¿Por qué los Festivales Cuestan Tanto? El Costo Exagerado e Imposible de los Festivales Desglosado

¿Cuánto cuesta divertirse? ¿Cien, mil pesos? En realidad, no cuesta nada; pero si tu plan de diversión es ir al festival Corona Capital, el precio oscila entre 5 mil y 11 mil pesos, lo que representa más del salario mínimo mensual en México.

Recordemos Woodstock, 1969: la entrada costó 18 dólares y al menos 100 mil personas se colaron. No había bebidas caras ni policías que revisaran la ropa; más bien, había mucha droga y mucha gente compartida. El festival duró tres días y se presentaron al menos 32 artistas, entre ellos Janis Joplin, The Who, Joan Sebastian, Santana, Mick Jagger y Jimi Hendrix, quien comenzó su acto a las nueve de la mañana del lunes, tocando el himno nacional en guitarra eléctrica.

Woodstock se realizó en una granja en el condado de Sullivan, Estado de Nueva York. Cabe recalcar que los organizadores, Michael Lang, Artie Kornfield y los inversionistas Joel Rosenman y John P. Roberts, invirtieron 3 millones de dólares y solo recuperaron 1.8 millones de su inversión. Es decir, perdieron más de un millón, que recuperaron diez años después con el documental “Woodstock” y la venta de mercancía.

Fue un desastre desde el principio. El día del evento no estaban terminadas las vallas que cercaban el festival ni el escenario, por lo que decidieron terminar de construir el escenario y, como resultado, todo el mundo se coló. 

Para el tercer día, el gobernador de Nueva York amenazaba con mandar al ejército; al final, solo envió equipos médicos que ayudaron a quienes lo necesitaban. La comida se acabó ese último día y la población de Betel y Walkill, los pueblos cercanos, vaciaron sus despensas y las ofrecieron a los que atendieron el festival. Al menos tres personas murieron y se dice que hubo nacimientos no documentados.

¿En qué se parece Woodstock a los festivales actuales? Ahora los festivales son puntos de encuentro para personas o muy ricas o muy endeudadas. Hay al menos tres filtros de seguridad (además del primero y más importante: el precio), así como una noria, fuegos artificiales y decenas de actividades. Más estímulos visuales, más colores, más ruido, más entretenimiento. Toda una experiencia por la que aparentemente vale la pena pagar más de la mitad del salario mínimo mensual en México.. 

Los precios

Los músicos son las personas más queridas del planeta. Son tan apreciados que hemos gastado una cantidad inimaginable de dinero en ir a verlos. En 2010, los boletos de la primera edición del festival Corona costaron entre 400 y 500 pesos. Algunos artistas que participaron fueron Interpol, Pixies y The Temper Trap. En la edición de 2023, los boletos costaron en la primera fase 5 mil 200 pesos y en la última fase 8 mil 300, es decir, más que el salario mínimo de un mes (7 mil pesos).

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Otros festivales a escala mundial han incrementado exponencialmente su precio. El festival Glastonbury en Inglaterra costó en su primera edición, en 1979, cinco euros; para 2019, el precio era de 249 euros. Si los precios subieran conforme a la inflación, costarían cinco veces más que en la década de los ochenta, pero en realidad, cuestan 50 veces más, según The Economist.

Los artistas

En la edición de 2023 del Corona Capital en Ciudad de México se presentaron Arcade Fire, Blur, The Black Keys, The Chemical Brothers, Alanis Morissette, 30 Seconds to Mars y Fleet Foxes, entre otros. Lo que tienen en común estas bandas es que han criticado al “sistema” de alguna u otra forma. El video musical “Money + Love” de Arcade Fire hace una parodia del capitalismo: la historia empieza cuando los miembros de la banda venden sus almas a la corporación Everything Now al entrar en bancarrota y se ven obligados a promocionar cereales.

Damon Albarn, vocalista de Gorillaz y Blur, se ha posicionado en decenas de entrevistas en contra del nacionalismo, de la Guerra de Irak y del Brexit. Su álbum solista Everyday Robots es una crítica a la tecnología que nos aísla. The Black Keys han rechazado campañas comerciales por su renuencia a venderse a la industria. A principios de los 2000 se negaron a que una de sus canciones se usara en un anuncio de una marca de mayonesa; después cedieron, no tenían dinero.

The Chemical Brothers, en su álbum No Geography, hacen una crítica similar a la vida moderna. En la canción “Eve of Destruction” cantan: “Sacrifice is justified / Human minds are simplified”. Todo el álbum está repleto de mensajes políticos que culminan en la canción “Free Yourself”: “Dance, liberate yourself, liberate me, dance”.

¿Por qué si todos estos artistas se posicionan en contra del capitalismo venden las presentaciones tan caras? Porque la industria de la música está irreversiblemente afectada por las plataformas de streaming. Antes, la mayor fuente de ingresos de los artistas provenía de la venta de discos y mercancía; ahora, los tours son su principal fuente de ingresos.

En el año 2000 se vendieron 730 millones de álbumes; esta cifra decreció rápidamente. Para el 2015 se compraron 125 millones de álbumes. Es decir, las ventas disminuyeron un 83% en cuestión de 15 años, según Vice.

Es así como los artistas han hecho de las presentaciones su fuente de ingresos, cosa que lució en la pandemia, cuando muchos músicos sufrieron pérdidas de ganancias con la cancelación de eventos. Para poner un ejemplo,  en Woodstock, en 1969, Jimi Hendrix cobró lo que hoy serían 125 mil dólares, mientras que en Coachella, en 2019, Ariana Grande cobró 8 millones de dólares. 

Ahora, el problema con las plataformas de streaming, es que muy pocos artistas logran recibir ganancias suficientes o justas de las escuchas. Spotify paga estimadamente entre $0.003 y $0.005 por escucha. Esto equivale a 4 mil dólares por cada millón de streams, de los cuales se resta la comisión de la disquera. 

Por ello, para que un artista obtenga ganancias millonarias del streaming, tendría que ser Taylor Swift (aproximadamente gana $328 millones), Drake ($304 millones) o Bad Bunny ($288 millones).

En realidad, el modelo en el que se basan las principales plataformas consiste en que, si un artista, por ejemplo Taylor Swift, acumula el 5% de los streams de Spotify, recibe el 5% de las ganancias que hace la plataforma mediante suscripciones y anuncios. Esto quiere decir que los artistas emergentes y poco populares reciben muy pocas ganancias, aunque tengan una base de fans.

Según el comunicado de Spotify “Loud and Clear”, el 97% de los artistas en la plataforma ganan menos de 1,000 dólares. Sin embargo, cabe recalcar que, según este mismo informe, de los 6 millones de artistas en la plataforma, solo 473 mil han publicado más de 10 canciones y tienen una base de fans de mil escuchas por mes.


Artistas del Reino Unido como Paul McCartney, Kate Bush y Sting firmaron una carta dirigida al Primer Ministro de ese entonces, Boris Johnson, en 2021, para regular las plataformas de streaming. En Estados Unidos, la Union of Musicians and Allied Workers denunció los pocos ingresos que reciben de las plataformas, lo cual ha sumido en la ansiedad financiera a muchos artistas emergentes.

Claro que las disqueras también tienen un papel importante en el encarecimiento de la música. Las ganancias de un artista que acaba de firmar con una disquera rondan entre el 15% y el 32% del total. El lado positivo de Spotify reside en que un músico puede acumular ganancias si tiene un golpe de suerte y es muy escuchado.

Es importante recalcar que, a pesar de que los tours son la mayor fuente de ingresos de los artistas, no es necesariamente su culpa que los precios hayan subido tanto. Tiene que ver más con las boleteras y las compañías que organizan estos eventos, como explicaré más adelante.

Los consumidores


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Los festivales apuestan por ofrecer cada vez más experiencias, y los gastos operativos son enormes. Por ejemplo, en el festival Boomtown, menos de 12 mil personas trabajan para que todo funcione correctamente.

Una encuesta de diez años de British Audience reveló que solo el 8% de los consumidores de festivales asisten por los artistas, y el 53% va por la experiencia en general. Esto refleja la transformación de una economía basada en bienes y servicios hacia una economía de la experiencia. Un restaurante, por ejemplo, debe ofrecer más que comida; un festival, más que música, porque la gente busca experiencias.

Volviendo a Damon Albarn, él se llevó una gran decepción en Coachella de este año porque la gente que asistió a su concierto no se sabía la letra de una de las canciones más famosas de Blur: “Girls and Boys”. “No nos van a volver a ver nunca, así que más vale que canten de buena manera una vez. ¿Me entienden?” gritó en plena canción. Considerando que el boleto más barato rondaba los 500 dólares, no me sorprendería que los verdaderos fans de Blur no pudieran asistir.

Las boleteras

Hay decenas de quejas a la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco) por las malas prácticas de Ticketmaster: duplicación de boletos, cancelaciones unilaterales y comisiones altísimas. Esta compañía cobra una comisión de mil 620 pesos por boleto del Corona Capital y mil 295 pesos por el Flow Festival, según Sin Embargo.

El costo de las entradas también está sujeto a un precio dinámico. Cuando mucha gente compra entradas a precios altos, Ticketmaster sube el precio, ya que puede permitírselo por la alta demanda. La Autoridad de Competencia y Mercados (CMA) en el Reino Unido actualmente investiga esta práctica.

Además, Ticketmaster ha fallado en múltiples ocasiones al permitir que cientos de bots compren los boletos en cuestión de segundos y los revendan a precios exagerados. Sin embargo, contactó a la Profeco para cuestionar estas controversias, a lo que respondieron que solo están facultados para comprobar que se respeten los precios máximos establecidos en la Ley Federal de Competencia Económica; y que los precios y tarifas de los espectáculos públicos no son determinados por las autoridades competentes.

En 2022, al menos cientos de fans no pudieron entrar al concierto de Bad Bunny en el Estadio Azteca por duplicación de boletos y cancelaciones de último minuto. La compañía se negó a reembolsar el gasto. La Profeco interpuso una demanda colectiva que ganaron los 500 afectados, quienes recibieron 3.4 millones de pesos.

Lo que sí ha denunciado la Profeco es que el hecho de que los clientes de Citi Banamex tengan ventajas en la compra de boletos es un acto de discriminación. 

Además, Ticketmaster funciona como una especie de monopolio. En 2010 se fusionó con la empresa Live Nation Entertainment, lo cual fue ilegal, ya que las dos compañías terminaron por controlar el 70% de la venta de tickets y organización de eventos en Estados Unidos constituyendo un monopolio. Live Nation es la empresa que se encarga de organizar la gran mayoría de conciertos y festivales. Varios artistas se han quejado de que si no contratan a esta empresa —y, por lo tanto, sus boletos son vendidos en Ticketmaster— no podrán presentarse tan seguido como les gustaría, ya que controlan gran parte de los recintos.

Adicionalmente, los artistas se quejan de que ninguna otra boletera tiene la capacidad de operar la cantidad de entradas que manejan. Live Nation se ha ocupado de comprar las pequeñas boleteras para eliminar la competencia. Al mismo tiempo, los dueños de los recintos y los teatros se han quejado de que si no contratan a la empresa, pierden muchos de los conciertos posibles.

No solo son los fans los que pagan altos precios, sino también los artistas. Al ser la única compañía con esa capacidad de operación, no tienen más opción que contratarlos, aunque en el desglose de costos se encuentren con cargos de doscientos dólares por toallas, o mil dólares por el catering.

Es por ello que en 2024, el Departamento de Justicia de Estados Unidos demandó a Live Nation por prácticas monopólicas y se propone separar a Ticketmaster de esta compañía.

El caso en México es parecido. Ticketmaster lidera la venta de boletos en México; anualmente, venden 20 millones de entradas. Esta empresa opera mediante un acuerdo de coinversión con la Corporación Interamericana de Entretenimiento (Grupo CIE), que se encarga de la organización y operación de conciertos y tiene varias empresas como OCESA.

De esta manera, Grupo CIE y Ticketmaster controlan la mayor parte de la industria del entretenimiento, desde la organización y promoción de conciertos hasta la venta de boletos. Es por ello que la COFECE, la agencia antimonopolio mexicana, inició una investigación contra el Grupo CIE. Encontraron que este grupo tenía convenios de exclusividad con recintos como el Foro Sol, el Palacio de los Deportes, el Autódromo “Hermanos Rodríguez” y el Auditorio Citibanamex (Nuevo León).

En 2018, la resolución consistió en que el Grupo CIE debía eliminar todas las cláusulas de exclusividad con promotores de eventos y operadores de recintos; abstenerse de incluir tales cláusulas durante los siguientes diez años y no contratar recintos con capacidad superior a 15,000 personas en la Ciudad de México durante los próximos cinco años. Sin embargo, en 2019, el 51% de Grupo CIE fue comprado por Live Nation.

El hecho de que muy pocas empresas se encarguen de la totalidad de la cadena de producción en la industria del entretenimiento está aumentando los precios de los conciertos y, de paso, disminuyendo las mejoras tecnológicas que trae el libre mercado y la competencia.

En 2023, el sitio web de Ticketmaster colapsó cuando millones de personas intentaron comprar entradas para el Eras Tour de Taylor Swift. Además, ese mismo año, Ticketmaster reportó un hackeo masivo a su base de datos de clientes de Norteamérica, por lo que muchos clientes fueron víctimas de fraude y robo de identidad.

¿Qué se puede hacer?

La verdad es que ir a un concierto no es una necesidad básica. Sin embargo, lo que podemos hacer es presionar para que el gobierno sancione las prácticas monopólicas de Ticketmaster, ir a conciertos de bandas más pequeñas y si vives en la Ciudad de México, estar atentos a los conciertos gratuitos en el Zócalo. Hasta el momento han traído a Rosalía, Roger Waters, Justin Bieber, Café Tacuba, entre otros.

El amor por la música y el deseo de experimentarla en vivo no deberían estar reservados solo para los que pueden permitírselo. Los festivales actuales se han transformado en eventos elitistas y la alza en los precios me hace preguntarme si hay equidad en la cultura musical. 

 

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