Las ciudades invivibles
MP: ¿Qué ocurre cuando te hablo de mi ciudad?¿Piensas en una que ya conoces, o quizá en otra increada, pulida al capricho de tu imaginación? ¿Vislumbras sus plazas, estatuas, fuentes y palacios? ¿Puedes sentir a la mañana caer en sus esquinas y remontarse en los portales? ¿Escuchas sus himnos inscritos en las figurillas que apiñan los dinteles?¿Adivinas los sabores que reposan en sus frutos y cocidos? ¿Reconoces el diente amargo de antigüos delitos espolvoreados en los barrotes?
KK: Cuando me hablas de tu ciudad, todas se multiplican, como en una cámara de espejos. Para recorrerla, me represento las que he contemplado, los detalles que de su materialidad mi memoria preserva. Luego, aparecen las que son imposibles, ya mecánicas, herbales o aéreas. Tras esa capa de luces y transparencias, reconozco el tufo de las que se han vuelto invivibles, aquellas donde el aire, el agua y el sol se han infectado hasta conspirar contra la vida de quienes las habitan. Sin embargo, aún en su agonía, aprecio el esplendor decadente que ofrecen y el bullicio sepulcral en que se obstinan. Entonces aparece ante mí esa ciudad tuya, que no conozco, pero que es resultado de todas las anteriores.
MP: ¿Puedes verme ahí?
KK: Nunca. Al final, me siento un poco tonto, como un pescador que tira de su cordel roto al borde de un estanque radiante.
Se sabe que Tombuctú será sepultada por la arena del Harmattan, mientras Venecia se hundirá en las aguas que hoy lamen los muros que las contienen. También la guerra puede convertir lugares prósperos en parajes inhóspitos: Alepo, la ciudad Siria más grande y acaso una de las más hermosas, hoy es un amasijo de ruinas y despojos.
Está el caso de la ciudad amurallada de Kowloon, que fue desalojada por la fuerza y demolida en 1993. Durante el siglo XX representó un asentamiento anárquico que crecía siempre hacia arriba. Tanto lo hizo, que el sol dejó de iluminar las calles, alumbradas día y noche por lámparas fluorescentes. Eso provocaba que el sentido del tiempo se diluyera en sus avenidas, provistas tan solo de un metro de anchura: los edificios, irregularmente construidos, se apoyaban unos en otros para no derrumbarse, dejando un espacio minúsculo para transitar en su base.
Hay otras ciudades invivibles, que sin embargo, fueron diseñadas escrupulosamente. Fatehpur Sikri, en la India, fue construida por el emperador Akbar, en 1571, para celebrar sus victorias militares y asentar la nueva capital de su reino. Se edificó una muralla de nueve puertas que debía proteger la magnificencia de un palacio quíntuple. Se dispuso un edificio de audiencias, un patio para juegos, un estanque rodeado de pasarelas y balaustradas, un conjunto de recintos con cúpulas bulbiformes, así como un teatro de paredes ornamentadas con luchas de elefantes y motivos bucólicos. Diez años duró su esplendor, pues fue abandonada en ese plazo por la falta de abastecimiento de agua. Hoy “La Ciudad de la Victoria” ha sido reducida a ser en un sitio turístico sólo visitado por los curiosos.
El metal se pudre, sin clemencia, ametrallado por la lluvia
Otro caso es Prípiat, ciudad de Ucrania abandonada por la catástrofe nuclear de Chernóbil. Contemplarla permite acceder a la poesía del mundo post-humano: campea el triunfo de la naturaleza primitiva sobre esa segunda naturaleza, artificial, de la urbe proyectada por el homo sapiens. Sus edificios hoy son abrazados por helechos incandescentes; sus colinas se afilan, mientras los muros sucumben; el metal se pudre, sin clemencia, ametrallado por la lluvia. Prípiat hoy continúa inhábitable. De hecho, Svetlana Alexiévich, autora de “Voces de Chernóbil”, escribe, horrorizada, que los radionúclidos diseminados por la tierra a causa de la explosión “vivirán” cerca de doscientos mil años. ¿No es ínfima la línea de la vida humana ante la catástrofe de tiempo que podemos palpar en Prípiat?
Ciudades humanas, demasiado humanas
Desde hace más de mil años, Marco Vitruvio estableció en su obra De architectura -Libro III, Capítulo I- la importancia de la proporción y la geometría en el arreglo de una edificación:
“Es imposible que un templo posea una correcta disposición si carece de simetría y de proporción, como sucede con los miembros o partes del cuerpo de un hombre bien formado. […] Si la naturaleza nos ha creado de modo que nuestros miembros guarden una exacta proporción respecto a todo el cuerpo, los antiguos fijaron también esta relación en la realización completa de sus obras, donde cada una de sus partes guarda una exacta y puntual proporción respecto a la forma total. Así, dejaron constancia de la proporción de las medidas en todos sus edificios, pero sobre todo, las tuvieron en cuenta en la construcción de los templos de los dioses”.
La obsesión geométrica ha dado forma a diseños insospechados.
Da Vinci, uno de los más entusiastas lectores de Vitruvio, tradujo sus indicaciones sobre la fisonomía humana, corriéndolas -para el arquitecto romano, el centro del cuerpo está en el ombligo, no en el sexo- y dibujó lo que conocemos como el “Hombre de Vitruvio” bajo el principio de la perfección geométrica. De esta manera, postula una relación de armonía entre las formas del universo, las del cuerpo humano y las de una ciudad.
Esta obsesión geométrica ha dado forma a diseños insospechados. Pensemos en la solución ortogonal, perfeccionada en Manhattan o en el ensanche de Barcelona; también está la ciudad estrellada, Palmanova, ideada como un fuerte veneciano contra los turcos. Sus nueve puntas permiten una estrategia defensiva escrupulosa y matemática. Por su parte, Nahalal, elíptica y radial, semeja un sol egipcio incrustado en el campo.
Es imposible construir una ciudad que sea buena para todos. Somos demasiado distintos. Pero hay quienes, renunciando a construir una ciudad ideal, buscaron diseñar una sociedad ideal. Su utopía (etimológicamente, sin lugar) exige, paradógicamente, un sitio en el cuál establecerse. Las comunidades utópicas han sido ciudades dentro de ciudades que hacen espacio a formas de vida distintas. Está el Falansterio de Fourier o New Harmony de Robert Owen; la Icaria de Ettiene Cabet, Brook Farm de Ripley o Modern Times de Josiah Warren. Podemos decir que todas ellas, de la primera a la última, han sido experimentos grandiosos. A la altura de sus fracasos.
Disuelta la geometría, revocada la proporción aúrea, frustrado el anhelo de ciudades y comunidades perfectas, nos conformamos con evitar en lo posible que las realmente existintes devengan monstruos. Muchas veces también en eso fallamos.
La región más transparente
Tan dudosa como espléndida es la cita,“Viajero: has llegado a la región más transparente del aire” con que Alfonso Reyes presenta una de sus obras insignes, “Visión de Anáhuac”. Muchos aseguran que fue dictada por Homboldt; otros, que el mérito debe atribuirse a un cronista de las indias; algunos más la vinculan a Esquilo; incluso están los que le otorgan el merecimiento al mismo Reyes, que extrañamente, entrecomilló sin referir al autor. En cualquier caso, la transparencia se ha tornado en su opuesto: una turbia nata de smog se apodera del paisaje, otrora espléndido. Carlos Fuentes denuncia e ironiza, con el título de su libro, “La región más transparente”, la metamorfósis de ese primer paraíso que eventualmente fue engullido por una voráz urbanización.
La transparencia se ha tornado en su opuesto: una turbia nata de smog se apodera del paisaje, otrora espléndido
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Más allá de la capital del país, la violencia, la inseguridad y la desigualdad han sido una constante en las ciudades mexicanas, por lo que no figuran en puestos destacados cuando se evalúa el bienenestar que ofrecen. De hecho, un dato duro es que son las peor evaluadas de norteamérica y no superan ni en el índice de desarrollo humano ni en sustentabilidad a sus similares de Brasil, Uruguay, Argentina y Chile.
LOS DATOS
Los datos no explican por qué seguimos amando y poblando masivamente ciudades que se han vuelto invivibles. ¿No es absurdo permanecer en sitios así?
MP: Nos quedamos en ciudades invivibles porque cada una abriga siempre su propia promesa; seguirán siendo habitadas mientras la mantengan intacta. Nos embriagamos en ese vago ideal, día tras día. Asumimos que nuestros deseos, en toda su particularidad, se realizarán al final, inesperadamente, con sus calles de trasfondo. Por eso son hermosas: ofrecen un cruce de tiempos, historias, caprichos, ideas, ambiciones. Nos matan, pero no podríamos vivir sin volver a ellas.
“No encontrarás nuevas tierras, no encontrarás otros mares.
La ciudad te seguirá. Vagarás por las mismas calles.
Y envejecerás en los mismos barrios;
y te volverás gris en las mismas casas.
Siempre llegarás a esta ciudad. No esperes otra”.
– Cavafis, “La Ciudad”.
CRÉDITOS
Narrativa: César Alan Ruiz Galicia Datos: César Suárez Diseño web: Francisco Trejo Ilustración original: Jonathan Gil