Las vueltas de la vida y las maromas del poder
En estas fechas de precampañas no me parece raro enterarme de que personas cercanas o conocidas contiendan por puestos públicos: abro mis redes y me entero que ese amigo con quien me echaba unos taquitos y un boing afuera del metro ahora puede llegar a ser diputado federal, o que fulana ya es directora en una secretaría de Estado, o que mengano tiene a su cargo una política sectorial en el país. Hace algunos años esto era impensable, por lo que celebro que se haya abierto una fisura -muy pequeña, es verdad, todavía faltan much@s por entrar-, pero es un hecho que hay otro tipo de perfiles que están tomando a su cargo responsabilidades públicas.
Los problemas del país son tantos y tan profundos que hay que tener mucho valor para aventarse con ese toro a conciencia. Además, ya no es como antes: entre la austeridad de los salarios, las facultades de los cargos más acotadas y un contexto de mayor escrutinio público, respeto a quienes ponen en juego sus energías, prestigio y recursos para disputar un lugar.
Es por eso que me parece inmaduro y decepcionante que personas se “escandalicen” cuando alguien que conocen quiere entrar en política, como si eso fuese un acto de mal gusto, un rebajarse o venderse. Quien así opina, tal vez no están viendo que este país está en llamas, que necesitamos liderazgos con ganas e ideas, personas dispuestas a emplearse a fondo para mantener el barco a flote -e incluso darle un norte-, y que si bien nos enseñaron que la política y el gobierno son sucios y corruptos, aunque en buena parte eso es real, también fue una manera de quitarnos esas herramientas para secuestrarlas y agenciárselas: un acto perverso en que nos despojaron de las potencialidades de transformación que también tienen la política y el gobierno.
Ahora bien, la crítica que me parece válida, y que hay que decir con todas sus letras, no tiene un carácter moral, sino político: muchas de estas personas se postulan o gobiernan sin tener en vista un proyecto de país. Nunca ponen el acento en qué proponen, ni de su visión integral de nuestros problemas, sino que los escuchamos balbucear un manojo de buenas intenciones, cuando no se limitan a repetir los slogan de su partido. Merecemos más, necesitamos más, y es válido esperar más de ustedes.
No soy ingenuo: entiendo que no es fácil disputar el poder, mucho menos gobernar. La verdad es que implica enfrentar un cúmulo de poderes gigantes e intereses legales y extralegales que son amenazadores, e incluso letales: solo en las elecciones de 2018 fueron asesinados ¡152 políticos! Además, es cierto que entrar al ámbito del poder conduce a dilemas trágicos: exige muchas veces elegir entre lo malo y lo peor, o tener que romper relaciones personales, o desarrollar una sana paranoia que luego pasa factura, o asumir el costo personal de saber que las decisiones que se tomen lastimarán a personas involuntariamente, o tragar sapos en nombre de “un bien mayor”, etc. Sin embargo, cualquiera que aspire a gobernar no puede olvidar que los dilemas de quienes no tienen poder son mucho más trágicos, porque ellos son quienes padecen las decisiones de quien manda, quienes sufren sus consecuencias directas, quienes lo pierden todo -incluso la vida, no solo el cargo- cuando se equivocan. Y estas personas son millones, y muchas veces ponen parte de sus ilusiones cuando tachan una casilla en la boleta.
Por lo demás, les deseo lo mejor a quienes se están postulando. Nada me gustaría más que verl@s triunfar y hacer las cosas bien. Debo decir que he visto buenos perfiles, que de hecho hacen falta en la sociedad civil, en el periodismo o en la docencia que dejan atrás para incursionar en política. Entiendo su decisión y sentido de oportunidad, pero también sepan que quienes elegimos quedarnos de este lado lo hacemos porque entendemos que también se necesita -más que nunca- plantarse y decir: “siempre tiene que haber alguien que esté chingando, poniendo el palo a la rueda del poder, siendo la piedrita en el zapato”. Si ustedes entienden eso, seguro podremos volver a echarnos unos taquitos y un boing afuera del metro.