Nochixtlán nos devuelve la memoria histórica de nuestras masacres

Artículo de Opinión en Por La Libre, nuestro vertical para columnas en Tercera Vía

Nuevamente el derrame de la muerte entre nuestros hermanos nos ha devuelto la memoria histórica de nuestras masacres. Arribamos a los tiempos más desencarnados, más cínicos, mas desbordados en la injusticia. La educación desata una inesperada pero fructífera resistencia en contra del régimen político mexicano, que sólo sabe “dialogar” a través de la represión. La CNTE resucita entre los pantanos de la inmovilidad sociopolítica; maestros rurales y de la ciudad recobran la única esperanza mantenida: la lucha.

Es en tres Estados de la República desde donde una invocación de las resistencias magisteriales permea a todo México: Oaxaca, Michoacán y Chiapas, estados donde lo comunitario y el apego a nuestros orígenes permite una mayor sensibilización de su población.

Hacia el sur, Oaxaca es un gran semillero de rebeldía y una milenaria tradición cultural; en Chiapas sigue el reverdecer del zapatismo, una de las grandes formas de autonomía, trabajo y dignidad; en Michoacán es donde se forjaron las policías comunitarias, desde el útero social. Tal vez faltaría Guerrero, en tanto a su proliferación de los proyectos educativos implementados en las escuelas rurales. No por nada el ataque a la Normal Isidro Burgos: Ayotzinapa nos sigue doliendo bastante.

Ahí los brotes de lucha dan los mejores momentos organizativos: un valor social donde la rabia ha congregado al pueblo en procesos espontáneos de resistencia, conscientes de una solidaridad más allá de los respaldos “de voz”. Ahora el pueblo se suma, reivindica, asume y con basta razón comienza a entender los embates de una reforma educativa impuesta desde 2013 donde el conocimiento se globaliza al servicio del mercantilismo empresarial.

Nochixtlán nos ha devuelto la memoria de un gran intento por abolir todos los rezagos educativos que viene desde 2012, cuando varias fracciones, frentes y asambleas en contra de la reforma educativa nacían con la necesidad de la unificación y de echar abajo la reforma. Por ello fue necesario plantear un proyecto alternativo, donde se privilegiara el pleno desarrollo a través del conocimiento. Se citaba a Jean Piaget y Paulo fraile; se tomaba como ejemplo la gran labor de las escuelas rurales en el país; salían a borbotones los discursos sobre cómo debería ejercerse los planes de estudio en México de manera más humana, para repensar el aprendizaje, retomar las aulas y forjar el barco que lleva al puerto de las mentes libres. Todo parecía maravilloso. Era sorprendente el arsenal de ideas, propuestas y esperanzas.

Pero el estreno de la función tuvo tres actos; el entusiasmo revolucionario, el clímax de la batalla y el desenlace fatal. Se echaron a andar las acciones sociales, políticas y jurídicas. Mítines, asambleísmo (este siempre ha permanecido en esa duda de su ineficacia al momento de congregar toda la pluralidad, un ejercicio democrático que mucho daño ha desatado por los siglos de los siglos) planes de acción y difusión. Así es como comenzamos a re-existir, entre los charcos de nuestros errores y las sombras políticas de nuestra rapiña al ejercer presión; no mucha, no poca: lo justo para ir teniendo tiempo de maniobra. Los amparos dejaron de ser sinónimo de justicia, los foros con analistas como Hugo Aboites y Luis Navarro cesaron, la euforia dejo de ser. Quienes vieron la posibilidad de revocar la reforma se toparon con el burocratismo del movimiento magisterial. Todo se volvió un sueño sin cumplir, como pasó con la reforma energética, política y demás. Nos la volvieron a aplicar.

Podremos estar o no de acuerdo con la CNTE -que en algunas ocasiones también nos ha demostrado ser una copia en diversos aspectos del SNTE- pero habría que estar con los maestros, quienes en su resistir aparecen como un referente que nos envuelve a todos en un mismo grito. Nochixtlán retrae a la memoria a Tlatelolco, Ayotzinapa, Atenco, Acteal y los feminicidios en el Estado de México. Hoy tenemos otra coyuntura, no sólo en el ámbito político, pues la violencia ha sumergido a lo social. Ahí donde duele aparecen ellos, todo los maestros, bajo la consigna de ¡No a la reforma educativa! y nos vuelven a unir. La sangre, los muertos, las balas, nos vuelve a hacer palpitar.

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Desde el sábado las redes se han llenado de indignación e incontenibles muestras de apoyo , ese que no se ve en las calles pero se siente en el espíritu de la lucha. Todos piden un cese, un alto, un total repudio a la matanza que se ha llevado a cabo en Oaxaca. El escenario era de película: fumarolas, helicópteros rondando los aires, fuego y un pueblo cansado ya de la degradación. Un choque histórico con las fuerzas federales donde desafortunadamente siempre hemos de salir más muertos nosotros. La trama ya la aprendimos y hemos visto el arsenal del poder político: ejército, paramilitares, infiltrados, armamento y más. Sabemos sus métodos, sus formas, su despliegues. Conocemos las manos de quienes nos asesinan.

Se podrá hacer una lectura amplia de lo sucedido, análisis y debates. Eso siempre se ha hecho. Si miramos la estructura del movimiento social/magisterial partimos de un espejo de participación similar a los partidos políticos, una base piramidal donde se privilegian los intereses, el trabajo en bloque y la desmedida fascinación de no dejar de amamantarse de las instituciones gubernamentales. Habrá que mostrar músculo, tener el colmillo, ir avanzando, retrocediendo y negociando para mantener el status de nuestra lucha. La CNTE ha cometido pecados en sus maneras de fomentar la rebeldía de todos en beneficio particular de sus líderes, por lo que habrá que preguntarnos: ¿Qué negociamos? ¿Cuándo y de qué forma? ¿Cómo lograr la unidad?

Nuevamente se abre una coyuntura y la espontaneidad nos demuestra su fortaleza. Habrá mucho que repensar, imaginar y poner en práctica. Ya lo decía Roberto Villareal, profesor de la UPN e Investigador de los movimientos sociales: “No deberíamos esperar a la muerte para salir a las calles…”.

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