¿Contra el trabajo infantil?

Por Frida Cartas y Josué Sauri

 

El activismo contra el trabajo infantil, que promueve la Organización Internacional del Trabajo (OIT) desde hace 17 años, es una contradicción, puesto que el trabajo en sí es un derecho humano, y así lo específica la Declaración Universal de los Derechos Humanos en su artículo 23 cuando dice:

  1. Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas y satisfactorias de trabajo y a la protección contra el desempleo.
  2. Toda persona tiene derecho, sin discriminación alguna, a igual salario por trabajo igual.
  3. Toda persona que trabaja tiene derecho a una remuneración equitativa y satisfactoria, que le asegure, así como a su familia, una existencia conforme a la dignidad humana y que será completada, en caso necesario, por cualesquiera otros medios de protección social.
  4. Toda persona tiene derecho a fundar sindicatos y a sindicarse para la defensa de sus intereses.

En ningún momento señala que el trabajo esté limitado a un rango de edad específico, sino que enfatiza que tiene que ser libre, en condiciones equitativas y con un salario satisfactorio. Adicionalmente establece prestaciones sociales y el derecho a sindicalizarse.

Sin embargo, la OIT desde 1992 se encargó de iniciar una lucha contra el trabajo de un grupo de población específico: las niñas, niños y adolescentes. Su argumento es que “el trabajo infantil ha demostrado perjudicar el desarrollo de los niños, pudiendo conducir a daños físicos o psicológicos que les durarán toda la vida.” Y eso lo considera una violación de derechos humanos. El argumento es válido y cierto, y al mismo tiempo no, pues se basa sólo en estudios e investigaciones que han encontrado una correlación efectiva entre las personas que realizan trabajo desde niños y los altos niveles de pobreza.

Dicho de otro modo, han encontrado que los niños que trabajan dejan de asistir a la escuela, y la asistencia escolar es parte fundamental del ascenso social para salir de la pobreza, por lo tanto, los niños que dejan de asistir a la escuela (aunque no sea necesariamente por trabajar), rara vez consiguen ascender en la escalera social, pues al no tener estudios superiores, no pueden tener acceso a trabajos lo suficientemente remunerados para cubrir todas las necesidades sociales, en particular el acceso a la vivienda y a la salud.

Y lo anterior es cierto… pero sólo en algunos países.

Y solamente es cierta la parte de que un mayor nivel educativo aumenta las probabilidades de salir de la pobreza (aumenta, no garantiza). Lo que no es cierto, ni homogéneno, y menos la regla general, es que las niñas y niños dejan de estudiar por ir a trabajar, al menos no siempre y tal como lo afirma constantemente el activismo contra el trabajo infantil.

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El caso de México es una excepción de esto que la OIT afirma como una generalidad y una homogenización, y lejos de que el trabajo infantil sea una violación de derechos humanos, es el intento de erradicar el trabajo infantil el que representa una violación de derechos humanos, y he ahí la contradicción, pues las niñas, niños y adolescentes (NNyA) son personas. Esa es la constante en la defensa de los derechos del niño, reconocerlos como personas con agencia, actores políticos y sujetos de derechos.

Más aún, si en México existe un alto índice de pobreza en las familias, es por demás común que NNyA salgan a trabajar, o tengan que trabajar, para como familia, buscar enfrentar la situación, salir del conflicto, o tener una vida menos precarizada. 

Entonces el problema no está en que las niñas y niños trabajen, sino en el tipo de trabajo que están realizando, y he aquí donde entra la complejidad del tema. Cuando a la OIT le dijeron que no podría erradicar todo el trabajo infantil, por esta contradicción de derechos humanos, respondió que se erradicara sólo las peores formas de trabajo infantil, y las enlistó de la siguiente manera:

  • La esclavitud
  • La trata infantil (que es esclavitud, pero que se vende porque tiene un mercado)
  • La servitud por deudas (que es esclavitud, pero con más pasos)
  • La condición de siervo (que es esclavitud, pero suena menos feo)
  • Trabajo forzoso (que es esclavitud, pero enfocada al trabajo duro y excesivo sin pago)
  • Explotación sexual infantil (que es esclavitud, pero con fines exclusivos de comercio sexual)

Pero volvió a caer en una contradicción, pues tal parece que, si cualquiera de las condiciones anteriores se aplica a personas adultas, ¿no es también una forma nefasta de trabajo? La misma OIT señaló que las peores formas de trabajo infantil se caracterizan porque “pueden dañar la salud, la seguridad o la moralidad” de las niñas y niños. Y eso es inaceptable. Pero cuando leemos esto pensamos en que, ¿no hay problema que eso suceda con los adultos, siempre y cuando con los niños no? Esto nos pone de frente y en alerta una vez más con la fragilidad o el doble filo al abordar ciertos temas con el enfoque de los derechos humanos.

También la OIT respondió que, si una actividad genera un ingreso económico, y al mismo tiempo es una actividad “estimulante, voluntaria y no afectan su salud y su desarrollo personal, ni interfieren con su educación, ello puede generalmente considerarse positivo”, y por lo tanto no es trabajo. Lo cual puede interpretarse que para la OIT, todo (y cualquier) trabajo es siempre una actividad que resulta dañina para las personas, ya sea en su salud física, mental o moral, pero que sin embargo es una actividad que debe dejarles dinero sin un beneficio adicional, como por ejemplo servir para el desarrollo personal o ser estimulante, porque si usted lector, tiene ambas cosas, una actividad económica que le aporta a su desarrollo y además le resulta estimulante, usted es un vago, no un trabajador, ¿o cómo?

Ahora entendemos por qué la gente odia trabajar…

Correlación no es causalidad: “dejan la escuela por el trabajo”

La OIT está mal, y lo sabe, pero el modelo económico capitalista, y heteropatriarcal, tiene sometida a las instituciones de trabajo y por eso es más fácil decir que el trabajo infantil es reprobable e inaceptable antes de reconocer que el trabajo infantil ya existe, ha existido, y que puede y debería ser una experiencia de estímulo y aprendizaje para toda la población, no sólo para NNyA.

Algún experto en el tema alguna vez señaló que “el trabajo infantil es la última forma de trabajo digno que le queda a la humanidad”, refiriéndose justamente a el trabajo que solían realizar las niñas y niños antes de que el capitalismo dominara como modelo económico. Aunado al heteropatriarcado.

Si uno se pone a revisar historia sobre el trabajo infantil, no resulta muy difícil encontrar que éste tenía un significado de aprendizaje en humildad y dignidad, las niñas y niños trabajaban desde pequeños para aprender que había que ganarse el pan de cada día. Pero con la Revolución Industrial, principalmente en el campo, y la expansión del modelo capitalista a partir de las ciudades, la percepción del trabajo como un medio de sustento digno fue modificándose, y en este sentido, el valor del trabajo infantil se perdió. 

En México1México tiene una carga histórica en los roles de género que en la actualidad aún tienen un peso significativo, lo cual se evidencia más adelante con los datos sobre trabajo del hogar, pero la población infantil en general siempre ha tenido una participación en las dinámicas del hogar el trabajo infantil existe desde la era prehispánica, las niñas y niños a partir de los 5 años, se integraban en las actividades de los padres, las niñas en general se quedaban en casa para apoyar en lo quehaceres del hogar, mientras que los niños se iban con los padres a atender el campo (Sauri, 2012). El trabajo infantil en México tuvo un peso tan importante en la cultura y la historia de México que, en 1925, la Junta Federal de la Protección a la Infancia apeló a la Confederación Regional Obrera Mexicana (CROM) para celebrar el día del niño junto con el día del trabajo, de esta forma se reconocía que el trabajo de niñas y niños representaba “germen y esperanza de mayor felicidad y de mayor justicia en sociedades venideras” (Sosenski, 2010). 

Hablando más seriamente, el trabajo infantil en México el MTI estimó un total de 3.8 millones de niñas, niños y adolescentes trabajadores en 2017, que representaban el 12.6% de la población infantil total. Los datos muestran que el descenso ha sido paulatino, teniendo un avance importante en a partir de 2013, que fue el año en el que entró en vigor la reforma a la Ley Federal de Trabajo que subió la edad mínima de trabajo de 14 a 15 años, de tal forma que para el 2017 la población total trabajadora fue de apenas 2.06 millones de niñas, niños y adolescentes que correspondieron al 7.1% de la población.


Sin embargo, cuando se combinan las variables del trabajo infantil y la asistencia escolar, la interacción de los datos genera cuatro categorías en una dinámica de trabajo-estudio de la población infantil:

  1. Población que sólo estudia
  2. Población que estudia y trabaja
  3. Población que sólo trabaja
  4. Población que no estudia ni trabaja

Aquí es importante comenzar a identificar la diferencia de la dinámica trabajo-estudio, ya que, si se analizan los datos del MTI, de la población que no asiste a la escuela, más de la mitad tampoco trabajan, lo cual deshace totalmente el argumento de la OIT sobre el trabajo infantil como causa de la deserción escolar para el caso de México. Esta dinámica además no ocurre para un solo año, sino que se mantiene vigente 10 años del periodo de levantamiento del MTI.

Entre 2011 y 2013, cuando entra reforma laboral, es donde se observa el descenso más fuerte de niñas y niños trabajando, en especial de los que se dedican de forma exclusiva al trabajo, no obstante, lejos de ser población que se integra a la dinámica de estudio exclusivo es población que entra a ensanchar a la población inactiva, dejando constante la proporción de 4.1% de niñas y niños que no estudian y trabajan entre 2013 y 2017.

Lo anterior obliga a cuestionar si las estrategias para combatir el trabajo infantil están teniendo un efecto real en la disminución de la deserción escolar, en particular cuando resulta evidente que una niña o niño que deja de estudiar tiene más probabilidades de insertarse en la categoría de inactividad que en cualquiera de las dos categorías de trabajo.


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La edad juega un papel determinante en el trabajo infantil, pues antes de la reforma del 2013, las niñas y niños podían participar en actividades laborales a partir de los 14 años, después de eso la edad legal para trabajar se subió a los 15 años.

Los datos del MTI muestran que, hasta antes de cumplir los 12 años, es decir, la edad a la que normalmente se concluye la educación primaria, la proporción de niñas y niños trabajando es mínima menos del 1%. Es después de los 12 años que se observa un incremento con saltos más grandes a partir de los 14 años. Una vez que se incrementó la edad para trabajar a 15 años, todas las edades antes de los 15 tuvieron una disminución de proporción importante, pero esto generó incrementos más más abruptos entre las y los adolescentes de 15 a 17 años. 

La dinámica anterior sugiere que el efecto de la reforma laboral de 2013 fue “positivo” en términos de disminuir el trabajo infantil en las niñas y niños de menor edad, pero los saltos más abruptos de ingreso laboral en las edades mayores sugieren que la necesidad de las y los adolescentes no han variado y el ingreso a la dinámica laboral es la única manera de solventarlos.

El trabajo infantil está lejos de erradicarse, si bien la política de la reforma laboral para aumentar la edad mínima de trabajo formal tuvo un impacto positivo en las edades menores, el hecho de que la proporción de niñas y niños trabajando se haya mantenido invariante en los últimos 3 periodos del MTI, sugieren que la necesidad de trabajar desde una edad temprana no ha cambiado.

La indignación y el clasismo

Pero cada año, 12 de junio, día establecido por la OIT, el activismo contra el trabajo infantil se centra en la negación absoluta del trabajo como tal, y sólo se enfoca, al menos mediáticamente, en la indignación hasta de orden moral y clasista. Para este activismo es inaceptable que un niño o niña trabaje, ¿por qué? Porque sí y ya. Tal vez piensan que eso “es feo” o “no habla bien de nuestra sociedad”. O quizás porque en el fondo les siguen considerando seres frágiles, sin agencia, totalmente al desamparo, como no reconociéndoles, desde ese adultocentrismo, como personas y como actores políticos que también pueden ser partícipes del trabajo. La mirada es desde un discurso revictimizante, y la revictimización vulnera derechos humanos. 

Por otro lado, esa misma mirada va siempre en dirección al niño que lava carros, al que asiste en un taller mecánico, el que es cargador en un mercado, el que limpia parabrisas, el que labora en una cocina, y ello tiene un fondo de clase, como con el resto del trabajo en los adultos: se les minimiza a trabajos que no requieren un aprendizaje (como tomar clases en la escuela o ir a cursos para realizarlo), que son “inferiores”, propios de gente que pareciera, no puede pensar o aspirar a más, y ese mismo activismo en cambio alaba a otros trabajos como los niños en el teatro, en el cine, en la televisión vía los telenovelas o los reality shows.

Pareciera que ciertos trabajos son válidos y están muy bien, son respetados y hasta admirados, más si tienen que ver con espectáculo o las “artes”(porque eso sí es culto y de artistas-genios), pero si otros trabajos en NNyA no tienen que ver con “algo bonito o cultura”, entonces son indignantes y merecen toda la anulación y desaprobación posibles. Eso es un sesgo clasista. Tal como se minimiza o inferioriza siempre el trabajo de un plomero, un albañil, un mecánico, en los adultos, y se engrandece el de un periodista, un actor, un médico, entre otros. Como si los trabajos fueran una competencia y no una dignidad de laborar, que corresponden a la diversidad de personas que somos.

Debería llamarse mejor: Día Mundial contra la explotación en el trabajo infantil. Porque el activismo desde ahí es muy selectivo y de la vista gorda cuando la indignación por el trabajo va contra unos, y hacia la alabanza y admiración para otros. ¿Alguien sabe por ejemplo cuántas horas esperan niños y niñas ya maquillados y con los nervios al límite, para filmar algunos minutos frente a la cámara? El trabajo del actor en telenovelas o series es más de esperar que de accionar. El trabajo en teatro conlleva además de actuar, una elaboración de carga intelectual al crear un personaje, y horas de actividad física para calentamiento. Son trabajos extenuantes, y de un estrés y agotamiento psicoemocional para manejar los nervios y/o exaltar las emociones. Son trabajos “artísticos” para niños y niñas, que llevan una presión laboral infame.

En particular, en los renombrados “reality shows”, las niñas y niños son expuestos a condiciones de presión y estrés que de ninguna manera pueden ser considerados como estimulantes o positivos para su salud y desarrollo. Como ejemplo, basta con nombrar el programa de “Master Chef Junior”, en el que niñas y niños de entre 8 y 12 años trabajan siendo explotados por las televisoras, poniendo en riesgo su salud física al utilizar instrumentos de cocina pulso cortantes o bien con un riesgo de quemadura al manejar fuego. Así mismo, como parte del espectáculo se genera un ambiente de competitividad negativo en el cual la humillación es empleada como una herramienta motivacional que de ninguna manera puede ser considerada como un aporte para el desarrollo emocional o cognitivo. 

Accionar o pugnar por el abuso en las actividades, las cargas, las horas, o la explotación respecto a salarios distintos “porque son pequeños”, debieran ser de las preocupaciones permanentes del activismo. O la constante observación y evaluación para la prevención de daños que interfieran con su desarrollo. Pero por desgracia no es así. Y pareciera que se niegan a entender que prohibir punitivistamente nunca ha sido solución de nada, sino que lo lleva a la clandestinidad y le abre el camino fácil al abuso y explotación. Impera el grito de indignación de “no” y “no”, pues “porque no”, pero el trabajo está ahí, existe, ha existido. Centrarse en la indignación de sólo oponerse, es invisibilizar muchas otras cosas que ya ocurren paradójicamente ante el desvío de la mirada y atención. A la luz misma de la indignación. 

El trabajo por los roles de género

Y eso no es todo, dado el modelo capitalista y heteropatriarcal que mencionamos al inicio, existe una invisibilización del trabajo en las niñas y adolescentes desde dentro del mismo hogar, y esto se debe a que por la construcción de roles de género, las mujeres históricamente han realizado trabajo no remunerado en casa, que se transmite y enseña a niñas y adolescentes, como el trabajo del hogar que comúnmente llaman “ayudar en el aseo”, o el trabajo de cuidados y crianza, que es la maternidad, y que comúnmente llaman, “ayudar a cuidar a tu hermano”. Para las más pequeñas está la limpieza, y para las más grandes, es decir, las adolescentes están “ayudar con los hermanos”. Para los niños, por lo general, esperar que la hermana le sirva o lo atienda.

A las niñas y adolescentes se les está confinando trabajos dentro del hogar que al igual que sus madres o las mujeres adultas de sus familias, ni siquiera es nombrado trabajo, y mucho menos tiene una remuneración, que fuera del hogar, esas mismas actividades en guarderías, estancias, o “empleadas domésticas”, cuidadoras, sí tienen. 

Esta normalización, minimización e invisibilización del trabajo dentro del hogar, como ahora sabemos con mayor información, constituyen gran parte de la construcción de roles de género o papeles sociales que se han construido sobre las mujeres y que no tienen absolutamente nada qué ver con su anatomía o sexo, sino que como dice Martal Lamas, son producto de la cultura en base a la diferenciación sexual, y el confinamiento del espacio privado para ellas, donde se asume que es su función, lo normal. Como si las mujeres “nacieran” con un “chip” para tales funciones. O que es deber de las madres enseñar y heredar estos papeles y roles, en la educación de formar “buenas mujeres”.

Esta falta de perspectiva de género en el activismo mexicano contra el trabajo infantil, que se indigna porque los niños trabajen, pero que de nueva cuenta, omite mejor accionar o pugnar por los niños que ya trabajan hasta en su casa, y más específicamente por las niñas y adolescentes, es muy cuestionable, y necesario de señalar, pues no están asumiendo de una vez este enfoque de género y he ahí la invisibilización para nombrarlo, y con mayor razón, para asumirlo y buscar estrategias (con ésto al centro) en su preocupación por el trabajo infantil.

De modo que si la principal preocupación es porque NNyA mejor estudien y no trabajen, ¿cuántas horas para el estudio dedican en casa una vez que llegan saliendo de la escuela, para continuar con las labores y actividades de aprendizaje, si tienen que “hacer el aseo” o “cuidar al hermano”? ¿Realmente no “salir a trabajar” fuera de casa, es sinónimo de dedicarse exclusivamente a estudiar? ¿Quién y cómo puede evaluarse esto?

Los niños y niñas han trabajado desde siempre, en las comunidades indígenas y ciudades, también dentro y fuera de los hogares. Entonces la indignación debiera ser por la explotación, como en todo. No es necesario buscar o inventar hilos negros.

El trabajo infantil existe, se encuentra presente desde que las niñas y los niños comienzan a realizar labores domésticas dentro del hogar, los mismos datos del MTI arrojan que la participación de niñas y niños en el trabajo del hogar ha tenido un incremento sustantivo en el mismo periodo, pasando de 65.9% en 2007 a 71.5% en 2017. Pero el trabajo del hogar tiene una carga particular la población de niñas para la cual la proporción incrementa hasta el 75%.

Así pues, incluso si la edad para trabajar se incrementa hasta los 18 años, cuando las personas comienzan a ser consideradas adultas, el trabajo infantil no quedaría erradicado, pues el trabajo del hogar prevalecería como una actividad asignada a las niñas, niños y adolescentes.

Conclusiones

Si se quiere eliminar el trabajo infantil, entonces se necesita replantear el concepto de trabajo y sus alcances, para toda la población, no nada más para la población infantil. Pues los derechos humanos son para todas las personas independientemente de su edad. ¿O acaso vamos a priorizar un derecho sobre los demás? ¿No se supone que los derechos humanos son indivisibles, inalienables e irrenunciables, además de universales?

No basta con crear programas de becas educativas para “motivar” a las niñas y niños a continuar en la escuela, en especial cuando una proporción significativa de la población que no asiste a la escuela, lo hace por falta de interés, es decir, no encuentra la estimulación suficiente en el sistema escolar actual para continuar con sus estudios, por lo cual sería más urgente generar alternativas de ocupación para esta población en particular o cambiar completamente el modelo del sistema educativo para que resulte más atractivo y más fácil el continuar estudiando.

De esta forma, una opción más cercana al contexto para tratar el “problema” de trabajo infantil, es regulándolo, reconociendo que las niñas y niños pueden trabajar si así lo desean, y garantizando que no sólo las niñas y niños no sean explotados en dinámicas nocivas de trabajo, sino la población en general. La única manera de recuperar el trabajo digno es reconociendo el trabajo infantil.

Y con este artículo no pretendemos decir que NNyA salgan a trabajar ya mismo, sino que es urgente abordar otro enfoque que nos lleve a reconocer que ya existe hasta dentro de casa, y que cuando es fuera, hay un sesgo de clasismo porque en unos está bien y lo llamamos arte, lo aplaudimos, y en otros lo criminalizamos, y hasta masacramos además a los padres de verdugos cuando el contexto de precarización, marginalidad y pobreza es mayor y es externo. 

Nuestro punto es que el trabajo existe. Pero tal parece entonces que, en vez de ocuparse por garantizar menos presión, abuso, o explotación sobre ello, es más polite y diplomático decir que no debería haber, y sólo oponerse por oponerse, en la selfie del buen activismo.


Referencias

  • Lamas, Marta (2013) El género, la construcción social de la diferencia sexual. Ediciones Porrúa. México
  • Sauri, J. (2012). Estudio sobre el trabajo infantil en México a través del análisis estadístico de los módulos del trabajo infantil 2007 y 2009 del INEGI. Univesidad Autónoma de la Ciudad de México. Retrieved from http://oreon.dgbiblio.unam.mx/F/J3PDFNK63NVKXPBV2PY77J4M3FKH7RVVYXDUCVI2KQD6A3723D-02035?func=find-b&request=josue+sauri&find_code=WRD&adjacent=N&local_base=TES01&x=25&y=19&filter_code_2=WYR&filter_request_2=&filter_code_3=WYR&filter_request_3=
  • Sosenski, S. (2010). Niños en acción : el trabajo infantil en la ciudad de México, 1920-1934. El trabajo infantil en la ciudad de México, 1920-1934 (1a ed.). México, D.F: México, D.F. : El Colegio de México, Centro de Estudios Históricos, 2010.

 

Referencias

Referencias
1 México tiene una carga histórica en los roles de género que en la actualidad aún tienen un peso significativo, lo cual se evidencia más adelante con los datos sobre trabajo del hogar, pero la población infantil en general siempre ha tenido una participación en las dinámicas del hogar
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