Me llaman Calle (De feminicidios y transfeminicidios)
Voy calle abajo, voy calle arriba
No me rebajo ni por la vida
Me llaman calle y ése es mi orgullo
Yo sé que un día vendrá mi suerte
(Manu Chao)
Se llama misoginia y se huele en todas partes. El odio hacia las mujeres es quizá el peor de los rostros que muestran las sociedades de nuestro tiempo. Por más pena, dolor y vergüenza expresados, cada vez son más los casos visibilizados, y desde México hasta Argentina se percibe un regreso a tiempos del oscurantismo.
Si rastreamos la misoginia podemos encontrarla en casi todas las estructuras del poder formal. En algunos casos se presenta de forma sutil; en otros, agresivamente. El hecho es que desde hace siglos se alimenta un discurso de odio contra las mujeres.
En la América virreinal lo encontramos, pero si buscamos más atrás, también lo hallaríamos. Del viejo continente importamos el Santo Oficio, la Inquisición, a la que por siglos al “ser o el sentirse mujer” se le consideró una afrenta. Por ejemplo, en un texto del siglo XVIII, escrito por la Fiscalía de la Real Audiencia, donde se exponían los pecados públicos en la Ciudad de México, se puede leer:
“Con la pésima perniciosa introducción de los afeminados consiste también mucha parte de los pecados públicos, siendo patente, que ellos mismos hacen, con sus torcidas inclinaciones, mas publico el error de su naturaleza, porque todo su esmero son los empleos mujeriles, y en habla acciones y operaciones, no quieren parecer a otro sexo…”
Vale la pena analizar un poco más la cita. Hacer más público el error de su naturaleza, no era el hecho de la homosexualidad en sí, sino de “afeminarse”. Los empleos mujeriles, descritos como el comportamiento femenino en los hombres, eran considerados un pecado público, porque estas personas (las que eran juzgadas y perseguidas) no querían otra cosa que comportarse como mujeres y en el entendimiento de quienes dictaban la ley, eso estaba mal. “¿Quién en su sano juicio querría parecer una mujer?” se preguntaron por siglos.
En el mismo documento vienen descritas las “mujeres públicas”, aquellas que buscaban sobrevivir en autosuficiencia y por los medios que tenían a su alcance. En el texto se deja claro que su vida también eran sinónimo de pecado:
“…con la circunstancia lamentable de su gran desenvoltura y de ser muchas sus mismas madres, con desahogo y escándalo las que les fomentan el vicio, les atraen los hombres, y las acompañan e instruyen, y con tan poco pudor que ni el que sea público su delito, le hace fuerza, ni el publicarlo ella misma, aún con la acción de salir a la calle acompañando a la hija”
La “mujer pública”, la pecadora, es opuesta a la imagen inalterable de una virgen que reposa en la oscuridad del altar. Por su parte, los vagos y holgazanes, que podían cometer diversos crímenes, eran resultado de una mala crianza de los hijos que correspondía sin duda a las mujeres, que son culpables de casi todo.
El objetivo de este ejercicio no es descontextualizar un documento del siglo XVIII. Lo que quiero es mostrar que las estructuras que bordaron eso argumentos han variado muy poco hasta nuestros días. La misoginia sigue presente siempre en el discurso de poderes formales, que permean a lo social, que adoctrinan:
“yo me pregunto si la así llamada teoría del género no es también expresión de una frustración y de una resignación que apunta a cancelar la diferencia sexual porque no sabe más confrontarse con ella. Nos arriesgamos a dar un paso atrás. La remoción de la diferencia, en efecto, es el problema no la solución”.
Así es como el Papa Francisco I argumenta sobre la familia tradicional y en especial sobre el papel de la mujer. Sutilezas del discurso, se podría decir, pero no se trata de cómo lo dice el pastor, sino cómo lo interpreta el rebaño.
Del discurso a la violencia
Murray Edelman, en su libro “La Construcción del Espectáculo Político” afirma que la expresión sustancial de la opinión desde posturas contrapuestas abona a la estabilidad social. El problema de lo que hemos presenciado en las últimas semanas desde los grupos antagónicos en torno al tema del matrimonio igualitario es que, al margen de la divergencia racional “sana”, se presenta algo muy distinto: la manifestación de opiniones frente a la diferencia desde una voluntad de purga, de ajuste de cuentas.
Y es que desafortunadamente la oleada de feminicidios en México no ha parado en años y en las últimas semanas se han visibilizado en el Estado de México y en especial se han difundido una serie de asesinatos de mujeres Transexuales y otras integrantes de la comunidad LGBTTTI.
Al difundir estos crímenes algunos medios han reproducido consciente o inconscientemente esa transgresión del derecho a la libre personalidad, al hablar de Paola como si fuese Carlos, cuando ella siempre se asumió como Paola. Y no perdamos de vista que quien la asesino a ella, a Alessa, a Ariel o a la Cheva, lo hizo por el hecho de que ellas no querían otra cosa que sentirse y comportarse como mujeres. ¿Les suena?
Hoy ya no hablamos de “pecado público” porque al parecer la categoría actual es “ideología de género”. En ambos casos se trata de discriminación e intolerancia disfrazadas de amor al prójimo. Desde hace siglos ser, hacerse y construirse mujer parece una afrenta para un sector de nuestra sociedad.
Hoy se marchó aquí, en Costa Rica, en Chile, en Argentina, en Panamá y por toda Latinoamérica en contra de la violencia machista. Hoy más de 130 ciudades convocantes luchamos por desterrar lo peor que sigue habitando en lo más profundo de nuestra sociedad, y que aparece cada tanto…con algún llamado a misa.
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Redacción: @ciudadanobrando