¿Qué implica tener a una mujer presidenta en México?

En su discurso de victoria, Claudia Sheinbaum anunció: “Es tiempo de mujeres”. El porcentaje de mandatarias es del 13% a escala global, nunca habíamos visto tantas mujeres al frente. Y aunque la elección de Claudia Sheinbaum representa un hecho histórico, no hay que dejar de preguntarse en qué se diferencia una presidenta  de un presidente.

En la historia de Latinoamérica ha habido 14 presidentas. La primera presidenta en Latinoamérica fue Violeta Barrios de Chamorro en Nicaragua en 1990. Se caracterizó por liderar la transición hacia la paz y la democracia tras el régimen sandinista de Daniel Ortega. Aunque se le atribuye la pacificación del país, se le critica por privatizar muchas de las empresas públicas.

Otras mandatarias son Michelle Bachelet, que en Chile gobernó en 2006 y en 2014; Cristina Fernández de Kirchner, que fue presidenta en 2007 y reelecta en 2012 en Argentina; Laura Chinchilla, que fue electa en Costa Rica en 2010; la economista y política Dilma Rousseff, que llegó al poder en Brasil en 2010; y Xiomara Castro en Honduras en 2021.

Ser mujer no garantiza una visión libre de machismo, están los claros ejemplos de Margaret Thatcher en el Reino Unido y Giorgia Meloni en Italia. Thatcher siempre se definió como una excepción entre las mujeres. Odiaba el feminismo; en sus palabras, era un veneno. En 1982 dijo: “Me horrorizan los sonidos estridentes que emiten algunas feministas”.

Por su parte, Giorgia Meloni, la primera ministra italiana, declaró en una conferencia que el feminismo parte de la gran mentira de que se discrimina a la mujer, cuando en realidad se discrimina a la madre, porque es un movimiento que busca desaparecer la figura materna.

El arquetipo de mujer-madre es muy común en la esfera política de América Latina. La académica argentina María Alejandra Vitale habla de que el discurso de las presidentas latinoamericanas ahonda en tres ejes principales: presentarse como una madre que protege y asiste a los desfavorecidos, señalarse competente y subrayar su condición de mujer, y por último mostrarse conciliadora con los grupos antagónicos.

Ese fue el caso de Michelle Bachelet en Chile, que en su discurso de toma de posesión en la Casa de la Moneda en 2006 se comprometió a defender a los pobres, los discapacitados, las mujeres etc. Cristina Kirchner también dijo en un discurso que “actuó como la madre de los argentinos”en su tiempo como presidenta.

Sin embargo, creo que poca gente llamaría a Claudia Sheinbaum la madre de los mexicanos; al contrario, muchos la criticaron por una supuesta falta de carisma, y su contrincante Xóchitl Gálvez la llamó “la dama de hielo” en varias ocasiones durante los debates presidenciales.

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Michelle Bachelet y Dilma Rousseff también apelaron a la unidad y la amistad entre todos. En su discurso de victoria, Claudia dijo: “Sabemos que el disenso forma parte de la democracia, y aunque la mayoría del pueblo respaldó nuestro proyecto, nuestro deber es y será siempre velar por cada una y cada uno de los mexicanos sin distingos”.

Cristina Kirchner abonó en el discurso de victimización de las mujeres: “Sé que tal vez me cueste más porque soy mujer, porque siempre se puede ser obrera, profesional o empresaria, pero siempre nos va a costar más”. En cambio, Dilma Rousseff abrazó, al igual que Claudia Sheinbaum, el discurso de ser mujer, proponiendo desde un inicio reducir las brechas de desigualdad entre hombres y mujeres.

Estas tres presidentas se destacaron por enfocar sus políticas en la inclusión, la desigualdad de género y el crecimiento económico de los más pobres. Aunque Cristina Fernández enfrenta varias acusaciones de corrupción y Dilma Rousseff fue destituida de su cargo de presidenta por violaciones fiscales.

Por ello, es importante preguntarse si, fuera del discurso de madre-mujer, las mandatarias tienen un objetivo real de diferenciarse de sus análogos hombres, específicamente en cuanto a políticas de género.

Claudia Sheinbaum dijo que su gobierno será feminista con un enfoque social, y aunque la antigua jefa de gobierno de la Ciudad de México tuvo sus choques con los colectivos, se ha mostrado firme en terminar con la desigualdad. Su prioridad, como lo ha dicho tantas veces, son los pobres. Y al final, el feminismo es un movimiento de izquierda.

La actual presidenta planteó propuestas que buscan reducir la desigualdad, como el Sistema Nacional de Cuidados, que engloba crear Centros Públicos de Cuidados, otorgar licencias de maternidad y paternidad, fomentar la corresponsabilidad en el trabajo doméstico y dar pensiones universales a mujeres cuidadoras de 60 a 64 años.

Además de crear la Secretaría de las Mujeres, implementar fiscalías especializadas en feminicidios en todos los estados, y fortalecer los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres.

El perfil de Claudia no solo destaca por su género, sino por su profesión. La gran mayoría de los presidentes mexicanos estudiaron derecho, administración pública o ciencias políticas, pero ella es científica. En los 100 compromisos que hizo en el Zócalo el pasado primero de octubre, propuso limpiar los ríos, reforestar los bosques, impulsar las energías limpias para que representen el 43% en el 2030, así como garantizar el derecho al agua.

Sin embargo, su perfil de mujer científica, académica, hija del 68, choca con algunas de las propuestas que su antecesor le enjaretó, como el traspaso de la Guardia Nacional a la SEDENA o la Reforma judicial.

La feminista Martha Lamas, en una entrevista en Milenio, dijo que no hay que caer en el simplismo de pensar que si Claudia se equivoca es porque es mujer. Al igual que todos y todas las presidentas, cometerá errores y no podrá abarcar todos los desafíos que se viven en el país. Al mismo tiempo, conoce las problemáticas que viven las mujeres y puede sentar un precedente en su gobierno si pone esas experiencias en el centro, por primera vez en la historia. Entonces sí sería tiempo de mujeres.

 


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