Manuel González Serrano, el pintor maldito en su centenario
Manuel González Serrano (1917-1960) es considerado un hechicero de la pintura. Basta con observar cualquiera de sus obras para sentir el aura mística que ejercen sus trazos. Bajo la influencia del surrealismo y de la pintura metafísica, sus cuadros proyectan una enigmática tensión entre la locura, el dolor y la melancolía.
Este pintor maldito ha llegado a su centenario sin el revuelo mediático de las grandes exposiciones u homenajes. Tal vez sea lo mejor para un artista que vivió marginalmente, muchas veces encerrado en manicomios. Y murió en plena calle de la Candelaria de los patos, en la Ciudad de México. Consumido por sus propios demonios, en una extrema degradación física debido al abuso del alcohol y la mariguana, con la salud mental corroída, el artista falleció en el absoluto anonimato.
A medida que ha pasado el tiempo, su figura se ha ido revelando. Cada vez es más común que sus obras formen parte de las más diversas muestra y exhibiciones. Por consiguiente, el pintor nacido en Lagos de Moreno, Jalisco, ha ganado más espacio en la memoria histórica, en el mercado del arte y en el gusto en general del público, quien ha encontrado en sus pinturas una conexión intensa y emotiva.
Su legado se basa en una colección de alrededor de 150 pinturas y unos 500 dibujos, los cuales han sido descritos por la destacada crítica de arte Raquel Tibol como “de poderoso contenido emocional, resultado de una combinación muy propia de fantasía, sensualismo, y exuberancia“.
Al respecto, Tibol ha escrito lo siguiente: “Pese a la opulencia formal, a las muy originales simbolizaciones, a la gracilidad de las entrelazadas y sexualizadas formas curvas, su obra siempre proyecta seriedad, melancolía, sentimientos profundos y complejos, y hasta un gran dolor por la miserable debilidad de la condición humana”.
Ubicado dentro de la Escuela Mexicana de Pintura, entre sus pinturas más sobresalientes se encuentra La muerte, (ca.1940), Aprendices de torero (1948), Desde el balcón, (ca. 1948-50) y Autorretrato a tres tiempos (Llanto liberado), (ca. 1947).
Luis Rius Caso, experto en arte contemporáneo ha expresado, de manera categórica, algunos rasgos esenciales de la obra de este pintor autodestructivo:
“Sus perturbaciones se vuelven un elemento protagonista de su obra, al igual que ciertas afecciones de tipo personal, no necesariamente patológicas. Todas las representaciones que él tiene son de terrenos yermos, secos; hasta el agua cuando la pinta es reseca. Algo muy especial en su obra es el ‘agua muerta’.”