Apuntes para la memoria de los días escarlata

La memoria es un ejercicio fructífero por tres grandes razones: en primer lugar, puedes traer al presente quienes hemos sido; en segunda consideración, ameniza nuestra nostalgia, ya que pasear por el recuerdo nos permite vivir dos veces. Finalmente, es útil para algo más profundo y significativo, que por más que me esfuerzo, no logro rememorar.

Por cada recuerdo hay mil olvidos.

A pesar de mi omisión, atesoro una alegoría sobre el surgimiento de la memoria. El poeta griego Simónides de Ceos habría asistido a un festín en un palacio, donde concurrirían entrañables amigos. Tras hacer una alabanza a los dioses Castor y Polux, es avisado de que dos hermanos misteriosos le buscan en la entrada del lugar. Cuando acude al llamado, los supuestos visitantes se han ido. A su regreso descubre que en su ausencia el techo se ha derrumbado, matando a todos los presentes y dejándo irreconocibles sus cuerpos. Consciente de que los dioses le salvaron como retribución a su elogio, Simónides debió recordar en donde se sentaba cada uno de los comensales, logrando que cada cuerpo se entregara con atino para realizar sus honras fúnebres. La memoria apareció así como un método para identificar cadáveres y devolverles su identidad.

Esta interpretación del sentido de la memoria se vuelve brutalmente actual en un México que es un cementerio sin lápidas. Se vuelve necesario un ejercicio colosal de la memoria para unir cuerpos con historias e historias con cuerpos.

Los medios de comunicación hablan de “daños colaterales” y “casos aislados”. Sus palabras nunca son ingenuas: son el discurso del poder. Entonces, ¿cómo llamar desde la perspectiva de las víctimas a la mezcla de inmenso dolor y pasmo que asalta en medio de esta guerra bastarda? Parece que el fracaso político es tan terrible que hemos llegado incluso a la bancarrota de los adjetivos. Decimos que nuestra realidad es inhumana, atroz, desoladora, pero no alcanza, mucha frustración se cuela hasta en las palabras. La truculencia que habita las imágenes de esta violencia también pulveriza los lenguajes convencionales y hablar de estos días es moverse en los registros de la desmesura. Apremia visibilizar otras palabras y memorias para volver a nombrar.

Estos ingredientes pueden apoyar el paso exitoso del conflicto generalizado a una situación de paz con justicia y dignidad. El MPJD ha sido por supuesto un movimiento, pero sobre todo una tesis de filosofía política: las víctimas deben asaltar democracias anómalas para que se sancionen los crímenes cometidos durante un aletargado periodo de impunidad. Su lógica es la denuncia y la indignación, poner límites a lo intolerable y reparar también a través de la justa memoria.

Otros países han enfrentado procesos semejantes y ocurre que posterior a esa innegable reivindicación ética, emerge la dialéctica de la justicia transicional. Eso implica reconocer la tensión que se crea entre, por un lado, castigar culpables, reparación para las víctimas, hacer reformas judiciales y depuraciones institucionales, y por el otro, crear mecanismos de negociación atractivos para que grupos armados acepten desmovilizarse.

La justicia transicional suele combinar la memoria y el olvido, la ley implacable y la amnistía, la confesión pública y el secreto sellado. Si resulta chocante ante la actualidad del dolor de las víctimas, ofrece un panorama de solución de conflictos realista que eventualmente puede ser el arte de empezar de nuevo y la posibilidad de reconciliación. Tras enfrentar heridas colectivas, se perfila como opción de una vuelta al principio.

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Para ese renacimiento se emplea una mezcla de conmemoraciones con amnesias  Pero ¿cómo se elige lo que ha de ser recordado y olvidado? La memoria —textura que se torna discontinua— es usada para erigir una nueva historia, con sus propios mitos fundadores, que después se transmitirá  intergeneracionalmente como un legado de relatos disponibles e imágenes compartidas, que resultaron de una descarnada lucha en todos los terrenos, incluido el de las narrativas. Será que la verdad nunca se impone “por su propio peso” al paso del tiempo, sino que es el resultado de los esfuerzos de sus promotores, cuya visión de la memoria un día deviene historia.

Basta recordar como Abuelas de Plaza de Mayo y otros grupos lograron revertir una derrota histórica para posicionar como certeza colectiva la verdad de las desapariciones y la necesidad de justicia. Lo ilustra con pulcritud un episodio del Juicio a las Juntas en Argentina, cuando el Comandante Emilio Massera, miembro de la dictadura militar e inculpado por crímenes de lesa humanidad, declaró: “aquí estamos protagonizando todos algo que es casi una travesura histórica: los vencedores son acusados por los vencidos”. Para él, su error fue haber perdido la guerra psicológica a pesar de ganar la guerra de las armas. No estaba equivocado.

En el caso de México, esa disputa por la construcción de la memoria es impostergable, pues Ayotzinapa ha sido el trágico ejemplo de los elevados costos humanos de dos grandes olvidos: el primero, que en nuestro país se cometen crímenes sitemáticos contra la población desde instituciones del Estado, algunos perpetrados hace décadas, pero que no dejan de ser actuales, porque al ser violaciones graves a derechos humanos se consideran continuadas en la medida en que no se alcanza la justicia.

El segundo gran olvido es que en situaciones de excepción como la que vivimos, la indiferencia es una manera de colaboración con el crimen, pues las masacres toleradas han sido el limo de futuras matanzas. Primo Levi concluyó por eso en su autobiográfica novela “Cristo se paró en Évoli” que si bien los monstruos existen, son demasiado poco numerosos para ser verdaderamente peligrosos. Quienes son verdaderamente peligrosos son los hombres (y mujeres) comunes que toleran lo intolerable.

Por ahora, el sueño de arañar un instante más allá de nuestros días color escarlata nos desvela. Algun@s tratamos de revertir la situación, a sabiendas de que un cuento, un artículo, una novela, un poema, una pintura o una canción no acaban con esta guerra y en ocasiones ni siquiera consuelan a sus autores: glosar el horror protege tanto como un paraguas sirve para enfrentar un huracán. Sin embargo, el testimonio que estamos construyendo explicará porqué algunas de las personas que nunca quisieron la guerra terminaron narrándola.

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