La respiración de Victoria
Cuando el ser humano penetró en las profundidades marinas, cuando atravesó la cúpula del cielo que lo confinaba, en el momento mismo en que conquistó lo más hondo y lo más alto, descubrió el tamaño de su poder y también de su insensatez, porque pudo hacer vereda en la luna y a través de la superficie submarina, pero le fue imposible permanecer en ellas; logró ampliar los rastros de su errancia, pero no habitar allí, porque la patria del ser humano es el oxígeno.
El casco del astronauta, la mascara del buzo y el cubrebocas del ciudadano declaran que la respiración es el combustible de la vida. Quien respira se ata otro instante a este baile de incertidumbres que es la existencia. Respirar es afirmar la vida; tan indispensable es, que nadie puede, por propia voluntad, ordenarle a su cuerpo que deje de respirar sin que en el último momento se imponga el deseo desesperado de una bocanada de aire.
Desde hace un año la humanidad esta siendo golpeada por un virus que ataca nuestra respiración. Estoy seguro de que el ser humano más confiado que exista, el más optimista de su propia suerte, habrá tenido que reconocer en este tiempo que todos los futuros que pueda trazar se sostienen en la fragilidad de un hilito de aire. Solíamos pensar que lo grande, lo perdurable, se recarga en bases sólidas; nuestra realidad actual muestra que el verdadero cimiento de cuanto fue, ha sido y será es la precariedad de una respiración entrecortada.
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Cuando veo a través de una pantalla a una mujer que no puede respirar porque le están encajando la rodilla en el cuello, siento que también me falta el aire. Al igual que millones, me convierto en el testigo impotente de un asesinato en tiempo real; de manera salvaje y veloz, al margen del reproductor de video, se acumulan los comentarios vomitivos de personas que se creen normales y hasta de buen corazón, que acarician a su perro y luego textean que “ella no debió de resistirse”, y después le dicen buenas noches al vecino, y por momentos de verdad piensan que resistirse a morir es de mala educación, que Victoria merece que la aprieten más duro porque impugna a la autoridad con su petición de respirar; estos comentaristas con corazón de paja no entienden nada de la respiración, ni saben que el cuerpo no se deja ir así nomás, que siempre lucha, que busca salvarse, esta vez inútilmente, porque tampoco hay nadie alrededor de la escena que intervenga y por lo menos diga: ya estuvo, poli, ya déjala, la estás asfixiando; esas no son formas, ya la sometiste, le estás haciendo daño. Así que los policías matan a Victoria y toman la actitud de cómplices instantáneos; algunos vecinos miran de lejos, sin ningún compromiso con lo que ven; ni siquiera quien graba se involucra más allá del acto mecánico del registro, y es a través de su lente que millones nos convertimos en un ojo que todo lo ve pero nada puede hacer.
Al final del video aparece Victoria inmóvil, en medio de la calle, mientras los policías se miran desconcertados, sin entender que están ante alguien que todavía pueden salvar; ellos piensan en otras cosas, ya están enredándose en el juego de las miradas encubridoras y tejen por instinto una coartada, que será igual a las que circulan en redes: que se resistió, que andaba drogada, que además molestaba a la gente, que se lo merece. Y entonces los policías lanzan el cuerpo de Victoria a la cajuela, con una actitud que solo puede hacernos aullar por nuestra propia condición, porque acabamos de ser testigos de cómo un grupo de personas enfundadas en un uniforme azul pueden deshumanizarse por completo en diez minutos.
Y eso es una mierda, y una sociedad que permite eso es una mierda hedionda. Nadie merece morir así.
¿Y tú qué hubieras hecho?, me van a decir, porque la lógica imperante es envilecernos todos, sumergirnos en la porquería juntos, y no hacerlo es pararse en cierta superioridad moral, hacerse el progre. Pero no, se equivocan, defender la vida es lo mínimo indispensable para levantar una sociedad que pueda considerarse como tal, porque, como dije antes, todo lo perdurable se sostiene en la precariedad de una respiración entrecortada.
Y por eso cuando vemos que Victoria se queda sin aire, muchos sentimos que se nos cae el mundo con ella.
@CesarAlanRuiz