Los talleres literarios: telenovelas y lucha libre
No hay manera de enseñar a escribir, eso todo mundo lo sabe –incluso los que no saben que lo saben—, pero los talleres literarios cumplen otra función.
En un país donde la crítica literaria es una extensión de la lucha libre (Black Yépez vs. Cookie Monster Michael, por ejemplo), los talleres literarios sirven básicamente para que dejes de escribir. Me atrevo a realizar un símil mucho más siniestro: si la crítica literaria es la extensión de la lucha libre, los talleres literarios son lo más parecido a la lucha extrema. Pensarán que exagero, pero he visto cosas terribles en mi tránsito por diferentes talleres.
Juan Villoro en su pequeña crónica-ensayo “Las enseñanzas de Augusto Monterroso”, en donde relata su experiencia en el taller literario del autor de la minificción más famosa de la literatura, expone una idea que se puede relacionar con lo que he planteado: “Mi idea de la literatura tenía que ver más con la lucha libre: técnicos contra rudos. En esta esquina, los escritores que convertían sus libros en aventuras; en la otra los que convertían sus aventuras en libros. El recursos Joyce vs. el recurso Hemingway”. Villoro asegura que después de la primera enseñanza del maestro, se dio cuenta que la lucha entre científicos y marrulleros perdía sentido al momento de enfrentarse a la página en blanco. Hay que precisar, la literatura no se puede reducir a esta dicotomía sensacional, pero los talleres literarios sí.
Por supuesto, no todo es una lucha cruenta por desangrar al rival, hay talleres que tienen la obligación de hacerte pensar que puedes –y que debes— escribir; y lo peor: hay algunos donde te hacen creer que escribes bien. En éstos, quien imparte el taller está más interesado en su cuenta bancaria que en la literatura.
Hay buenos talleres y malos talleres, muchas veces resulta muy difícil diferenciar uno de otro, porque la diversidad de talleres es algo así como las tribus urbanas, debe de existir una identificación con los compañeros, con la ideología y con la forma de vestir. Pero no se pueden diferenciar a menos que uno se proponga dejar la vanidad a un lado. La vanidad es el más grande obstáculo cuando uno asiste a un taller. Tanto la propia como la ajena, la vanidad es el enemigo, el Perro (Vargas Llosa dixit), el Diablo.
Por ejemplo, en los talleres literarios se dice que estás poseído cuando crees que todo lo que te critican tus compañeros es “porque no entendieron bien tu poema”. En ese momento necesitas un exorcismo, tanto a ti como a tu “poema” los ha chupado el Maligno. He visto a muchos compañeros poner los ojos en blanco y asegurar que todas nuestras críticas están erradas. ¡Vade retro Satana!
El poeta Jaime Augusto Shelley, impartía un taller sanguinario pero bastante efectivo. Era un excelente maestro, amado por una exangüe minoría y repudiado por el resto. Algunos piensan que un mal escritor no puede ser un buen tallerista y que un buen escritor es siempre garantía de efectividad, no hay suposición más equivocada. He asistido a talleres de escritores renombrados –no diré apellidos para no crear más polémicas de las que ya abundan— donde el texto se critica por su mucho o poco parecido con la estética del escritor.
Augusto Shelley tenía un método casi militar, antes de comenzar con la crítica tenías que realizar una sesión de diez lagartijas o quince o veinte, según la energía con la que llegaras. Esto no supone abuso de poder, al contrario, era una forma de canalizar la furia. Después del ejercicio, tu crítica resultaba más honesta, menos envilecida por los malos humores. En el taller de Shelley vi a muchos compañeros llorar, el maestro no tenía ninguna precaución en hacerte saber que tu texto era algo más que una simple porquería: a veces te lo hacía saber sólo con palabras, otras tirando tu texto a la basura, y en las más burlándose. Ya que hablamos de talleristas enérgicos, dicen que Huberto Batiz en sus buenos tiempos era uno de armas tomar, violento en exceso y crítico agudo, un gañán maestro de gañanes. En los talleres literarios es mejor ser un gañán, maledicente, virulento y cruel. También se puede ser lo contrario, pero no sería tan divertido.
Cada taller literario es una pequeña telenovela, en donde las pasiones están a flor de piel, las intrigas se desencadenan, y las rivalidades también pueden suscitarse por el amor y el desprecio. Cuna de lobos.
En alguna ocasión le dije, sin ninguna intención sanguinaria, a un compañero: “tú texto está muy aburrido mano”. No me imaginé que esa sola frase pudiera desencadenar una masacre. Las lágrimas de mi compañero me confirmaron un presentimiento: la verdadera función de un taller es hacerte fuerte.
PD: Si quieren escuchar reflexiones más profundas sobre los talleres literarios, además de anécdotas y alguna que otra virulencia, no dejen de asistir al ciclo de conversaciones Crítica y Pensamiento de este martes 21 de junio que tendrá como tema: Pasado y presente de los talleres literarios, toda la información en la siguiente imagen: