Ser o no ser, de eso se trata

Ningún acto, por más heroico, sublime o suicida que sea merece el reconocimiento del amor. “El amor es que le quieran a uno, no por lo que merece, sino por amor, ya que el amor nunca es merecido”, en esta frase casi insignificante Tomás Segovia ha tratado de resumir el sentido de plenitud e impotencia que todo ser humano ha habitado, cuando el deseo cambia el mundo y el amor otorga la más luminosa manifestación de realidad, y reconciliación con lo que nos rodea. La tragedia siempre será posterior al primer instinto amoroso.

Segovia fue uno de los poetas que más se esforzó por pulsar las venas de Eros. En esta búsqueda, a decir del poeta, se adquiere un conocimiento sagrado. “La poesía tal como yo la concibo es justamente esa cosa milagrosa de llegar a la sabiduría. Lo que siempre me ha deslumbrado de la poesía es que cuando yo no era joven y escribía un poema, yo sabía que no era tan sabio como mi poema. Es la poesía la que es sabia. Es lo milagroso.” En las palabras de un poeta encontramos aquello que nos puede salvar o destruir. Hay poetas excepcionales que nos destruyen, como Rilke, y otros que producen una extraña sensación de renacimiento, como Shakespeare.

Tomás Segovia nació en España el 21 de mayo de 1927, pero llegó a México exiliado a consecuencia de la Guerra Civil de su país. Murió a los 84 años, dejándonos como legado una vasta obra que abarcó diversos géneros: ensayo, narrativa, poesía y traducción. A Segovia le debemos la más bella de las traducciones de Hamlet al español. Este pequeño artículo merece una cita larga:

Ser o no ser, de eso se trata:

si para nuestro espíritu es más noble sufrir

la pedradas y dardos de la atroz fortuna

o levantarse en armas contra un mar de aflicciones

y oponiéndose a ellas darles fin.

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Morir para dormir; no más; ¿y con dormirnos

decir que damos fin a la congoja

y a los mil choques naturales

de que la carne es heredera?

Es la consumación

que habría que anhelar devotamente.

Morir para dormir. Dormir, soñar acaso;

sí, ahí está el tropiezo: que en ese sueño de la muerte

qué sueños puedan visitarnos

cuando ya hayamos desechado

el tráfago mortal,

tiene que darnos que pensar.


Ésta es la reflexión que hace

que la calamidad tenga tan larga vida:

pues, ¿quién soportaría los azotes

y escarnios de los tiempos, el daño del tirano,


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el desprecio del fatuo, las angustias

del amor despechado, las largas de la Ley,

la insolencia de aquel que posee el poder

y las pullas que el mérito paciente

recibe del indigno, cuando él mismo podría

dirimir ese pleito con un simple punzón?

¿Quién querría cargar con fardos,

rezongar y sudar en una vida fatigosa,

si no es porque algo teme tras la muerte?

Esa región no descubierta

de cuyos límites ningún viajero

retorna nunca, desconcierta

nuestro albedrío, y nos inclina

a soportar los males que tenemos

antes que abalanzarnos a otros que no sabemos.

De esta manera la conciencia

hace de todos nosotros cobardes,

y así el matiz nativo de la resolución

se opaca con el pálido reflejo del pensar,

y empresas de gran miga y mucho momento

por tal motivo tuercen sus caudales

y dejan de llamarse acciones.

Después de leer la traducción de Segovia, todas las ediciones de Porrúa merecen ser destruidas.

Juan Villoro, quien se reconoce como un admirador de Tomás Segovia, ha reflexionado puntualmente en los aspectos formales y técnicos que producen el efecto estético de esta traducción en su ensayo “El rey duerme”, publicado en el libro De eso se trata. No es exagerado decir que esta versión de Hamlet obtiene resultados difíciles de sobrepasar, “pues pone en juego los más ricos recursos del español para mostrar lo que Shakespeare podría haber escrito en nuestro idioma”. Entre los recursos que utiliza el traductor está la métrica que respira suavemente con el lenguaje, adquiriendo una ligereza musical afín a nuestro oído, no sin encontrar una suerte de asimilación del inglés shakespereano. “El resultado es la ilusión de un idioma”, advierte Villoro.

Ninguna otra traducción al español ha hecho fluir con tanta naturalidad la frase más famosa de literatura: “Ser o no ser, de eso se trata”.

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