presentamos. El 11 de enero de 2016, tres de los promotores de la desaparición de poderes de Ajalpan denunciaron un ataque armado en su contra, presuntamente realizado por un pistolero que los agredió a la altura del entronque del municipio de Coyomeapan, en Puebla. Del atentado los tres salieron ilesos. La camioneta en que viajaban fue presentada con cinco impactos de bala. Hasta la fecha no han sido aclarados los hechos.
Margarita: “Nuestras autoridades no tienen capacidad de hacer cumplir la ley”
Durante mi segunda y tercera visita a Ajalpan pude tener más tiempo para conocer a algunos de los pobladores y escuchar de primera mano su versión de los hechos.
Hace una década que Margarita se asentó con su esposo y con sus hijos en Ajalpan, pero es originaria de Cuaxuxpa, una comunidad indígena asentada en la sierra, que aunque pertenece formalmente a Ajalpan, está a cuatro horas de distancia de la cabecera. Los caminos enrevesados y la tardanza del transporte público convierten cualquier pequeña distancia en un largo recorrido, por lo que ya casi no va “para allá arriba” a ver a sus familiares que aún viven.
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Para ella, el desempleo es el problema principal que aqueja a la región. “Comúnmente las personas trabajan en el campo con la producción del maíz, pero ahora la mayoría se ha ido a la maquila, y cuando no los contratan ahí, se pasan a la artesanía de barro y de carrizo. A veces no tienen suficientes recursos para invertir en eso, y realmente poca gente sabe hacer manualidades, y por eso también se emplean en las tejerías. Ahí el problema es que para el cocimiento de las tejas se quema el chimalacate, y pues muchas veces la gente inhala los gases, y al día siguiente les arde la nariz, no aguantan la cabeza y les duele todo el cuerpo. El chimalacate es una hierba que sirve como si fuera leñita. Con eso cuece la teja, el tabique y la solera, pero ahora que han hecho campaña de que afecta mucho a la salud, le ponen mejor la pedacería de las maquilas, y con esa tela queman, o con las llantas. Lo que haya a la mano”.
El hijo menor de Margarita, José Ángel, tiene cuatro años. Mientras hablamos, revolotea junto con sus primos por la calle sin asfaltar. Margarita se pone muy seria cuando le pregunto del linchamiento. Le da vueltas al asunto, pero al final, me dice: “Nuestras autoridades no tienen capacidad de hacer cumplir la ley, o quizá su cuerpo de policía no está muy capacitado. Por lo mismo ahorita tomó el gobierno del estado el mando único. Detuvieron a algunas personas, pero ahora sí que nosotros no podemos decir sí estuvieron presentes o no, porque como nosotros no vimos nada, no sabemos. Igual yo creo que en Ajalpan no hay asesinos, ni delincuentes, ni nada: englobaron en general a todos los ciudadanos, pero sólo participó una parte del pueblo”.
Después de eso Margarita guarda silencio. Se muestra visiblemente incómoda. Trato de cambiar de tema, pero ya es tarde. Le grita a José Ángel que regrese. El pequeño acude refunfuñando. Margarita se despide de mí a medias, sacudiéndole las rodillas a su hijo y sin voltear a verme. Cierra la reja. Atraviesa el patio de su casa lanzando regaños en español y en náhuatl, un poco como si fueran para a ella misma, enojada por abrir la boca con un casi desconocido.
Reyna: “Los militares gritaban: eso les pasa por andar de cabrones quemando gente”
Reyna es la encargada de una pequeña fonda que se ubica a pocas calles a la plaza principal. Su carácter es muy abierto, y su trato, comedido. Luego de tres o cuatro visitas, se acostumbró a que platicáramos de cualquier cosa. Para ella, el principal problema de Ajalpan es la seguridad. “Hay muy poca vigilancia, sobre todo en las zonas en las que hay muy poca luz, o donde los pandilleros se juntan. Allí no pasa la patrulla, no sé si porque les tengan miedo, no sé. Esas personas a veces están drogándose o están tomando, pero es muy raro que pase la unidad. Los policías además no están bien equipados, o bien armados, nada y más andan dando vueltas. Pero por ejemplo, si hay una riña de pandilleros, llegan hasta que ellos ya se fueron”.
Del linchamiento de los hermanos Copado Molina me asegura que fue un problema que no se supo manejar en el ayuntamiento: “Agarraron a los muchachos, pero yo digo que ahí no tuvo mucha capacidad de convencimiento el presi, y pues no dio parte a la autoridad del estado a tiempo, porque las patrullas de la capital llegaron como tres horas depués”.
Ese día empezó una larga pesadilla para el pueblo: “Lo que no salió en las noticias es que cuando llegó el mando único, vinieron también los del Ejército. Entraban a las casas y le pegaban a las familias, y les decían “Eso les pasa por andar de cabrones quemando gente”. Luego los obligaban a que dijeran a quién más conocían que anduvo ese día en la plaza. Si las personas tenían un vecino que les caía mal, decían que a ese vecino ahí lo vieron, y entonces los militares iban con esa familia, que no tenía vela en el entierro, y les pegaban igual. A una señora la confundieron y la sacaron de su casa, pero ella tenía una bebé, un bebecito, y no tenía con quién dejarlo; lo encargó al final con la vecina, y al último dijeron que no, que no era ella, y que la habían confundido, pero ahí la señora ya sufrió el espanto, y a los pocos días falleció”. Le pregunto a Reyna si recuerda cuál es el nombre de esa persona. Responde que no sabe, “pero es lo que se dice”.
“Ahorita ya se calmó. A mi familia no le afectó tanto porque no nos comprometimos, no estuvimos en ese asunto. Pero vemos que la gente dejó de salir, dejó de tener la confianza de tomarse el helado, de ir a pasear. Ajalpan siempre había sido tranquilo. Lo del mando único nos queda como una experiencia, tanto para el presidente, como para nosotros. Más bien, como un escarmiento que nos dan, porque nosotros como pueblo debemos exigir más al presidente, más autoridad, más vigilancia, y él por su parte, más patrullas, más personal, más apoyos para la seguridad”. Antes de despedirnos, Reyna me apunta en una servilleta el correo de su sobrina, y me hace prometer que cuando se publique el reportaje, se lo voy a enviar antes que a nadie. Así fue.
María Villalba: “Para esa gente era como un espectáculo”
María Villalba Gómez es la cronista municipal de Ajalpan. Jubilada como profesora desde hace más de siete años, se dedica desde entonces a realizar una anotación diaria de los eventos cotidianos que ocurren en el pueblo. Aunque prácticamente ha perdido la vista a causa de un padecimiento crónico, su memoria y su lucidez permanecen intactas.
La cronista está segura de que el problema principal de Ajalpan es que no se supo adaptar a la industrialización: “Con la llegada de las textileras, las mujeres se han integrado a la economía, pero eso ha traído mucha falta de valores. Antiguamente el papá y la mamá se dedicaban a formar a los hijos, pero ahora ambos se van a trabajar a la maquiladora todo el día. Los niños y jóvenes se quedan solos y se van con los amigos. Así es fácil que se conformen las pandillas, que entran después en la drogadicción, al alcoholismo y la violencia”.
En cuanto a los hechos del 19 de octubre, pormenoriza: “La razón de los eventos fue una maraña de muchos rumores, que juntos, crearon una psicosis. En los meses previos a los hechos, en las redes sociales se difundieron muchas noticias que decían que aquí en Ajalpan estaban secuestrando a las muchachas y a las señoras (por el tráfico de personas), que habían encontrado por la parte oriente del pueblo el cuerpo de un niño sin ojos (por el tráfico de órganos) y cosas así. Lo que sí fue cierto es que un hombre que trabajaba en una maquiladora desapareció, pero él era de Zinacatepec. Cuando lo encontraron, estaba mutilado. Luego se supo que se había ido a una fiesta en San Francisco Altepexi y que andaba con una mujer casada. El esposo se enteró y se vengó del muchacho. En cualquier caso, todo eso fue caldo de cultivo para que la gente diera por hecho que estaban secuestrando personas”.
“El día que ocurrieron los hechos, la gente ya habían salido de las maquiladoras, porque fue en la noche, como a las siete. Toda la gente sin qué hacer acudió al llamado, porque tocaron las campanas, y rebasaron al número escaso de policías que había. Los golpearon, los corrieron, y les quitaron sus armas, ya que eran pocos los elementos que estaban en la comandancia. Entonces la gente se fue contra los jóvenes y pues los mataron. A uno de ellos le atravesaron el cuello con una varilla. El hombre que hizo eso por ahí anda, le dicen “el picudo”, y pues no es justo que esté como si nada mientras que a otros los detuvieron. Al otro muchacho, que seguía vivo, lo querían colgar. Él les decía: “les juro que yo nunca he secuestrado”, pero igual lo mataron”.
A María Villalba le indigna mucho lo que ocurrió. “Yo condeno lo que pasó. Estoy por escribir un libro que se va a llamar “Diecinueve de octubre, nunca más, ni en Ajalpan ni en ningún otro lugar”. Tengo las fotografías de cómo quedó incendiado el palacio, los saqueos y aún de la muerte de esos dos jóvenes. ¡Para esa gente era como un espectáculo! Había niños, jóvenes y adultos. Era la locura desbordada. A partir de eso, nuestro pueblo quedó sumido en un clima de tristeza, de impotencia, de desesperación”.
Para la cronista, Ajalpan no debe ser visto sólo a la luz de ese linchamiento, pues tiene una gran riqueza para ofrecer. Por ejemplo, “El Festival Étnico de la Matanza”. “Se trata de un certamen que se realiza en noviembre. Como el pueblo es un terreno no es apto para otro tipo de agricultura o actividad productiva, en las antiguas haciendas se sacrificaba a los chivos y se los comían, y a eso se le llamaba “matanza”. Con los huesos de esos caprinos se hace un guiso que se llama “mole de caderas” y que es tradicional de ese festival. Había un rito para la ceremonia de la matanza que apenas se viene rescatando. Es tan bella esa convivencia que compuse una poesía al respecto:
“En la antiguas haciendas, por el tiempo colonial
ya se realizaba en ellas la matanza en Tehuacán.
De caprino sacrificio en grande ceremonial
por matanceros de oficio, ¡Qué fiesta tradicional!
Productos muy deliciosos: riñón, caderas y ubre
chito y chicarrón sabrosos, preparados en octubre.
Bella fiesta nos congrega, de inicio de la matanza
donde se encuentran las etnias, con poesía, música y danza;
tradición tehuacanense que se debe conservar
porque es alegría y deleite ¡De mi hermoso Tehuacán!”
Su memoria e ingenio me deslumbran, casi tanto como la sobrecogedora similitud entre el sacrificio ritual de los chivos en “las matanzas” y el linchamiento de los dos jóvenes encuestadores, esos otros chivos (expiatorios) de pugnas políticas locales.
No son casos aislados
En Canoa, un poblado a 12 km de Puebla, el 14 de septiembre en 1968 fueron linchados seis excursionistas, empleados de la BUAP, que querían llegar al cerro de la Malinche. Tres de ellos murieron (Ramón Gutierrez, Jesús Carrillo, Odilón Sánchez) y tres lograron escapar (Roberto Rojano Aguirre, Miguel Flores Cruz y Julián González Báez, quien perdió cuatro dedos). Ese día también fue asesinado Lucas García, un habitante del pueblo que hospedó a los muchachos en su casa. En aquel entonces, el sacerdote Enrique Meza Pérez fue acusado de azuzar a la población afirmando que los jóvenes eran comunistas y que querían izar su bandera en la iglesia y violar a las vírgenes del pueblo. En los días posteriores al ajusticiamiento se giraron diecisiete órdenes de aprehensión. El clérigo ni siquiera se presentó a declarar y eventualmente todos los inmiscuidos obtuvieron la libertad, por no poder probarse su participación en los hechos.
Duraste 2015, como antesala del caso de los hermanos Copado Molina, en Puebla se vivieron distintos episodios de justicia por propia mano, que se distribuyeron principalmente en la zona de Ajalpan y Tehuacán. En ésta última entidad, en enero, en el fraccionamiento “La Cantera”, los residentes lincharon a cuatro supuestos asaltantes. Uno de ellos murió a causa de las lesiones. A inicios de octubre del mismo año, policías rescataron a dos ladrones que estuvieron a punto de ser ultimados en el fraccionamiento de Agua Blanca II. Días después, cerca de doscientos pobladores destrozan la alcaldía de Chietla para reclamar el homicidio de una mujer que fuera asesinada en su domicilio por un ladrón. En las mismas fechas, habitantes de San Marcos Necoxtla trataron de ultimar a un presunto violador, y durante las fiestas patronales, en Atlepexi, decenas de pobladores golpearon brutalmente a dos hombres a los que acusaron de robar durante las celebraciones.
El caso de los hermanos Copado Molina y la intervención del Mando Único no han amilanado a los habitantes de la región: el 15 de septiembre de éste año, en el municipio de Chichiquila, dos presuntos secuestradores fueron asesinados a machetazos. Ocho días después, en Quimixtlán, un hombre fue señalado como ladrón de ganado: lo ataron a un poste, rociaron su cuerpo con gasolina y le prendieron fuego. A inicios de éste mes, en Cohuecán, pobladores ahorcaron a dos personas a las que imputaron el plagio de una adolescente. Sin conceder el derecho a un juicio justo, ejecutando de manera sumaria, amaparados en el anonimato que ofrece el tumulto, estos ciudadanos hartos de la impunidad se han encargado de propagarla bajo la forma de “justicia por propia mano”.
En lugar de desalentar los linchamientos, el “efecto Ajalpan” provocó que grupos de vecinos se envalentonaran: los casos continúan y se han propagado las mantas de amenaza contra posibles delincuentes a más de treinta colonias de Tehuacán, así como en los municipios colindantes.
El pasado 19 de octubre se cumplió el primer aniversario del linchamiento de los jóvenes encuestadores. El municipio organizó una clase masiva de zumba en la explanada. Nada se dijo de Rey David y de José Abraham.
En acuerdo a medios locales, fue de cien mil pesos -cincuenta mil por cada uno- el monto de “la ayuda humanitaria” que ofreció el ayuntamiento a la familia Copado Molina. Hasta el día de hoy permanecen en el penal de Tepexi de Rodríguez doce personas acusadas de participar en los hechos. Siguen a la espera de sentencia. Se han realizado protestas para exigir su liberación en actos públicos del alcalde Gustavo Lara, que continúa siendo el presidente municipal.
CRÉDITOS
Investigación: César Alan Ruiz Galicia Diseño web: Francisco Trejo Corona Datos: César Suárez Ilustraciones originales: Jonathan Gil