El desamor en tiempos del facebook

No creo en Dios, ni en la humanidad, ni en los extraterrestres, ni siquiera creo en la verdad. No creo en la redención y la sola idea de escribir algo público me da miedo, más cuando se trata de lo que realmente pienso y no las emociones o chistes codificados en memes, gifs o vídeos, que se traducen en instantes de absurdo goce. Renuncio de una vez al rigor científico academicista que además a estas alturas ya me cansa. Me aburre. Ahora solo tengo ganas de ver series que me re-programen para volver a ser capaz de lidiar con los humanos que me rodean, con quienes intercambio supervivencia a cambio de sangre.

Son esas preguntas de la soltería, la forma de soledad que más me cala. Después de todo la soledad siempre nos acompaña y es el sentimiento el que te realiza; la angustia, la náusea, el miedo a dejar de existir, de vivir, son nuestra sombra. Pero la soledad se vuelve más perra cuando nuestro sujeto/objeto/causa de mayor deseo nos abandona por algo mejor. Después de que esos hermosos ojos tiernos sólo te daban amor, ahora llorando te dicen que no te quieren volver a ver, que no saben quién eres, que no saben por qué te amaron, es imposible que no te estés repitiendo esa pregunta todo el tiempo… ¿Y entonces quién carajos soy?

¿Acaso el amor no es la obsesión del Siglo?… Después del sexo. El sexo es primero y el deseo lo último -que siempre empuja-, aunque no lo podamos poner en palabras. Lo que podemos poner en palabras, nombrar, poseer, son las imágenes de lo que no podemos terminar de comprender, así que para lidiar con el deseo nos imaginamos la fantasía, los fantasmas.

Últimamente el fantasma que me aterra durante las noches y me impide conciliar el sueño es el de mi ex. He optado por pasar días enteros en cama viendo series, comiendo cualquier cosa que me exija el mínimo esfuerzo; no me quiero bañar, no me quiero arreglar, quisiera no tener que lidiar con nadie, ni conmigo mismo. Me quiero identificar con los personajes de series que no son pura felicidad falsa porque estoy harto de que me vendan esa propaganda del partido feliz. Tienes que ser feliz, así categóricamente… ¿y si no puedo?… antidepresivos.

Pero eso es una droga y las drogas no están bien. Y he ahí otra de las grandes contradicciones de la humanidad contemporánea: las drogas están mal pero hay unas que ni siquiera cuentan como drogas y son las sustancias de modificación del comportamiento más consumidas; azúcar, alcohol, tabaco y cafeína. Wake up and smell the coffee e instantáneamente suena el tema de “Los años maravillosos” en mi cabeza; la fórmula perfecta para la felicidad. Vive un día sin estos estimulantes y dime qué se siente.

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Somos una generación abandonada en el olvido y entregada a compromisos insalvables que ni pedimos ni somos capaces de resolver y ni siquiera generamos los conflictos. Además, las supuestas liberaciones del siglo pasado (libertad, sexo y drogas) nos enseñaron que podemos gozar, aunque no nos avisaron que ese goce nos iba a traer mayores sufrimientos en este siglo. Conocemos los riesgos de nuestras enajenaciones predilectas y estamos dispuestos a morir gozando. Y aunque sepas no lo quieres dejar: “entonces me di cuenta de la triste verdad, la coca me aburre, nos aburre a todos. Somos unos capullos hartos de todo, en un entorno y en una ciudad que odiamos, fingiendo ser el centro del universo, destrozándonos con drogas de mierda para hacer frente a la sensación de que la verdadera vida transcurre en otra parte, conscientes de que lo único que hacemos es alimentar la paranoia y el desencanto, y, pese a ello, somos demasiado apáticos para dejarlo. Porque, por desgracia, no hay nada que tenga suficiente interés como para dejarlo” [1].

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Hollywood nos ha enseñado muchas cosas, pero entre otras nos enseña a comunicarnos, a entendernos entre humanos, es algo así como una guía de comportamiento en casos extremos. Si pudiéramos definir un nivel de desarrollo lingüístico en la especie y si este estuviera sólo basado en la densidad de los flujos de información (sin contar la calidad), este índice sólo iría incrementando, incluso per cápita. Y parece que a eso le llamamos evolución.

Ahora prácticamente todos intentamos conscientemente leer el lenguaje no verbal. Algunos se entrenan para identificar micro expresiones, algunos simplemente imitan y con eso se puede llegar a tener mucho éxito porque en esta época de burbujas, de fantasías, una de las más infladas y frágiles es la burbuja social. Vivimos en la fantasía de generar más y más valiosas conexiones, flujos más densos de información, mayor consumo energético, producción, crecimiento desarrollo, ciencia, tecnología, lo necesario para vivir mejor… ¿En serio?… ¿Somos mejores humanos que cuando empezaba el lenguaje?

Black mirror, la serie de televisión británica, nos da una luz de nuestros tiempos en “The entire history of you” [2]; capítulo donde un joven y atractivo abogado, en su plena edad productiva y reproductiva (para los estándares actuales), talentoso pero laboralmente fracasado y parte de una clase extremadamente privilegiada. Se desarrolla en una sociedad futurista y distópica; donde los humanos poseen un dispositivo incrustado debajo de la oreja y conectado a los ojos, que permite almacenar en vídeo y audio todos sus recuerdos, reproducirlos en cualquier superficie y hacerlos públicos.

Este cambio de argumento con la realidad para volverlo ficción -pero no tan lejana- podría asimilarse a todas las redes sociales, pero creo que la que cumple particularmente esa función es Facebook. Esa función de modificar los recuerdos propios y ajenos con respecto a nuestra persona es el reflejo de nuestros ego y superego y una mínima parte de nuestra verdadera identidad. La “libertad” de diseñarte y representarte a tu conveniencia [así como la uva está hecha de vino quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos, pensó Galeano].

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Y es que en ese episodio, como en la cotidianidad, hay una tensión sexual permanente que nos escondemos bajo un extenso tejido de hipocresía. Por eso en ambos campos separados solo por el frágil muro del monitor se nos presenta como mera retórica la discusión sobre el valor de la monogamia; ¿Quién puede y quién no? ¿Quién está buscando? ¿Quién está disponible para el intercambio de tiempo, atención, memoria y/o cuerpos? Y es que si lo piensan, verán que la tragedia de estos tiempos es que el puente principal de esos intercambios es una amalgama de viles metales, papel moneda y plásticos bancarios… Tal vez una parte de ti diga “yo no soy así” pero entonces debes preguntarte si en verdad no tratas a las personas como mercancías o cómo algo jerárquicamente valorable.

Generalmente en esos “yo no soy así” se atraviesa la ideología. Diría Zizek: “ideológica” es una realidad social cuya existencia implica el no conocimiento de sus participantes en lo que se refiere a su esencia… “Ideológica” no es la “falsa conciencia” de un ser (social) sino este ser en la medida en que está soportado por la “falsa conciencia” [3]. Y yo digo que las crisis modernas exhiben que las personas de nuestra era están particularmente ideologizadas.

La ciencia del siglo es la mercadotecnia, no importa lo que hagas sino como lo vendes: una lección que sufrimos todos los días desde la política oficial y sus recurrentes contradicciones, sus gastos en comunicación o en programas meramente clientelares. Es más fácil que me digan que hacer a lidiar con mis contradictorios “yoes”, al fin de cuentas no nos educan en libertad para que aceptemos esa dirección “espiritual” que nos escupen desde el monitor y sus revistas del corazón… Por eso ahora me atormenta una recurrente pregunta ¿Cómo pretendo amar libremente si no puedo lidiar con la libertad propia? 

Primera hipótesis: la fetichización de la mercancía. Hay algo de Marx en esta lectura de Freud y Lacan; Marx definió el “síntoma” psicológico, la noción de un quiebre en el paradigma mercantil, que en nuestra época no sólo quiere decir economía y no parece descabellado que en esta sociedad capitalista esta noción sea también fundamental en la psicología. El fetichismo es la adoración de un objeto material. La mercancía, ideológicamente, es el “sublime objeto” por medio del cual entendemos el mundo. Es el objeto último trascendental, “el cuerpo dentro del cuerpo”. Obviamente no se trata del objeto material con el que está hecho el dinero sino del ente que va más allá de la materialidad y la temporalidad. Se trata de la divinidad del dinero, la inmortalidad y omnipresencia de la mercancía.

Mira el final del episodio: tras ir atravesando coyunturalmente la fantasía de la pareja feliz; con el tradicional sexo de reconciliación el personaje masculino se va ahogando en su propia obsesión; no es fácil aceptar que lo bueno termine. Escala la violencia, ligera molestia, discusiones, gritos, violencia física. Él tenía la razón, ella era infiel. Y en un acto de extrema violencia recupera todos los recuerdos del amante y lo conmina a borrarlos. Yo me identifico con ese personaje. Me duele la incertidumbre, vivo en ella y es en este caso extremadamente cruda.

¿Tanto debraye por un amor?… Tal vez no has amado obsesivamente, pero estas muchas palabras para la época del tweet se quedan cortas y seguirán extendiéndose porque sólo van tomando sentido al leerlas. No recomiendo amar así, no se lo deseo a nadie pero es la costumbre. Y este dogmatismo fanático por el bien, por amar bien, obsesivamente bien, está profundamente mal.

Es curioso, la metáfora actual es la (des)conexión. Tal vez la palabra llegó del abuso de la tecnología pero entre más “conectados” estamos por medios virtuales más “desconectados” por medios físicos. Esa angustia nos acosa todo el tiempo, la de necesitar una conexión real y no la que depende del wi-fi; y qué bello es sanarla enamorándonos. “Conectar” profundamente con Otro. Pero si en el fondo se mantiene el agente patógeno de la mercancía… enfermará todo lo sano que toque. Dejaré de adorar a la mercancía para regresar a adorar conectar con las personas.



Narrativa: Fayez Mubarqui Guevara
Foto de Portada: Captura editada de The entire history of you (Black mirror).

[1] Texto tomado de “Porno”, libro de Irvine Welsh.

[2] Enlace para ver el capítulo con subtítulos en español.

[3] Para profundizar sobre esto recomendamos el artículo: Ese sublime objeto: la ideología en Zizek (Roberto Carlos Hernández).


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