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Rossana Reguillo y la necromáquina

Fotografía: Roberto Antillón

Vimos pasar, con ojos atónitos, la noticia de cinco cabezas arrojadas al centro nocturno “Sol y Sombra” de Uruapan; luego supimos de la masacre de San Fernando, del incendio del Casino Royale, de la Matanza de Tlatlaya, de la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, de la matanza de Tanhuato, del multihomicidio de la Narvarte…y tanto más. La violencia se ha convertido en una constante: solo en el 2021 se reportaron 62 masacres en 16 diferentes estados, hechos en donde fueron asesinadas un total de 436 personas, en acuerdo con un conteo realizado por el diario Reforma

¿Puede encontrarse un hilo para unir estos eventos, más allá de colocarlos en una línea del tiempo o de hacer cifras inertes con vidas humanas? ¿Existe algún anclaje para interpretar estos acontecimientos desgarradores? ¿Cómo podemos enfrentar el abismo humano que estos hechos proponen? 

En su nuevo libro, Necromáquina: cuando morir no es suficiente, Rossana Reguillo realiza un descomunal trabajo físico e intelectual para dar cuenta de este horror, para nombrarlo y mostrar los mecanismos y dispositivos con que opera, con sus pliegues, quicios y bisagras. Su trabajo es hacer comprensibles las violencias que nos desbordan, las que desafían nuestras palabras y los sentidos con que dialogamos la realidad. Este trabajo es, como ella misma propone, una respuesta ante el colapso de nuestros sistemas interpretativos. 

El libro retoma elementos del ensayo, la crónica, la etnografía y la investigación periodística, mismos que son ensamblados a través de una estrategia metodológica del fragmento, con que Reguillo realiza aproximaciones sucesivas a diferentes dimensiones de las violencias, con el objetivo de hacerlas comprensibles. Así desentraña una “gramática de las violencias” y demuestra que: a) no enfrentamos violencia en singular, sino violencias en plural, porque son muchos sus tipos y sus lenguajes; b) las violencias no son algo exterior y excepcional a lo social, sino que están dentro de lo que llamamos sociedad y son una realidad cotidiana; c) las violencias se convierte en lengua franca cuando colapsan instituciones y sistemas de representación. 

Reguillo denuncia el efecto deshumanizante que tiene el uso del narcoñol en el discurso público
En cuanto a este último punto, Reguillo denuncia el efecto deshumanizante que tiene el uso del narcoñol en el discurso público. Y es que morir en México a manos del crimen organizado supone tres muertes: la muerte en vida que es la tortura, la muerte de ser asesinado y la muerte de ser un cuerpo roto que es registrado en los medios como un ejecutado más, un colgado, encajuelado, encobijado, entambado, deslenguado, decapitado, embolsado o pozoleado…un cúmulo destrozado sin derecho a un nombre, a la propia biografía, a la dignidad humana. 

Reguillo realiza un arduo itinerario conceptual para producir un relato propio del país y de sus derivas, ofreciendo claves de lectura sobre las violencias; esto le permite demostrar que éstas no son irracionales, sino que tienen que ser leídas a través de otras categorías que den cuenta de ellas. La autora articula lo disperso y reúne fragmentos de sentido; luego dispone las piezas, como un rompecabezas en movimiento, y con ellas va dibujando una palabra, un concepto que permite nombrar lo que enfrentamos. 

Así surge la necromáquina.  

El libro de Reguillo toma a México como lugar de enunciación, pero es una propuesta que le concierne al mundo, porque demuestra que uno de los horizontes del capitalismo tardío es la aparición de la necromáquina, entendida como: “un aparato empresarial que no solamente produce muerte, sino –lo más terrible– procesos de socialización, formas de entender el mundo”. 

Ésta es una de las claves de la propuesta de Reguillo, quien demuestra que gran parte de la fuerza del crimen organizado se debe a que no solo ocupa territorios como poder de facto, sino que además instala en ellos una visión del mundo, creando un orden propio, con sus códigos, normas y rituales. Considerando esta proposición, no se puede sostener la perspectiva convencional del “combate al crimen”, misma que supone que el Estado debe avocarse a “recuperar el territorio” mediante la militarización, lo cual deja pendiente la enorme tarea de desnaturalizar las violencias, desafiar imaginarios y reconquistar la fe de enormes franjas sociales en el proyecto del Estado-Nación, hoy resquebrajado. 

Las contramáquinas, nos recuerda Reguillo, son dispositivos frágiles, intermitentes, expresivos y fragmentados que la sociedad despliega para resistir, visibilizar o restar poder a la necro máquina
Considerando lo anterior, el panorama parece desolador; sin embargo, Reguillo nos recuerda que también existen las contramáquinas, que son “dispositivos frágiles, intermitentes, expresivos y fragmentados que la sociedad despliega para resistir, visibilizar o restar poder a la necro máquina”. Como la autora señala, las contramáquinas deberían de ser instituciones como la policía, la clase política o el Ejército; sin embargo, ese papel lo han terminado asumiendo –en distintos momentos– las protestas, las ONG’s, las autodefensas, los esfuerzos periodísticos, los niños soldados, las buscadoras, etcétera. Reguillo recupera ejemplos puntuales de contramáquinas que logran interrumpir, desactivar y resistir a la necromáquina, demostrando así que no todo está perdido. (Siguiendo con esta lógica, el libro mismo de Reguillo es una contramáquina). 

La autora ha hecho un esfuerzo superior para mirar el horror sin perder el habla; página tras página le borda un traje de sentido a lo descarnado para que no nos exceda, de manera que podamos enfrentar el flanco rabioso de este mundo sin sucumbir ante su visión, como le pasó a Sémele al mirar al dios. 

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